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México D.F. Lunes 15 de diciembre de 2003
Carlos Montemayor
Poesía, humanismo, educación
Las palabras ''poesía'' y ''humanismo'' guardan ciertas analogías, pero su historia es diferente. La primera voz es griega, y aparece con sus derivaciones poema y poeta durante el esplendor de la poesía lírica, en la Grecia del siglo sexto antes de Cristo. En Homero la palabra poeta aún no existía; los hacedores de cantos y sus ejecutantes (no era posible entonces diferenciarlos) se llamaban aedas, ''cantores'' y, no lejos de ser considerados divinos, cantaban, como Aquiles en su retiro, principalmente historias de héroes: klea androon. Por la descripción homérica del escudo de Aquiles sabemos de otros cantos: para bodas, para labranza, para danzas.
Después de una larga y abundante vida, el canto mismo produjo la fijación de sus nombres: poesía (poiesis), de "hacer", de "crear"; poema (poiema): "acción", "obra", "la cosa hecha", "creada", "conformada"; poeta (poietés): "el hacedor", "el conformador", "el que hace", alguien diferente ya del cantante, del compositor de la música, del coreógrafo de la danza y del director (especialmente en la poesía coral) de los grupos o coros. Para ese momento, la poesía participaba de conocimientos religiosos, políticos, heroicos y agrícolas; también del afán por conocer al hombre y a la mujer que no eran semidioses, gobernantes ni potentados, pero que como pastores o seres solitarios y callados, lujuriosos y cobardes, como seres sencilla, irreparablemente humanos, estaban ya ocupando ese espacio naciente de la poesía lírica.
Este universo literario no era sólo un conocimiento de la vida, sino la conformación, la madurez, la vitalidad de una lengua, y con ello, la conformación de una conciencia de pueblos, de una identidad social sólidamente amalgamada en las palabras que habían brotado de Homero, de Hesíodo, de Safo, de Esquilo, de Eurípides. Quiero decir que el surgimiento del vocablo poesía fue paralelo a la madurez expresiva del idioma, a la conformación de una identidad de los pueblos griegos y a la creación del concepto de individuo, en la literatura, la filosofía moral y la política. De estos tres elementos primordiales proviene la riqueza de la poesía griega: no son sólo palabras sin conciencia de vida, ni sólo obras sin compromiso con los pueblos, ni sólo piezas admirables sin la transformación del idioma de esos pueblos. De esta amplitud deriva la cultura griega clásica; de esta amplitud tomamos, quizás, cada siglo, la ración de verdad que a nuevos poetas hace dignos, hace humildes, hace verdaderos.
En la lengua latina comenzó a originarse el sentido que siglos después se consolidó en el término humanismo. Humanitas significaba en latín "humanidad", "naturaleza o condición humana". Cicerón se refirió a los studia humanitatis ("bellas artes" suelen consignar algunos diccionarios) como los conocimientos o disciplinas necesarias para la educación del ser humano, para que éste fuera, en su excelencia interna, mental, social, plenamente humano. Esta orientación latina equivaldría, por ello, al griego de paideia. Como contenido de educación y comprensión cabal en cuanto seres humanos, designa, entre los primeros letrados del Renacimiento, una amplia área de conocimientos que coincide con la tradición educativa medieval y con los valores prevalecientes en la época clásica latina. La posibilidad de sentirse unidos aún por la misma excelencia de esa historia, la posibilidad de asentar los pies firmemente en ese origen, convertía a los studia humanitatis en una propuesta de cultura y civilización. En ese momento aparece el vocablo que designará al cultivador de esos estudios: humanista.
Tales estudios comprendían la gramática, gradualmente escindida de la literatura; la poesía, que suponía el estudio y la imitación de los poetas latinos, lo que explicará el surgimiento de la producción neolatina; la retórica, que suponía también el estudio y la imitación de los prosistas latinos; la historia, que incluía el género oratorio, y la filosofía moral. El cultivador de estos estudios fue llamado en el Renacimiento humanista, pero también, a veces, e indistintamente, poeta. Cuando Petrarca es coronado en el Capitolio como poeta, no lo fue por representar el específico valor que a la palabra se le dio en Grecia o en nuestro romanticismo: no se le coronó por sus poemas líricos, sino en el sentido de humanista, de filósofo moral, de cultivador de la lengua latina. Petrarca fue el poeta que al lado de sus obras líricas representaba entero el valor humanista en la epístola, en el discurso, en el ensayo, en la investigación literaria y filológica. Es decir, el poeta integrado en un orden de cultura y de civilización donde resulta imposible diferenciar sus mundos, sus compromisos, sus fronteras. No una obra de individuos aislados, de hombres de talento; una obra de idioma, de estudios, de pueblos.
Por último, en el siglo XIX aparece la palabra humanismo ya no con el sentido que tuvo para Cicerón y Aulo Gelio, o para los humanistas del Renacimiento, sino como una perspectiva filosófica que en una amplia y compleja gama de escuelas propone, a partir de la persona humana o de la sociedad libre y abierta, la transformación, la humanización del pensamiento, de las sociedades o de las ciencias.
Esta polivalencia del moderno concepto de Humanismo ha permitido quizás una especie de amnesia: no ver ya las humanidades como parte de la educación necesaria de toda persona en cuanto poseedora de una dignidad humana, en cuanto al ser humano que es o debiera ser, sino contrapuesta, como un universo de conocimiento diferente, al universo tecnológico o científico. A partir de esta contraposición se confunden las direcciones posibles del humanismo en su carácter de educación humana, de paideia, de construcción cultural de los pueblos, y los conocimientos científicos y técnicos que ahora nos empeñamos en considerarlos insertos en otro orden de acción humana.
En general, la contraposición de ciencias y humanismo es un planteamiento imposible; deberíamos hablar de la concurrencia de ambos, no de naturalezas excluyentes: una es el intento de forjar un conocimiento peculiar del mundo, un proceso científico y tecnológico; otra, el único camino posible para la educación del hombre en cuanto ser humano, en cuanto ser social. Sobre todo ahora, cuando cada vez más la ciencia y la tecnología producen resultados que no son vistos como conquistas del espíritu humano, sino como patentes comerciales de empresas trasnacionales.
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