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México D.F. Miércoles 7 de enero de 2004

Luis Linares Zapata

A mitad del camino

El inicio de la segunda parte del sexenio, originalmente llamado "del cambio" por sus propios promotores, es un tiempo prudente para examinar algo del pasado e intentar ciertos pronósticos que auxilien a la ciudadanía en su búsqueda de rutas, orientación y avances en la calidad de su vida. Lo que resalta al voltear hacia atrás es un panorama que mucho tiene de ausencias, torpezas y quebrantos. No sólo por lo que atañe a la ineficacia de una administración que se inauguró desterrando al PRI de Los Pinos (logro nada despreciable), sino porque la acompañaron en su camino toda una serie de francos errores y logros mediocres de las demás elites que toman las decisiones trascendentes en el país. Y donde, al mismo tiempo, se tienen que aceptar, casi como constante, la resignada aceptación con que se han expresado muchas de las exigencias colectivas, notables defectos en el armado institucional que sostiene la vida pública y la cortedad de las reglas para canalizar la energía social disponible.

Pero lo que se visualiza hacia delante no es muy distinto de lo que de manera generalizada puede predicarse de los tres años pasados. La lenta y errática marcha de los asuntos colectivos, en especial los económicos, seguirán marcando tanto los ritmos como los sucesos por venir. Poco es lo que se espera del crecimiento del PIB y no se auguran acuerdos políticos que hagan la diferencia para la democracia. Todo apunta a una sorda lucha de posiciones, que no cejará en los días, semanas o meses por venir, donde los resultados serán dudosos para los mismos contendientes.

Lo predecible en el imaginario general es el incipiente dibujo de dos grandes bandos que disputarán la aceptación de sus encontradas posturas. Uno pujando por concluir lo que se llaman las reformas de segunda generación y dar continuidad al modelo neoliberal que se viene aplicando desde hace 25 estancados años. Otro, que todavía no alcanza a coagular en una serie ordenada de propuestas y visiones, intenta actualizar, con matices de claro corte nacionalista, una serie de programas e ideas para presentarlos a la aprobación de la ciudadanía en la venidera y ya en marcha contienda de 2006. Los personajes que actuarán dentro de cada uno de estos dos grandes bloques aún no se han definido con precisión, aunque los extremos ya se pueden identificar.

Por un lado los panistas, auxiliados por los remanentes de las elites tecnocráticas de sexenios pasados, formarán un trabuco que jalará a muy diversas facciones partidarias de corte conservador y, sobre todo, a los integrantes de los grupos de presión tradicionales, en particular el clero de jerarquía, voceros en medios electrónicos de comunicación, y a los empresarios de tamaño. Por el otro seguirán agrupándose las fuerzas de la izquierda, que buscan, de manera casi compulsiva, su reacomodo en las realidades del mosaico nacional y en el latinoamericano en su conjunto. Para ello van diseñando propuestas que pueden llegar a ser atractivas para las mayorías. Tal fuerza, ya reconocible en su trazado básico, actuará a manera de polo de atracción para otros actores y posturas centristas que andan todavía desbalagadas y medrosas, pero que ya pusieron a prueba sus posibilidades de alianza durante los debates por las reformas energética, eléctrica y fiscal. Los resultados son apreciables para estos últimos actores sociales. Han sido capaces de detener la embestida privatizadora, más que de proponer o jalar iniciativas. Les falta el postrer empuje imaginativo y coordinar esfuerzos para un accionar efectivo. Esto pueden lograrlo, se espera, en los meses que restan al actual sexenio. Varias preguntas, sin embargo, flotan en busca de respuesta: Ƒpor qué la opacidad reinante, por qué las actitudes negativas, por qué las inconformidades y los augurios de males por recibir son la constante del horizonte nacional?

Si se arriesga una afirmación que pueda ayudar a la comprensión general de lo que sucede, bien podría decirse que se está a mitad de un proceso de doble contenido. Tal fenómeno tiene que ver con la derrota que ha sufrido en tiempos recientes el modelo de gobierno (Ƒy nación acaso?) impuesto a partir del llamado Consenso de Washington. Pero, al mismo tiempo, con la inacabada transición democrática mexicana que cojea en busca de rituales e instrumentos para concretarla en un método efectivo. Es decir, se experimenta una doble indeterminación. Un empate de fuerzas que buscan su acomodo relativo o su salida final. Uno donde los perdedores todavía no se resignan a aceptar su derrota y donde tampoco los que triunfarán pueden darse a una celebración sin juzgarla anticipada.

Las reformas de segunda generación están detenidas, al menos en la formulación que hasta ahora les ha dado el gobierno de Fox. Las alternativas de la oposición, (eléctrica y energética), aún formuladas de manera incompleta, no pueden avanzar en contra de la voluntad del Ejecutivo, pues éste retiene los botones de mando y controla inmensos recursos para la acción. Por su parte, la necesaria reforma fiscal futura encontrará sus bases y alcances efectivos durante la inminente Convención Hacendaria, sin ser ésta definitoria. Ambas corrientes así definidas tendrán que dirimir sus apuestas a mediados de 2005 con los actores que para esos momentos se tengan. Las formas a usar darán, por su lado, el envolvente de la consiguiente campaña electoral.

Los mecanismos y los instrumentos que habrá de requerir el sistema político del país también recibirán sus toques finales con la reforma del Estado que aguarda, ya muy manoseada, su nueva oportunidad a manos de los que resulten ganadores.

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