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México D.F. Sábado 13 de diciembre de 2003
Marta Tawil
Autocracias
Luego de la caída del régimen de Saddam Hussein, provocada por el ejército anglo-estadunidense, han surgido múltiples interrogantes acerca del futuro de los regímenes del mundo árabe y musulmán. El escenario posbélico en Irak deja entrever que, contrariamente a la visión mesiánica de los estadunidenses, la autocracia en los países árabes tiene múltiples facetas, y que la caída de Hussein, o las constantes amenazas de Estados Unidos e Israel a otros países de la región, tienden a fortalecer el autoritarismo de sus regímenes más que a facilitar sus procesos de democratización y/o liberalización.
Desde esta perspectiva, la reciente publicación en Francia de los textos compilados de Daniel Brumberg, politólogo de la Universidad de Georgetown, sobre las transformaciones políticas del mundo árabe, resulta pertinente, dado el momento crucial por el que atraviesa la región. Brumberg, quien también preside la Fundación para la Democratización y el Cambio Político en Medio Oriente y es miembro de la fundación Carnegie Endowment for Peace, presenta en sus escritos un análisis histórico comparativo de las estrategias e instituciones de las que los líderes de Egipto, Argelia, Túnez y Siria se han valido para evitar los retos y peligros inherentes a toda reforma política o económica importante. Brumberg subraya cómo la herencia de una relación Estado-sociedad particular influye sobre las probabilidades de transición a sistemas políticos y económicos más abiertos. Así, su descripción de las prácticas de los regímenes árabes que toma como ejemplo permite establecer nexos comparativos con las prácticas corporativistas y clientelistas de los países latinoamericanos, o con los procesos de transición a la democracia de las naciones del este europeo.
Sin embargo, la particularidad de muchos países árabes reside en los efectos paradójicos de lo que Brumberg denomina las "estrategias de supervivencia" de sus regímenes; esto es, las respuestas mínimas a las demandas de reforma, que pueden significar una apertura interna superficial, pero que esquivan los cambios estructurales que implican compartir el poder. Con apariencia de democracias, estos regímenes son en realidad "autocracias pluralistas" que, al tiempo que refuerzan la despolitización de sus sociedades, se ven amenazadas por una nueva fuerza de oposición organizada: los grupos islamitas radicales, los cuales se alimentan de la atmósfera de frustración y marginación de diversos grupos sociales.
Así, cuando Egipto, Túnez y Argelia decidieron abandonar sus estrategias de supervivencia y realizar ajustes estructurales de envergadura, enfrentaron la oposición de los aparatchiks del partido, de agrupaciones de interés corporativistas y de los islamitas. Por su parte, Siria puso sus barbas a remojar y adoptó una estrategia de supervivencia tan corta (la denominada "primavera de Damasco") que no dio tiempo suficiente para que los efectos negativos en el plano social y de relación de fuerzas se manifestaran.
Si bien omite hablar del alto gasto en armamento que los países árabes destinan frente a las amenazas externas que perciben, Brumberg reconoce que la resolución del conflicto árabe-israelí es la condición necesaria tanto para moderar los efectos explosivos de cualquier intento de liberalización, como para imprimir perdurabilidad a las políticas de democratización. Sin ofrecer ejemplo alguno, Brumberg denuncia los "temas xenófobos de los que tanto gustan los ideólogos árabes", así como la política deliberada de los sistemas escolares árabes y de la cadena televisiva Al Jazeera de transmitir en sus reportajes una imagen ''diabolizada de Israel y los judíos''. Así, exhorta a los islamistas y la clase dirigente a adoptar "una visión más plural de la comunidad política en la que el Estado no es el garante de una visión particular de la identidad religiosa". Por alguna razón, evita extender esa recomendación a Israel.
No obstante esas omisiones, el argumento de Brumberg contribuye a explicar el aparente inmovilismo de los países y las sociedades árabes en momentos de crisis como la actual. Paralelamente, enriquece la perspectiva de la relación "maestro-discípulo" que Abdellah Hammoudi expusiera en su célebre ensayo sobre la génesis, la estructura y las bases del autoritarismo en las sociedades árabes contemporáneas. La lectura de Brumberg pone de relieve la gran disyuntiva: si bien es claro que dicha relación no puede mantenerse indefinidamente bajo los parámetros antiguos, los regímenes árabes no se deciden a una democracia auténtica basada en una integración del Estado y la sociedad, sin que se abra la puerta a los islamitas y se rompa el frágil equilibrio interno. La disyuntiva es aún más patente frente a la política agresiva de Estados Unidos, indiferente hacia las preocupaciones de los estados y las sociedades árabes. Sin duda, Afganistán es para ellos la prueba reciente que ilustra la contradicción de las promesas y del discurso político de Estados Unidos con la realidad.
Daniel Brumberg. Moyen Orient. L'enjeu démocratique. París: Michalon, 2003. 133 pp.
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