México D.F. Martes 16 de diciembre de 2003
El internado, esperanza de formación o reducto de subversivos
"Yo soy hijo de los internados. Debo decir que parte de la primaria, la secundaria y la normal estuve internado. Primero fui a la escuela de Remedios, que está en el municipio de Ixmiquilpan, pero como los estudiantes nunca se manifestaron se cerró antes de los ochenta. Luego estudié en la secundaria técnica número 3, ubicada en la comunidad de El Saucillo, Huichapan, que también fue cerrada. Y finalmente me hice maestro en la escuela de El Mexe.
"Para mí la normal representa una esperanza de formación y de estudio. En el municipio (Francisco I. Madero) tenemos una preparatoria que, más que escuela pública, parece privada por las cuotas que cobra. Por eso digo que el internado de El Mexe no debe desaparecer."
Son las palabras de Aurelio Aquino, egresado de la normal hidalguense y actual delegado del pueblo de Lázaro Cárdenas -contiguo a la normal de El Mexe-, que como miles de maestros tiene un recuerdo especial de sus días en el internado.
Por décadas el sistema de internado ha estado en la mira de los gobiernos federal y estatales, tanto por su costo como por las condiciones propicias para la organización estudiantil y el activismo político en cada uno de los 16 planteles.
El gobierno de Sonora asegura que cada alumno de la normal rural de El Quinto representa 56 mil 800 pesos anuales, mientras un estudiante de cualquier otra normal cuesta 14 mil pesos al año. Adalberto Dueñas, egresado de El Quinto y director del Centro Pedagógico del Estado de Sonora (CPES), dice que es necesario revisar el sistema de internado, porque "no podemos decir que funciona de maravilla".
El reglamento, puntualiza, fue hecho para adolescentes y ahora muchos de los estudiantes están casados. "Por eso algunos jóvenes que viven cerca no se quieren quedar a dormir en la escuela." De ahí que las autoridades educativas de Sonora pretendan hacer un estudio del modelo para analizar la viabilidad de sustituirlo por una beca.
Pero los egresados están en desacuerdo con esas propuestas. Erick Treviño, ex dirigente estudiantil de El Mexe, dice que el internado no sólo garantiza comida, alojamiento y servicios asistenciales a los alumnos, sino también los forma para trabajar en las condiciones más adversas.
"Los muchachos, la mayoría salidos del campo, llegan tímidos y miedosos a la escuela y regresan a sus casas sabiendo muchas cosas. En el internado se enseña a ser responsable y no he encontrado otro lugar donde haya tanta solidaridad. Para mí es la escuela de la vida, no nada más la normal rural."
Estos centros educativos constituyen verdaderos "espacios de formación política". Para empezar, todos los alumnos pertenecen a la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM) y en cada plantel se agrupan en un comité estudiantil cuyos integrantes son elegidos en asamblea. El comité se divide en 30 carteras, las dos principales son la secretaría general y la presidencia del comité de orientación política e ideológica (COPI), este último dedicada a difundir textos de marxismo-leninismo.
La organización estudiantil es vital en el internado. Erick Treviño la considera una necesidad. "Podría decir que si el comité no cuida la disciplina nadie lo va a hacer, porque los directivos quieren que desaparezca el internado y se dedican a integrar un libro negro".
Además de la formación política los jóvenes adquieren conocimientos del campo. Escuelas como la de El Mexe, Hidalgo, y Tamazulapan, Oaxaca, arriendan sus tierras, pero reservan a los jóvenes algunas actividades, como son la limpieza de los terrenos y la cría de cerdos y borregos. El problema, señala José Luis Cruz, profesor de la normal de Oaxaca, es que estas tareas muchas veces son utilizadas para "castigar" a los compañeros que no cumplen los códigos disciplinarios.
Frente a este panorama, maestros normalistas reconocen que conviene revisar el sistema, pero no desaparecerlo. "Ningún internado se puede cerrar si antes no se discute un proyecto alternativo", afirma el investigador Pedro Medina. CLAUDIA HERRERA BELTRAN
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