México D.F. Lunes 29 de diciembre de 2003
Robin Cook*
El espectacular autogol de Tony Blair en Irak
Paul Bremer asestó el golpe final a los argumentos del premier británico sobre la invasión
ƑQuién habría vaticinado que el golpe final del año al argumento del primer ministro británico Tony Blair en favor de la guerra sería asestado por Paul Bremer, electo para encabezar la ocupación estadunidense precisamente por su tenacidad para mantenerse a tono con la línea? Sin embargo, su desmentido a la afirmación de Blair de que hay "masiva evidencia de un enorme sistema de laboratorios clandestinos" en Irak no pudo haber provenido de una fuente más impresionante que el jefe de la Autoridad de Coalición.
Fue un apropiado golpe de gracia a un año en el que la guerra en Irak dominó el panorama político. No era eso lo que esperaban quienes nos metieron en ella. Recuerdo con vividez una conversación con un ministro del gabinete que apoyó el conflicto bélico sobre la base de que su impopularidad pasaría pronto, siempre y cuando concluyera rápidamente. Tony Blair tenía la misma confianza en que una victoria militar acabaría con la controversia sobre su decisión de secundar una guerra fabricada por Washington.
Por desgracia esa controversia persiguió al gobierno durante todo el año. La guerra en Irak dominó 2003 y todavía es posible que se le recuerde como el asunto decisivo del segundo periodo gubernamental de Blair. Su vergonzosa posición en una encuesta, como el político que menos confianza inspiraba entre 30 candidatos, se debe sobre todo a la percepción de que le vendió al público información falsa sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Una vez perdida, la confianza es difícil de recuperar, y su ausencia ha infectado la credibilidad del gobierno.
El mayor daño político causado por la guerra en Irak es haber eclipsado por completo la agenda nacional. Ayer Steven Byers escribió con franqueza sobre la sensación de pérdida de impulso que prevalece en la opinión pública sobre este gobierno. Existe un peligro real de que un gobierno laborista que ha permanecido en el cargo durante más tiempo que ninguno en la historia, con las mayorías parlamentarias más grandes jamás logradas, no sea recordado por ningún logro doméstico. En algunos casos sería injusto.
La virtual eliminación del desempleo juvenil y el firme progreso hacia la eliminación de la pobreza infantil son mejoras radicales. Pero pasan inadvertidas en parte porque todos los comentaristas se dan cuenta de que liberar de la pobreza a Gran Bretaña no emociona tanto a los actuales ocupantes del número 10 de Downing Street como liberar a los iraquíes de Saddam Hussein.
Tony Blair no puede culpar a nadie más que a sí mismo de que Irak haya oscurecido sus éxitos más benignos. Existen dos razones principales por las que la controversia sobre la guerra no se desvaneció en todo el año. Ambas tienen su raíz en las justificaciones que el primer ministro dio para la invasión.
Se nos dijo que ocupar Irak sería una victoria en la guerra contra el terrorrismo. Sin embargo ayer, nueve meses después del derribo de la estatua de Saddam Hussein, Paul Bremer concedió que Al Qaeda y otras redes terroristas no eran toleradas en Irak antes de la ocupación, en tanto que ahora están detrás de los ataques cotidianos contra nuestras fuerzas, que este fin de semana cobraron la vida de otros siete soldados aliados y más policías iraquíes. Lejos de ser una victoria contra el terrorismo, la invasión de Irak ha sido un espectacular autogol, como advirtieron nuestros servicios de inteligencia al primer ministro con antelación a la operación bélica. Ahora tenemos un nuevo frente contra el terrorismo dentro de Irak, sin ningún indicio de que haya disminuido fuera de Irak.
