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México D.F. Lunes 12 de enero de 2004

Hermann Bellinghausen

El pragmatismo paga

Ha usado la vida como se dice de un objeto, un instrumento. Ha gastado la vida, como se dice una ropa raída, dinero, energía. "La vida es para usarla", repite él con pasmoso descaro; a veces hasta saca de onda escucharlo.

Quiere hacernos creer que cero emociones, cero pasiones. Que la intensidad sólo puede ser física. Que lo demás (así dice, "lo demás") se reduce a "construcciones en tu cabeza". Aunque Emanuel Krieger tiene las mismas inciales de Emanuel Kant, no es muy intelectual. Pero piensa. Su teoría es que no debemos hacer mucho caso de los pensamientos, sólo distorsionan la realidad. Y que sentir es un camino equivocado que condena a la gente a mutilaciones continuas.

No creo que se la crea. A los que tenemos años de conocerlo no nos engaña. Krieger es un sentimental, y de los peores: de los que no lloran.

En sus tiempos jóvenes jugó futbol, profesionalmente, y con éxito. Estuvo seleccionado. Y luego ha variado de oficios, como si esa fuera su verdadera vocación. Es del tipo de los que jactan de haber sido braseros, boxeadores, gerentes de supermercado pinche, pintor de brocha gorda, ballenero ilegal en Finlandia. El típico graduado "en la escuela de la vida".

Algo hay de demagogia en esta paleta cool de hombre que se hace escuchar. Sí, carisma. Habla de sí mismo telegráficamente, como quien no quiere la cosa, prefiere cuestiones prácticas, combate las "telarañas de ideas" con ambas manos. Ha dado uso intensivo a sus brazos, sus piernas, su lomo.

Es cierto por lo demás que vivir es usar los ojos, la piel, el sexo, los dientes, y menos visiblemente huesos, músculos, glándulas y nervios. Pero no se puede ser así todo el tiempo. Sabemos que Krieger no quiere volverse un hombre frío, y que lucha acaloradamente por evitarlo. Una vez me contó más o menos lo siguiente:

"Sobrevolaba un invierno los Alpes interminablemente blancos, montañosos, inaccesibles, casi minerales. Y entonces un lago incrustado en la nieve absoluta, una cara lisa contra el cielo, reflejó al avión y por unos instantes al sol, que me encandiló. Sentí vértigo. Un vértigo extraño, no por la altura; una gélida sensación de soledad. Me tuve miedo".

No se piense que es un tipo serio; es mucho menos azotado que yo, por ejemplo. Su sentido del humor parece de baturro, le encantan los chistes simples o escatológicos, y siempre ha sido presa fácil de los albureros, no les ve la punta a tiempo. Le vale, pues sabe perder. Otra enseñanza del futbol, supongo. Sin haber leído a Camus, opina también que el equipo de once es la mejor escuela.

Mete distancias para protegerse. No lo reconoce. "Es un error reproducirse", pregona. "Ya ves tú", me dice. "No te queda de otra que querer a los hijos". Le digo que eso qué tiene de malo, que allá él y de lo que se pierde. Krieger escupe en la banqueta, gruñe y se fuga con un "yo qué sé, así estoy a gusto, y a la humanidad le viene bien que algunos no participemos en la sobrepoblación planetaria". Otra frase suya: "Si me hago viejo y pendejo, que me metan en un asilo. No quiero que nadie cargue conmigo".

Posee esa vaga y mitificada noción de linaje, común en las familias de migrantes, y no le interesa. Así le esta importancia a la muerte. "Nitrógeno eres, en nitrógeno te has de convertir, y párale de contar".

Como es habitual en los tipos "rudos", sobreactúa. Luce cicatrices como otros lucen tatuajes. En años recientes le ha dado por el montañismo en serio, en sus tiempos libres. Uno nunca sabe cuándo está trabajando, y cuándo anda en su "tiempo libre". Las montañas son su nueva prioridad, ya conquistó el Chimborazo, el Mont Blanc y no sé cuál del Himalaya.

Pero la vez de su vértigo en el avión, y siendo él maestro en inviernos, la vista de aquel lago solidificado entre la nieve le heló el corazón. En ese espejo vio la nada, y se espantó de lo que se sintió capaz. Claro, él no lo diría de ese modo. "Siempre hay algo más que hacer", alega. "Hay que soñar con las manos", bla bla.

Financia su nuevo pasatiempo haciéndola de consultor para compañías en el ramo de las herramientas y los utensilios domésticos. Se le ocurren buenas ideas, inventivas y prácticas. Para ser free lance no le va mal.

"El pragmatismo paga", alardea mientras acciona en una mano, y luego en la otra, una pinza muñequera para ejercitar el puño y los músculos del brazo. "No es body building, sólo mantenimiento", dice, y le creo. En la locura de los deportistas es fácil tener la razón.

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