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México D.F. Martes 2 de diciembre de 2003

La periodista presentó su libro de relatos Tlapalería en la FIL de Guadalajara

Deplora Poniatowska que en México los libros sean tan caros

Debemos fomentar en el país el hábito de la lectura y no se hace, advierte Critica la escritora que la violencia en el cine y la televisión aniquile la curiosidad innata del niño por los cuentos

MONICA MATEOS-VEGA ENVIADA

Guadalajara, Jal., 1° de diciembre. Las manos y el corazón de Elena Poniatowska están llenas de historias. Algunas se transforman en reportajes, en novelas o en cuentos que la hacen feliz porque al escribirlos, afirma, ''me meto en otro mundo por unos días, a veces hasta por un mes. Me gusta que para un solo cuento investigo y tengo que resolverlo en pocas palabras".

La periodista y escritora presentó Tlapalería esta tarde en el contexto de la versión 17 de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, libro de cuentos editado por Era que contiene ocho narraciones, la mitad de lo planeado originalmente.

Borrar sin temor

En entrevista con La Jornada, Poniatowska explica que decidió no publicar los 16 cuentos porque quería que el libro fuera económicamente accesible a los estudiantes, pues ''es una lástima que en México los libros sean caros. Claro, lo son también en otros países, pero en el nuestro deberíamos fomentar la lectura y no se hace. Es muy triste, porque lo más valioso que podemos darle a nuestros hijos es la cultura, enorme e importantísima, que tenemos".

Poniatowska deploró también que esa curiosidad innata del niño por los libros de cuentos, por leer y aprender, se aniquile debido a la violencia que los pequeños ven en la televisión y el cine: ''Las escenas fuertes de las películas a veces matan todas las emociones de ternura, sutiles o poéticas, o las que tienen que ver con la intimidad, porque de repente están mirando sangre, golpes, faltas de respeto".

Para la narradora, terminar un cuento ''redondito" es algo que la hace sentir ''gratificada y agradecida", pues ''hay que sintetizar en pocas palabras cosas que podría decir en miles y miles de páginas. Es a lo largo del tiempo como una se libra de la tentación de ofrecer muchos detalles, para dejar al cuento como un arbolito escueto, sin hojas, despojado de todo".

-¿Qué tanto le ayuda el oficio periodístico a la hora de escribir cuentos?

-A mí, el oficio periodístico me ayuda para todo. Pero también pienso siempre que necesito investigar, y a veces no se necesita investigar, a veces tanta investigación mata al cuento porque se meten demasiados detalles, mucha información. Entonces disfruto mucho escribir cuentos, porque me fascina cortar. Disfruto mucho seleccionar un párrafo, oprimir esa tecla que lo hace desaparecer. Escribo tanto, tanto, que no me da nada de miedo borrar. Cuando era periodista en El Día, una vez nos hicieron una crítica acerca de nuestra manera de escribir. A mí me colocaron un papel de baño, desenrollado, que iba de mi lugar hasta la puerta de la calle, y me dijeron: ''Así son sus artículos".

Impronta de lecturas francesas

-¿Cuáles fueron los primeros cuentos que leyó?

-Mi formación es de niña francesa; había unos libros rojos de una señora que se llamaba Condesa de Segur que escribía Las desgracias de Sofía o Las niñas modelo. Se me grabaron mucho mis lecturas francesas, me marcaron. Recuerdo, también, que leía cosas que tenían que ver con la religión, por ejemplo, acerca de San Tarsicio, me llamaba mucho la atención porque iba cargando las hostias, no sé si le llevaba la comunión a alguien, pero había unos niños malos que lo atacaban a pedradas y lo mataban, luego, a él las hostias se le metían en el corazón. Eso me gustaba.

''Fue en 1953 cuando empecé a leer cuentos mexicanos, los primeros fueron de Juan José Arreola y Juan Rulfo; también leí de Horacio Quiroga y cuentos de hadas."

-Y a sus hijos, ¿qué cuentos les contaba?, ¿o se los inventaba?

-Les leía y les inventaba. Por ejemplo, el de un león que era azafata. Venía en un avión y sobrevolaba Africa. De repente le llegaba el llamado de la selva y el león empezaba a festejar, se le saltaban todos los botones, se le salía la cola y se le alborotaba la melena que tenía tan bien peinada. Empezaba a rugir por los pasillos. El avión tenía que aterrizar y los pasajeros se morían de miedo.

''También les gustaba otro, de una niña pobre que era vendedora de nubes. Venía a verla un político que quería una nube para su publicidad, venía una señora burguesa que quería una nube para su jardín, y así varios personajes que querían las nubes por alguna razón especial. Finalmente, claro, la niña le vendía la nube a un pordiosero.

''Algunos de estos cuentos me los publicó Mariana Yampolsky, cuando se inició el programa de los Libros del Rincón de la Secretaría de Educación Pública."

-A quién es más fácil contarles historias, ¿a los niños o a los adultos?

-Siempre es más fácil la relación con los niños, porque a los niños no les tiene uno miedo y son muy pacientes, muy abiertos. Pero, con el transcurso del tiempo, uno escribe para una comunidad espiritual, para gente con la que se sabe que hay afinidad. Pueden ser cinco o seis personas. A raíz de La noche de Tlatelolco empecé a pensar que mis lectores son los muchachos y muchachas que veo en las conferencias.

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