México D.F. Lunes 29 de diciembre de 2003
Leon Bendesky
Fin de año
Estas son fechas en que se hacen recuentos de lo ocurrido y se fijan objetivos por cumplir el año entrante. Así, de modo cíclico, vamos acomodando la vida de manera que sea más tolerable, pues solemos juzgar los hechos que nos incumben usando una vara a nuestra medida, la misma que sirve para proponernos metas que puedan realizarse o, cuando menos, cumplirse con alguna satisfacción y evitar desilusiones graves. Pero es más difícil esta práctica cuando se aplica al país y la sociedad en que vivimos.
El año que termina parece ser de pocas satisfacciones en el terreno de los hechos colectivos y, como no somos Robinsones, hacemos de ellos también una valoración. Hay quienes, siendo puristas, exigirán que se haga de modo objetivo, y otros que admitirán una cuota de subjetividad. Como los buenos aderezos, el resultado dependerá de una afortunada combinación de los ingredientes.
Aquí podemos señalar cuando menos algunos hechos siguiendo la buena norma fijada por el camarada Engels. La economía mexicana tuvo un crecimiento raquítico con repercusiones negativas en la creación de empleos y la utilización eficiente de los recursos. Ello se expresa en los bajos niveles de la productividad, que en última instancia sostiene el proceso de generación de la riqueza. Hay, por supuesto, muchas razones por las que esto ocurre, pero una concierne a la estructura misma en que funciona ahora esta economía, que en buena medida se asocia con el tipo de las inversiones internas y externas y el comercio con Estados Unidos. Eso requiere de ajustes profundos en los sectores de la producción y el ordenamiento del territorio, de manera que se saquen ventajas duraderas de esta forma de integración regional. Aún no se emprenden.
México es un país de gente pobre, si se intenta una caracterización general derivada del hecho de que más de la mitad de su población vive en ese estado. Es inútil debatir el margen en que esa condición varía mientras no haya un cambio decisivo en el patrón para crear riqueza y distribuirla mejor. Lo demás servirá para consuelo de las estadísticas y la autovaloración de las políticas asistenciales del gobierno. Esta es una sociedad exportadora de personas que contribuyen más con la economía que la venta de petróleo, principal recurso natural con que se cuenta en el mercado.
La insuficiencia del ingreso que obtiene la mayor parte de la población se compensa con el menor crecimiento del nivel de los precios. La contención monetaria que aplica el banco central no es el componente principal del estado recesivo de la economía. Tampoco alienta la actividad productiva y se sujetan los precios en una situación de muy bajo crecimiento de la demanda. Aún no pueden comprobar las autoridades monetarias un argumento que les resulta favorito: la inflación alta es contraria a las condiciones de crecimiento sostenido del producto y, en cambio, una inflación baja alienta la expansión. Ese no es el caso en México, lo que se vincula con la fragilidad fiscal del Estado y con la fractura de los cimientos del sistema financiero.
Esta fractura es más profunda de lo que se admite: el crédito bancario prácticamente no existe y parte sustancial del presupuesto se sigue dedicando a saldar las cuentas de la quiebra del sistema en 1995. Además, como muestra de la endeble situación y la falta de memoria de los legisladores y de quienes votan por ellos, el esquema se ha consolidado presupuestal e institucionalmente.
El tema de las finanzas públicas es un buen ejemplo del pobre servicio que los mexicanos obtenemos de los partidos políticos. El debate presupuestal ha sido muestra cabal de cómo la sociedad puede ser rehén de los intereses particulares, tanto de los que se dicen cercanos a las necesidades de la nación como de aquellos que escenifican pleitos de tipo callejero y mezquindad meridiana. Ni unos ni otros expusieron clara y convincentemente que las medidas fiscales que proponen son las más convenientes; ninguno fue capaz de extender el horizonte de esta sociedad con acuerdos políticos serios. El ejercicio de la política quedó muy devaluado, casi tanto como el peso.
Por si fuera poco, los Pumas de la UNAM protagonizaron un fiasco futbolero del que aún habrá que recuperarse. El pasado partido frente al Toluca es digno de olvido. En el mejor espíritu universitario, el cuerpo técnico y los jugadores deberán poner la cabeza y, sobre todo, los pies en donde ponen la boca y dar una satisfacción a sus seguidores el próximo torneo.
De las complacencias que dejó el año, que cada quien proponga las suyas, que sin duda, las habrá. Para 2004, que, por si no se han dado cuenta no pinta tampoco nada bien, habrá que recomendar mucho trabajo, esperando que cuando acabe no nos demos cuenta de que estamos en el mismo sitio. Y, claro, un triunfo puma vendría muy bien.
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