México D.F. Lunes 5 de enero de 2004
Comienzan en 1999, con la decisión de
Zedillo de poner "sana distancia" con el partido
Enconos internos y cuentas por cobrar marcan el proceso
de reacomodo priísta
La guerra actual arrancó en 2003, en la que elbistas
y madracistas buscan la revancha
MIREYA CUELLAR
Con la llegada del presidente Ernesto Zedillo al poder,
en 1994, el PRI emprendió desde la cúpula un proceso de negación
de lo que había sido. La "sana distancia" que Zedillo marcó
con su partido, primero, y su actitud pasiva ante la disputa que sostuvieron
Francisco Labastida y Roberto Madrazo por la candidatura presidencial en
1999 -sintetizada en "darle un Madrazo al dedazo"- son dos ejemplos
de ese proceso.
El 9 de septiembre de 1994, entonces presidente electo,
Zedillo recordó a la Comisión Nacional de Ideología
del PRI -reunida en una plenaria- que, como había expresado durante
su campaña: "creo firmemente en que la democracia exige una sana
distancia entre el partido y el gobierno... deseo contribuir a alentar
la reforma interna de nuestro partido".
La decisión zedillista de tomar distancia de su
partido causó tal revuelo interno que el propio mandatario debió
dar explicaciones públicas, como las del 5 de febrero de 1995, cuando
refutó "a quienes piensan que la misión democrática
de Ernesto Zedillo es liquidar al PRI. Sana distancia entre el Presidente
y su partido no significa ruptura".
Pero en la práctica se sostuvo. Cuando en abril
de 1995 no pudo o no quiso relevar a Madrazo de la gubernatura en Tabasco
-en una operación manejada por Esteban Moctezuma desde la Secretaría
de Gobernación, en el contexto de una negociación con el
PRD-, Zedillo fue quizá el primer presidente de las últimas
décadas que mantuvo una vencida con un gobernador y perdió.
Por
eso, cuando el 7 de noviembre de 1999, después de anular su voto
durante la jornada para elegir candidato del PRI a la Presidencia, presumió
que se había "cortado" el dedo porque el dedazo era "obsoleto",
en el PRI ya había dos grupos que en medio del estruendo se disputaban
el control del partido.
Roberto Madrazo insultó a Francisco Labastida como
no lo hizo ningún candidato de oposición. Lo definió
como "un perfecto fracasado" y llamó a la base priísta a
rebelarse contra la esencia de su partido: "dale un Madrazo al dedazo".
Los 5 millones 337 mil 537 votos que Labastida consiguió, contra
los 2 millones 766 mil 866 del tabasqueño, hicieron imposible la
reconciliación.
Madrazo se presentó durante la disputa como el
candidato democrático, el que iba por la renovación, el que
peleaba contra el aparato, frente a un Labastida que fue definido como
el "candidato oficial".
Los madracistas amagaron de tal manera con la ruptura
interna -porque "fue una elección de Estado en la que fuimos avasallados"-,
que el 11 de noviembre Francisco Labastida salió al paso: "es un
costo que el partido puede superar". El actual presidente del PRI no asistió
a la toma de protesta del sinaloense como candidato a la Presidencia.
La campaña contra Vicente Fox y Cuauhtémoc
Cárdenas permitió una tregua interna. Pero apenas Zedillo
apareció en la pantalla de todos los televidentes del país
para reconocer la derrota del PRI el 2 de julio de 2000, se reanudaron
las hostilidades.
Sólo que las diferencias internas se ha-bían
ahondado. En el proceso Madrazo rompió lanzas con todos los sectores
que de una u otra manera trabajaron con Labastida: algunos gobernadores,
el grupo de Dulce María Sauri -entonces presidenta del PRI, que
fue acusada públicamente por los madracistas de ser un títere
de Labastida - y los grupos que manejaron la campaña, y al final
fue también un delator.
Confirmó lo que ya todos sabían -no sólo
por las decenas de cajas con papelería de su campaña a gobernador
que Andrés Manuel López Obrador exhibió en el Zócalo
del DF, sino por las declaraciones del propio Carlos Cabal Peniche- que
el banquero consentido del salinismo había hecho "donaciones", que
después fueron a parar al Fobaproa como préstamos incobrables,
a la campaña presidencial de 1994. Dio detalles: fueron 25 millones
de dólares, 15 de los cuales, dijo, fueron gastados en la campaña
presidencial que comenzó Luis Donaldo Colosio y cerró Ernesto
Zedillo.
La siguiente batalla -una vez que ni los labastidistas
ni madracistas pudieron asaltar la presidencia del PRI, como fue su intención
dos días después de la derrota del 2 de julio (los primeros
quisieron culpar a Ernesto Zedillo y Dulce María Sauri del fracaso
y poner a José Murillo Karam al frente del partido; los segundos
presionaron para que la 18 asamblea nacional de noviembre de 2000 fuera
también electiva)- fue por la presidencia del PRI.
Una redición de la disputa por la candidatura presidencial,
pero esta vez el grupo que se había aglutinado en torno de Labastida
llevó como candidata a Beatriz Paredes, ex gobernadora de Tlaxcala
y coordinadora de la bancada priísta en la pasada legislatura. Tomas
Yarrington, de Tamaulipas, y Arturo Montiel, del estado de México,
fueron los casos más notorios del arropamiento. Pero también
Joel Ayala, líder de la FSTSE, le ofreció su respaldo.
