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México D.F. Martes 2 de diciembre de 2003
Javier Oliva Posadas
Añoranzas del autoritarismo
Dentro de las lecturas e interpretaciones que tiene el proceso de ajuste y crisis en el PRI y su representación en la Cámara de Diputados, quisiera agregar la referente a las nuevas formas de procesar los conflictos. En efecto, en la evolución del sistema político, las estructuras, su concepción y diseño, al igual que las conductas que los refuerzan, hoy a todas luces no encuentran el espacio propicio para ser aplicadas como lo fueron durante décadas. Y esto no es privativo ni del PRI ni del propio sistema.
Hace menos de un mes, el diputado Thomas Hage fue removido del liderazgo del Partido Conservador en Inglaterra, y sí, fue una crisis, pero esto atendió a las necesidades de ese partido para hacer frente al hasta ahora imbatible primer ministro Anthony Blair, del Partido Laborista. En la tradición del trabajo parlamentario, la remoción, mediante distintas vías, de coordinadores y líderes, es una práctica frecuente, pero no así en México. El origen autoritario del sistema político en nuestro país permite incluso explicar por qué medios de comunicación y analistas sobrevaloran o sobredimensionan la situación que vive la fracción del PRI en San Lázaro.
Es una situación inédita, como también es la etapa misma que vive el quehacer político, en este caso, legislativo. Aquí se debe atender a que el PRI es un partido que desde hace poco más de 30 años ha carecido de una estrategia de largo aliento que le permita la renovación de su discurso, estructura, cuadros, lo que le podría permitir la búsqueda de nuevos votos para las elecciones locales y federales por venir. Siendo los mismos actores, pero en muy diferentes circunstancias, la escuela bajo la que durante generaciones se operaba en el PRI y en el sistema político en general parece haber llegado a su fin. E insisto, no es un asunto de los priístas: es una forma de concebir y hacer la política.
La escasa tradición de deliberación y argumentación aún no tiene la suficiente fuerza para desplazar tentaciones impositivas. Tanto el PAN como el PRD se encuentran más preocupados por el perfil de los aspirantes a la candidatura presidencial que por el proyecto mismo. Y no hay nada más cómodo que delegar al líder la responsabilidad de la conducción del proceso y la toma de decisiones. Pero en estas circunstancias, las exigencias para los actores políticos son dos. Por una parte, tienen que mudar sus conductas y ajustar sus apreciaciones; por la otra, deben incorporar procesos de argumentación que respondan a los nuevos desafíos y riegos para el país. Precisamente es en este momento de añoranzas del autoritarismo, ámbito en el que no hay lugar a la crítica ni a la propuesta, cuando se agotan en sí mismos prestigios y perfiles. No debe causar sobresalto ni extrañeza respecto de los contenidos de las etapas del proceso en sí mismo; lo que hay que analizar detenidamente son las formas bajo las cuales se procesan los conflictos y los presupuestos con los que se toman decisiones.
La situación que vive el PRI, principal partido político nacional, es consecuencia de una evolución (Ƒo involución?) que apunta hacia la incorporación de renovadas formas de estructurar y argumentar proyecto y plataforma electoral. Es cierto que todos los partidos políticos observan cambios, escisiones, rupturas, pero todo eso no tiene tanto impacto negativo como rehusar la modificación de conductas que ya no responden ni resultan efectivas para la consolidación de una imagen ante la ciudadanía, que es el tema central, preocupación y motivo de existencia, pues sin votos ningún partido político existe.
Para orientar las siguientes paradas en el sistema de partidos políticos, éstos requieren de una profunda y exhaustiva revisión de sus estructuras, procesos de comunicación interna y externa, pero principalmente deben reconocer, aunque sea una obviedad, que la dinámica ciudadana y de representación es diferente, por lo que la consigna debe ser sustituida por el argumento.
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