Editorial
Cada primero de diciembre asistimos a una danza
de cifras sobre el impacto de la pandemia de sida en el mundo y en nuestro
país. En México, de un lado se insiste en minimizar el impacto
del problema y, por el otro, llueven las advertencias catastróficas.
Esta guerra de cifras y declaraciones impide acercarse con mayor objetividad
al problema. El sida no está aún bajo control, como suelen
sugerir las cuentas alegres del gobierno, pero tampoco se ha disparado,
como señalan algunas voces alarmistas. Lo cierto es la falta de
datos confiables, mientras no se abata el subregistro de los casos y se
desconozca el número real de infectados, no podrá establecerse
a ciencia cierta el verdadero impacto de la epidemia. También sorprende
la ausencia de datos que den cuenta de logros alcanzados en el terreno
de la prevención de la transmisión sexual del VIH. Luego
de dos décadas de trabajo preventivo, no sabemos cuál ha
sido su eficacia.
Entre la lluvia torrencial de números terroríficos
hay, desde luego, motivos para el optimismo. El avance logrado en la cobertura
de la demanda de tratamientos y en la atención integral de las personas
que lo padecen es innegable. Además, también presenciamos
el involucramiento de nuevos actores en el combate a la epidemia, como
el caso destacado de algunos legisladores. En este sentido, la reunión
del presidente Vicente Fox con representantes de las redes de organizaciones
civiles es, sin duda, un signo positivo. Su compromiso de presidir las
reuniones del Conasida dará a este padecimiento un lugar prioritario
en su gobierno, lo que obligaría a algunos miembros renuentes de
su gabinete a entrarle al asunto. A los y las representantes de las redes
de ONG participantes les tocará dar seguimiento cabal a los compromisos
ahí asumidos, para asegurar que la reunión con el presidente
tendrá un impacto real, más allá de tomarse la foto.