Ahora era Madrazo contra la ex gobernadora. Otra vez un
rudo contra un técnico, en este caso técnica. Y el 24 de
febrero de 2002, cuando los priístas fueron a las urnas para elegir
a su próximo presidente de partido, quedó claro que en ese
partido quien tiene más saliva traga más pinole.
Así, María Elena Aguilar, la esposa de Andrés
Heredia -uno de los tres arraigados por el Pemexgate- apareció
ante los medios la víspera de la votación, con el anuncio
de que Paredes había recibido 20 millones de pesos (para su campaña
de diputada plurinominal) de los más de 500 que, según el
IFE, la administración de Rogelio Montemayor desvió de Pemex
hacia la campaña presidencial de Labastida.
Paredes querían hacer del PRI un partido de centroizquierda
y Madrazo, como Fox, iba, según él, por el cambio. Por ello
aglutinó a los disidentes del PRI, a todos aquellos que coyunturalmente
no estaban dentro del grupo hegemónico priísta ya fuera en
su estado, en su sindicato o en su organización, como fueron los
casos de Nabor Ojeda, en la CNC, o Miguel Angel Yunes, en Veracruz, peleado
con el alemanismo imperante.
Hubo intentos de concretar una planilla de unidad, pero
ninguno de los dos quiso ir de secretario general. Los gobernadores tuvieron
un cónclave, pero no pudieron convencerlos. Beatriz Paredes no logró
que Emilio Chuayffet la acompañara en la fórmula -terminó
llevando a un desconocido- y Madrazo se alió con Elba Esther Gordillo.
El sindicato magisterial y el gobernador de Oaxaca, José
Murat, se encargaron del resto. Confiado en que tenía el padrón
más grande del país, Arturo Montiel ofreció 500 mil
votos a los paredistas -que al final se convirtieron en 293 mil 855-, pero
no contaban con la astucia del oaxaqueño, quien le metió
a las urnas 176 mil 904 votos a su amigo Madrazo, frente a los 24 mil 63
de Paredes. Fue una votación de 17 a uno, lo que nadie hubiera esperado.
Además de que Oaxaca fue el único estado donde prácticamente
se acabaron las boletas.
Muy molesta, María de los Angeles Moreno, también
ex dirigente del PRI, un par de días posteriores a la elección
califi-có de "delincuencia organizada" las acciones de los madracistas
para quedarse con el CEN del PRI. Oaxaca, Quintana Roo, Yucatán
(todavía con la fuerza de Víctor Cervera), Chiapas, Campeche
y hasta Veracruz fueron claves en la victoria del binomio Madrazo-Elba.
Pero la luna de miel entre la maestra y el tabasqueño
duró muy poco, quizá porque dicen que quienes traicionan
una vez lo hacen toda la vida.
Y en 2003 empezó otra guerra. En otro escenario.
Una guerra que los otros grupos del PRI miran como los espectadores de
las corridas de toros: desde la barrera. Hay alianzas que permanecen, como
la de Madrazo-Murat. No es gratuito que hayan sido los diputados federales
de esa entidad los instigadores de la rebelión contra Gordillo en
la Cámara de Diputados. Los diputados de esa entidad resultaron
muy democráticos y desde que se inició la legislatura demandaron
que todas las decisiones del grupo fueran discutidas y votadas.
Quienes conocen las tripas del PRI dicen que la ruptura
entre Elba y Madrazo se dio apenas tomaron posesión -el 4 de marzo
de 2001- de las instalaciones de Insurgentes norte y Violeta (hoy Luis
Donaldo Colosio). No fue casual que la líder moral del magisterio
tuviera un contrincante, Manlio Fabio Beltrones, durante la elección
de coordinador de la bancada. Cuando se supone que Gordillo aceptó
la alianza no porque le interesara la secretaría general - presuntamente
ella la dejaría a Roberto Campa Cifrián en cuanto fuera líder
de los diputados de su partido-, sino porque quería ser la jefa
de los diputados.
Pues el ex gobernador de Sonora sumó 92 votos,
contra 124 de Gordillo, y, aunque no le ganó la coordinación,
prácticamente le partió la bancada. El difícil equilibrio
fue roto por una chispa: el IVA en alimentos y medicinas. Madrazo primero
dijo que sí y después que siempre no. La explicación
de Gordillo fue que Madrazo había vuelto a traicionar. A saber.
Pero Elba y su grupo, en la votación del 11 de
diciembre pasado, mostraron que se habían reducido: sólo
71 diputados apoyaron la propuesta foxista de imponer IVA en alimentos
y medicinas. 141 votaron en contra. Pero como en el PRI todo está
entrecruzado, eso no quiere decir que los 141 legisladores estén
con Madrazo; hubo votos en contra del IVA por diversas razones.
Un grupo de 123 diputados la desconocieron como coordinadora
desde el 4 de diciembre, y el viernes 5 lo hizo la dirigencia nacional.
Así que todavía tuvo el poder para patalear durante una semana.
Elba Esther perdió el control total -y casi hasta
la oficina- del grupo, un día después de la votación
del IVA, el 12 de diciembre, cuando Chuayffet Chemor se convirtió
formalmente en el nuevo coordinador del PRI, después de un jaloneo
con el panista y presidente de la Cámara de Diputados, Juan de Dios
Castro, quien le puso todas los obstáculos posibles al ex gobernador
del estado de México para legalizar su llegada.
Ahora la pugna es entre rudos, y entre ellos, como decían
las abuelas, hasta el más chimuelo come tuercas. En un PRI donde
el encono crece y las facturas por cobrar (entre grupos) se acumulan.
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