Ultimo día de la Feria Internacional del Libro

Los lectores cazan remates y los fondos hacen cuentas

ERICKA MONTAÑO GARFIAS ENVIADA

Guadalajara, Jal., 7 de diciembre. Con puntualidad inglesa, a las nueve de la noche se apagan las luces en la sede de la Feria Internacional del Libro, llueva, truene o relampaguee. Entonces comienza la salida de quienes recorrerieron la feria de pasillo en pasillo, de editorial en editorial, de libro en libro.

Algunos con bolsas de plástico en las manos con la compra del día; otros, en su mayoría estudiantes adolescentes, con una enorme cantidad de folletos, papelitos, papelotes y todo lo que pudieron conseguir de manera gratuita para poder comprobar a sus maestros que asistieron al encuentro libresco. Su objetivo no fue sumarse a las estadísticas de nuevos lectores, sino cumplir con la tarea.

Este domingo, último día de la Feria Internacional del Libro, las cosas fueron más radicales: había que recorrer la mayor cantidad de metros posible a la cacería de ofertas. En un estand se anunciaba 30 por ciento de rebaja, en otro 20 por ciento; hay mesas con distintos títulos que van de 20 pesos -novelas y libros de bolsillo- a 200 -los textos técnicos-. A unos pasos de los best-sellers de los grandes sellos editoriales triunfan los libros de autoayuda y horóscopos (no en vano se acerca el fin de año y hay que conocer lo que depara el destino para 2004).

Las editoriales se preparan para hacer cuentas. En algunos casos las ventas de los libros terminan empatadas con los gastos para tener presencia en la FIL. Para otros las cosas fueron mejores y registran ganancias.

La caminata cansa, así que cualquier escalón o espacio cercano a la pared se convierte en el sitio ideal para tomar aire, hacer un recuento de lo comprado y lo gastado, contar las monedas y decidir si alcanza o no para otro libro.

Los escalones también se transforman en restaurantes, porque las sillas y las mesas no son suficientes. En los locales de alimentos hay de todo: baguetes con queso, jamón, atún, tostadas, tacos y tortas ahogadas, que tras el recorrido por los pasillos, que a veces se antojan interminables, resultan verdaderos manjares. Refrescos, cervezas y alipuses de distinta calidad y cantidad completan el banquete. Los más precavidos llevan sándwiches y agua para no gastar de más.

Pero a la feria no sólo se va a buscar libros o el autógrafo del escritor famoso, también se pueden comprar rompecabezas, cómics, juguetes didácticos para niños, atriles para colocar libros en posición correcta, artesanías, tazas, libretas, directorios, cuadernos para colorear, calendarios con las pinturas de Van Gogh, Dalí, Miró, o con fotografías de perros, gatos, flores y bebés, y hasta joyería en plata.

Los pasillos de la FIL también se convierten en una pasarela interminable con la última moda juvenil reducida en el caso de las adolescentes a dos prendas: tops y pantalones de mezclilla, o cualquier material que permita enseñar un poco arriba y otro poco abajo del ombligo, centro en el que coinciden las miradas convirtiendo en bizcos temporales a los del género masculino.

Poco a poco las editoriales y los distintos expositores comienzan a empacar lo que no se vendió y a desmontar los locales: se acercan las nueve de la noche, hora en que las luces se apagan.