LETRA S
Diciembre 4 de 2003
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Editorial
 
 

Cada primero de diciembre asistimos a una danza de cifras sobre el impacto de la pandemia de sida en el mundo y en nuestro país. En México, de un lado se insiste en minimizar el impacto del problema y, por el otro, llueven las advertencias catastróficas. Esta guerra de cifras y declaraciones impide acercarse con mayor objetividad al problema. El sida no está aún bajo control, como suelen sugerir las cuentas alegres del gobierno, pero tampoco se ha disparado, como señalan algunas voces alarmistas. Lo cierto es la falta de datos confiables, mientras no se abata el subregistro de los casos y se desconozca el número real de infectados, no podrá establecerse a ciencia cierta el verdadero impacto de la epidemia. También sorprende la ausencia de datos que den cuenta de logros alcanzados en el terreno de la prevención de la transmisión sexual del VIH. Luego de dos décadas de trabajo preventivo, no sabemos cuál ha sido su eficacia.

Entre la lluvia torrencial de números terroríficos hay, desde luego, motivos para el optimismo. El avance logrado en la cobertura de la demanda de tratamientos y en la atención integral de las personas que lo padecen es innegable. Además, también presenciamos el involucramiento de nuevos actores en el combate a la epidemia, como el caso destacado de algunos legisladores. En este sentido, la reunión del presidente Vicente Fox con representantes de las redes de organizaciones civiles es, sin duda, un signo positivo. Su compromiso de presidir las reuniones del Conasida dará a este padecimiento un lugar prioritario en su gobierno, lo que obligaría a algunos miembros renuentes de su gabinete a entrarle al asunto. A los y las representantes de las redes de ONG participantes les tocará dar seguimiento cabal a los compromisos ahí asumidos, para asegurar que la reunión con el presidente tendrá un impacto real, más allá de tomarse la foto.