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México D.F. Lunes 12 de enero de 2004
Armando Labra M.
Rodolfo González Guevara con nosotros
En un excelente artículo de su Plaza Pública, Miguel Angel Granados Chapa recoge la trayectoria de uno de los políticos más eminentes y ejemplares del siglo XX mexicano. Quienes le conocimos y aprendimos de Rodolfo González Guevara sentimos una profunda, indescriptible pena por su pérdida el pasado 23 de diciembre, a pesar de que siempre estará con nosotros a través de las lecciones de integridad, talento político, bonhomía y generosidad que nos obsequió pródigamente. Quisiera evocar aquí algunas de las vivencias que compartí con González Guevara, unas importantes, otras no, pero que ilustran la estatura de un político mexicano de los que ya no habitan en los espacios del poder, para desgracia de México.
La primera vez que oí hablar de él fue en el 68, cuando era secretario general del Departamento del Distrito Federal y aportó información crucial para sacar de la cárcel a universitarios presos que me correspondió recoger, enviado por el entonces secretario general de la UNAM, Fernando Solana. Para los universitarios, encontrar una mano amiga y confiable era inaudito, riesgosísimo, y González Guevara la tendió. Era 1976. Hicimos campaña para ser diputados de la 50 Legislatura, él con gran experiencia, yo novatísimo. El punto de encuentro era Gonzalo Martínez Corbalá. Para mi sorpresa, Rodolfo conocía con detalle y festinaba los trabajos de mi campaña, centrados en una crítica -según yo, constructiva- al partido que nos postulaba, el PRI. Ganamos en nuestros respectivos distritos y llegamos a Donceles ya como amigos, si bien y sin hacérmelo sentir, él y yo sabíamos que era, además, mi maestro. Al inicio de la 50 Legislatura se suscitó un evento memorable porque implicó que un grupo de diputados priístas votáramos en contra de una iniciativa del PRI. El tema era inocuo: aprobar una partida para los gastos de grupo de apoyo a los ex secretarios de la Marina. Se desató un debate furibundo sobre la represión de 68, defendida por un obsequioso priísta, y una veintena de diputados priístas egresados de la UNAM decidimos votar en contra. Al verme activo en reunir esos votos, Rodolfo, muy institucionalmente, me recomendó salir del recinto a la hora de votar para no vulnerar la unidad priísta. No podíamos considerar su propuesta y votamos en contra de la iniciativa en lo general. Rodolfo subió a la tribuna, pero, sorprendentemente, no para vapulearnos, como procedía y esperábamos, sino para reconocer que los universitarios respondíamos como tales y que discrepar era la esencia de la nueva democracia que ahí se manifestaba. Igual, votamos en contra en lo particular, pero nació una identidad perdurable entre ese pequeño, combativo grupo de diputados y González Guevara.
Más adelante, ya como líder de la mayoría, Rodolfo escuchó a ese grupo de diputados que transmitía y hacía suyas las preocupaciones de científicos, técnicos y trabajadores con relación a una iniciativa presidencial que anulaba el desarrollo y aplicación independiente de la energía nuclear en México, remitiéndonos a una franca subordinación respecto a Estados Unidos. La iniciativa llegó al Senado, la aprobó sin cambiar una coma y envió la minuta a la Cámara de Diputados. González Guevara confió en las tesis nacionalistas y asumió los riesgos políticos de congelar la iniciativa, abrir un año de consultas, auspiciar una nueva iniciativa elaborada por los diputados -que fue aprobada-, sentando así un enorme precedente democrático para la práctica parlamentaria en nuestro país, hace casi 30 años.
Al ser nombrado embajador de México en España Rodolfo me distinguió invitándome como consejero comercial, cargo que acepté para después declinar porque el presidente De la Madrid me encomendó un programa de empleo en zonas marginadas del sureste mexicano. Me perdí de mucho al no acompañar a Rodolfo, entre otras, del nacimiento de lo que después se convirtió en la corriente democrática del PRI, animada por el propio Rodolfo desde Madrid con la participación de Horacio Flores de la Peña, Jorge Eduardo Navarrete, Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas, y otros distinguidos diplomáticos, políticos e intelectuales que rondaban por allá.
De lo que no me perdí fue de la primera reunión de esa corriente -aún no tenía nombre- en la casa coyoacanense de Ifigenia Martínez con la concurrencia de, a mi juicio y excluyéndome, de lo mejor del PRI de entonces. Eran los tiempos en que había una izquierda sustantiva dentro de ese partido... que también alojaba a la ultraderecha que ahora predomina. En esa cena la voz cantante fue, naturalmente, la de Rodolfo González Guevara. La historia de la Corriente Democrática es historia.Como se sabe, González Guevara renunció al PRI a consecuencia de la contracción y eliminación de los espacios progresistas dentro de ese partido y del gobierno, y decidió militar en el PRD. Recuerdo claramente que cuando la sucesión presidencial se resolvió en favor de Miguel de la Madrid, Rodolfo me hizo un comentario contundente y lapidario, que sigue teniendo validez histórica y política. Triste, me dijo: "la corriente revolucionaria perdió la partida, no hay remedio, Armando, ganó la reacción y por mucho tiempo México tal vez deje de ser el país por el cual hemos luchado siempre". Y por el que seguimos luchando, Rodolfo.
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