También nos aseguraron, en una frase famosa, que teníamos que invadir Irak porque sus armas representaban un peligro verdadero y presente para los intereses británicos. La moción que el gobierno presentó a la Cámara de los Comunes al inicio de la guerra se refería por completo a la necesidad de desmantelar las armas de destrucción masiva de Saddam. En ese extenso párrafo Blair ni siquiera mencionó la conveniencia de liberar al pueblo iraquí, tema que se ha vuelto la racionalización oficial de la guerra ahora que nadie ha sido capaz de encontrar armas que desmantelar.
No le basta al gobierno justificar la invasión de Irak con el argumento de que ahora sí se han encontrado armas de destrucción masiva, pero en Libia. Parece que su nuevo alegato es que su estrategia era correcta, con el pequeño detalle de que se equivocaron de país. No debemos permitirles que se salgan por la tangente. Una de las preguntas que se les hicieron repetidas veces antes de la guerra era: Ƒpor qué Irak? ƑPor qué se asignaba a Irak tan alta y urgente prioridad, si había muchos otros países en los que la evidencia de armas de destrucción masiva era mayor? Y de todos modos, la estrategia que dio resultado en Libia no fue la fuerza armada, sino el compromiso diplomático.
Hacia el final de su entrevista televisada de ayer, Paul Bremer aseguró que no importaba si llegamos o no a encontrar armas de destrucción masiva: de todos modos hicieron lo correcto al invadir Irak, aunque se hayan equivocado de razones. Tampoco podemos permitirles esa salida. La doctrina que fundamentó la invasión fue la afirmación del presidente Bush de que existía un nuevo derecho a la guerra preventiva. A quienes reivindicaron el derecho a atacar a Irak para acabar con una amenaza inminente no debe permitírseles que ahora, cuando no pueden encontrar esa amenaza, digan que en realidad no importaba. Si no había amenaza, lógicamente no había derecho a la guerra preventiva. Lo menos que George Bush y Paul Bremer nos deben a todos es sepultar la doctrina de la guerra preventiva, y hacerlo pronto, antes de que otro país en algún otro lugar del mundo la emplee como excusa para invadir a un vecino.
Tony Blair no ha intentado aún aducir que no importa si jamás encontramos armas de destrucción masiva, pero yo casi preferiría que lo hiciera en vez de seguir aferrándose a su enfermiza negación de la abrumadora evidencia en contrario. Lo extraordinario de su última exageración sobre la capacidad destructiva de Saddam es que haya tenido la suficiente confianza en sí mismo para incluirla en un mensaje de Navidad a los soldados británicos en Irak, quienes saben perfectamente que no han encontrado nada de la "masiva evidencia" en la que su primer ministro cree. Ellos, al igual que el Grupo de Investigación sobre Irak, han sido incapaces de desenterrar un solo agente químico o biológico, una sola cabeza explosiva, un solo sistema de lanzamiento. Sus oficiales han visto los reportes de los interrogatorios a los altos mandos militares iraquíes, que por separado pero en forma consistente han contado la misma historia: que las armas químicas y biológicas fueron destruidas en 1991 y jamás volvieron a producirse.
Es indigno del primer ministro, y preocupante para la nación, seguir creyendo en una amenaza que todos los demás pueden ver que fue una fantasía. Jamás recobrará Tony Blair su credibilidad si no deja de insistir en que tiene razón cuando el público sabe que no la tiene. Sólo se expondrá a repeticiones de la debacle de este fin de semana, en la que fue abofeteado por esos aliados de Washington que tan valiosos le parecen, quienes, ya han dejado atrás la simulación de que Saddam era una amenaza.
Es hora de los propósitos de Año Nuevo. Ahora que Tony Blair haga su lista podría comprometerse a reconocer que se equivocó cuando, de buena fe, creyó que Saddam tenía en verdad esas armas. Y luego podría prometernos que jamás volverá a comprometer tropas británicas en una agresión preventiva basada en algo tan impreciso como la información de inteligencia de una sola fuente. * Ex ministro británico de Relaciones con el Parlamento, quien renunció la víspera de la guerra en Irak, en marzo de 2003 © The Independent Traducción: Jorge Anaya
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