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México D.F. Lunes 29 de diciembre de 2003
Javier Oliva Posadas
Sobre las condiciones de la alternancia
En este fin de año he tenido la oportunidad de leer y hojear algunos libros e incluso revistas sobre muy diversos temas. Por cuanto hace a los problemas sociales, políticos y económicos, la mayor parte tienen como referente principal la complejidad de la situación internacional y la interconexión (e interdependencia) de los problemas. Desde la evolución de los sistemas políticos hasta la catástrofe ambiental que se avecina es notable una percepción pesimista. Aun así, los ajustes en los sistemas políticos representan una veta de análisis de mucha utilidad.
En ese contexto me referiré al libro de Jorge de Esteban: La alternancia (Madrid, 1997). Teniendo como referente principal al caso de España, la tesis central es que en tanto el Partido Popular no sea derrotado y vuelva el Partido Socialista Obrero Español al gobierno no se habrá consumado la alternancia. Más allá de la polémica sobre si transición o no transición, el centro del debate es la construcción del nuevo sistema político, así como la responsabilidad que radica en la convergencia y aportación de los principales actores políticos.
Recientemente en México hemos observado un llevar y traer de acusaciones, descalificaciones, propuestas a medias, pero también el lento e incierto proceso de diseño de lo que serán (Ƒcuáles y cómo se adoptarán?) los contenidos del sistema político. Pero precisamente para llegar a tan promisorio puerto es aconsejable analizar las características de lo que en una alternancia en el Poder Ejecutivo, como la que vivimos, se requiere. Es cierto que los modelos o experiencias específicas de otros países pueden resultar lejanas o, de plano, ajenas a otra realidad, pero, como apunté al principio, la interconexión de los problemas y los debates permite un razonable margen de comparación.
La primera condición -señala nuestro autor- es contar con una sociedad relativamente homogénea. Es decir, que la polarización social, en cuanto a condiciones y expectativas en la calidad de vida no se convierta, a su vez, en el principal obstáculo para la democracia representativa, pues en la proporción de las expectativas de las mayorías empobrecidas sobre un mejor futuro (inmediato), las presiones sobre la aplicación de soluciones serán igualmente intensas.
Aquí la experiencia latinoamericana es, lamentablemente, muy amplia, sobre todo después de casi 30 años de políticas económicas depredadoras contra la sociedad y el medio ambiente. Pensar en una democracia cantonal suiza francamente sólo sirve para mesas redondas, coloquios, pronunciamientos, pero para mitigar pobreza y marginación no hay, en esa lógica, de dónde obtener soluciones. Así, la primera condición, es decir, una sociedad razonablemente homogénea para garantizar la estabilidad en la alternancia, México no la cubre.
La segunda es contar con un sistema parlamentario en el que partidos y programas tengan, en general, propuestas claras, precisas y jerarquizadas para hacer frente a los faltantes de la nación. Como se ha apuntado en otras ocasiones, en la medida en que el régimen presidencialista está diseñado para funcionar con mayorías, también es cierto que su contención puede darse a partir de una serie de puntos de confluencia entre las fuerzas políticas sin que ello implique pérdida de identidad ideológica y electoral.
El problema en el caso de México radica en que la disposición y madurez de miras de los actores se consume en los índices de popularidad del día. Pero, por si fuera poco, la dudosa consistencia e intensidad del debate ha propiciado que la población en general pierda interés o se aleje de todo lo que huela o signifique política (Segunda encuesta nacional de valores de la democracia). Así las cosas, el Congreso mexicano y el sistema político en general se encuentran en un escenario impropio: ni consistencia de los actores ni convergencia de propuestas, y poco interés ciudadano.
Finalmente, en un año electoral como 2004, en el que 10 gubernaturas habrán de renovarse y hacia noviembre se seleccionarán otros tres para las elecciones en otras tantas entidades en marzo de 2005 (13 gobiernos estatales en total), para el antiguo régimen el tercer año era de consolidación para el Presidente a la mitad del sexenio, luego de renovar su Cámara de Diputados. Las posibilidades de una sociedad más homogénea y de un Congreso más estructurado aparecen como aspectos secundarios, lamentablemente. Con todo, feliz y saludable 2004. [email protected]
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