México D.F. Lunes 29 de diciembre de 2003
Más que dictar cátedras compartía
hallazgos, recuerda la asistente del escritor
Juan García Ponce jamás se vanaglorió
de su erudición: María Luisa Herrera
Aclara que el prolífico autor no dejó
inéditos porque difundía cuanto preparaba
CESAR GÜEMES
María Luisa Herrera, la heredera intelectual de
Juan García Ponce, con quien trabajó a diario durante prácticamente
los tres recientes lustros, accede a hablar para La Jornada luego
del fallecimiento del escritor. Generosamente, en la agencia funeraria
en la que se encuentra el cuerpo del literato, Herrera aclara, por ejemplo,
que no hay inéditos debido a la forma de trabajo del novelista,
quien publicó rigurosamente todo cuanto escribía; hace un
apunte en torno al destino de la biblioteca que atesoró García
Ponce y considera: "Sé que dijo y escribió todo lo que le
fue preciso. No se quedó con nada. Se sabía querido por la
gente, y que los muchos o pocos lectores de los que se hizo a lo largo
de la vida estaban pendientes de su labor. Vivió una buena vida
a pesar de lo que pueda pensarse".
La cremación del cuerpo del escritor se llevará
a cabo este lunes, en una ceremonia privada, en la que estarán presentes
sus hijos Mercedes y Juan García de Oteyza, quienes la tarde de
ayer volaron, la primera desde Oxford y el segundo desde Nueva York, hacia
México. Antes, durante la noche del sábado y la primera mitad
del domingo, acudieron a presentar sus condolencias diversas personalidades
del ámbito intelectual, entre quienes se cuentan: Alberto Castro
Leñero, Héctor García, Carlos Monsiváis, Rafael
Pérez Gay, Enrique Strauss, Juan Soriano, Helen Escobedo, María
Luisa Elío y Jaime Moreno Villarreal
El carácter de Juan García Ponce queda de
manifiesto en las palabras de María Luisa Herrera, una de las personas
que más y mejor lo conoció. A propósito de la determinación
con que el prosista encaró la existencia, dice: "Hizo siempre lo
que quiso, lo que deseaba. Esa fortaleza y esa vida que para muchos era
insufrible, para él no lo fue porque a la enfermedad opuso en todo
momento el placer que le brindaba la cercanía con las letras y la
pintura. El padecimiento quedaba siempre en segundo término''.
-Podemos decir que trabajó hasta el final.
-Sí, aunque el ritmo laboral, sobre todo en años
recientes, era más moderado. Escribía sólo dos horas
por día, aunque, como él mismo me explicó, esas dos
horas en realidad reflejaban muchas más en las cuales elaboraba
las ideas y las desarrollaba.
-Ya que escribía de manera constante y que usted
conoce su archivo mejor que nadie, ¿sabe de textos inéditos?
-No, no los hay. Quizá algún escrito pequeño
y suelto, perdido en algún cajón. Sé que no hay inéditos
porque todo lo que escribió tuvo muy rápida salida editorial.
Es muy importante decir que publicó sólo lo que quiso dar
a conocer. No guardaba para el día siguiente: lo que escribía
era para la imprenta casi de inmediato.
-Como heredera intelectual de Juan García Ponce,
¿qué le deja la cercanía que mantuvieron durante todos
estos años?
-Estoy consciente de que sé demasiado sobre Juan,
como él gustaba decir entre bromas y veras. Me quedo con el conocimiento
sobre su obra, la cual conozco al detalle. Mucha de la obra la leí
con él y otra la escribí con él, lo cual también
fue una experiencia magnífica. Ahora, además del escritor,
quiero rescatar la figura de Juan como persona, como ser humano sensible
y generoso. Supo ser muy buen amigo de sus amigos. Era un hombre bondadoso,
pleno de amor para quienes lo rodeaban. De manera personal me dio mucho
amor. Juan fue amable y siempre pendiente de las tribulaciones de los otros.
Me enseñó mucho sobre cultura y aunque era un erudito en
varios campos jamás se vanaglorió de ello, no presumía.
Enseñaba con el ejemplo y más que una cátedra lo suyo
era compartir sus hallazgos.
-Ya que era un hombre fuerte y previsor, ¿dejó
alguna instrucción respecto del destino de su biblioteca?
-No, en parte porque es una biblioteca muy singular, muy
personal. Cada libro que está en su casa tiene una poderosa razón
para formar parte de la biblioteca; nunca guardó ejemplares sólo
por su número. Debo decir, por lo mismo, que no es una biblioteca
de grandes proporciones; es una colección de libros que reflejan
al lector que fue Juan García Ponce. Muchos de los ejemplares están
anotados y gastados de tantas relecturas. La biblioteca está llena
de Juan.
-¿Tampoco expresó alguna preferencia para
su descanso?
-No precisamente, porque aunque no hablábamos mucho
del asunto, me comentó en varias ocasiones que le gustaría
que sus cenizas reposaran en el jardín de su casa. Pero como no
hay nada escrito al respecto, entonces esa decisión la tomarán
sus hijos, en cuanto lleguen al país. A propósito de los
objetos que le pertenecieron, sé que se preocupaba mucho por lo
que les pudiera ocurrir en el futuro a sus libros y sus cuadros, pero no
por el valor monetario, sino por el enorme aprecio que les tenía.
Confío en que sus hijos sabrán que hacer con ese patrimonio.
-Al parecer Juan García Ponce llegó al término
de su vida sin deberse nada a sí mismo.
-Nada. No hubiera permitido quedarse a medias. Sé
que dijo y escribió todo lo que le fue preciso. No se quedó
con nada. Se sabía querido por la gente, y que los muchos o pocos
lectores de los que se hizo a lo largo de la vida estaban pendientes de
su labor. Vivió una buena vida a pesar de lo que pueda pensarse.
Arriba, el prosista con su asistente María Luisa
Herrera, durante una entrevista con La Jornada en septiembre de 2002. Luego,
aspecto de las honras fúnebres en la agencia Gayosso de Félix
Cuevas la mañana del domingo. En la imagen se puede apreciar al
artista plástico Manuel Felguérez (con las manos a la altura
de las bolsas), amigo del escritor. Sobre estas líneas, fotografía
de los hermanos Juan y Fernando García Ponce que luce en la casa
del literato, en Coyoacán FOTOS CARLOS CISNEROS, YAZMIN ORTEGA
Y ARCHIVO DE LA JORNADA
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