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La astucia
de la razón pura y la revolución de las mujeres
Ximena Bedregal
El número de noviembre del suplemento Triple Jornada, La Insurrección
en Bolivia ¿Y las mujeres qué? ha causado más de
una reacción. El domingo 9, Guillermo Almeyra
le dedicó su columna dominical en La Jornada en la que, cual maestro
que trata de enseñarle a quienes él supone que no saben,
nos explica lo que son las revoluciones y cómo se dan sus procesos;
aclara lo que es la política, tratando de sacarnos de la confusión
que cree tenemos entre política y testosterona, y no escatima esfuerzos
para hacernos comprender lo que nos pasa a nosotras las mujeres durante
y después de las revoluciones (ya ve usted que las mujeres nunca
sabemos lo que nos pasa si no nos lo dice alguien con capacidad para simbolizar
¿un caballero? y menos aún podemos transformarlo en conceptos,
teoría o acciones políticas) y además nos señala
cómo debemos posicionarnos, ya que ¡como somos pura 舠impaciencia舡!
no logramos diferenciar bien a bien cuales son los 舠verdaderos adversarios舡
y se siente en la obligación y con la autoridad de advertirnos
que no estamos ubicando al tan famoso enemigo principal y 舠apuntamos
hacia otro lado舡.
El escrito de Guillermo es una renovada pieza maestra de la vieja deslegitimización,
paternalismo e invisibilización que la lectura masculinista del
mundo y sus teorías, practica hacia el pensar y el hacer de las
mujeres, en especial si éstas son feministas y cuestionan la lógica
misma de la macrocultura de los últimos tres mil años, donde
las más bellas utopías, sus revoluciones y sus logros se
limitan casi únicamente a cambiar los sujetos de poder, manteniendo
la idea y la práctica de las jerarquías, la eliminación
del otro y la lectura lineal y metafísica del mundo.
Para los revolucionarios, como buenos hijos varones de Hegel y Marx, lo
ya pensado adquiere el carácter de fundamentación, por lo
tanto lo que les enseñaron las revoluciones patriarcales (momentos
de transformaciones donde los varones han visualizado e instalado nuevos
futuros para ellos y su patrimonio, incluidas en este las mujeres), son
los momentos cumbre de ese espíritu en el que se basan para seguir
pensando, actuando y enseñándonos lo que es la revolución;
pero se les olvida que para nosotras 舑esa otredad que verbalizó
Simone de Beauvoir- la vida se trata de lo no pensado, lo no simbolizado.
Más de algo nos enseñó a las mujeres, por ejemplo,
el que la revolución francesa mandara a la guillotina o al exilio
a las revolucionarias por cuestionar su idea de ciudadano; el que pasaran
100 años antes que las mujeres tengan derecho a la educación;
150 años antes de que pudieran votar y 200 años antes de
que los Derechos del Hombre fueran, al menos, Derechos Humanos. Para el
doctor Almeyra es irrelevante que la revolución rusa abriera las
líneas de trabajo a las mujeres poniéndoles sobre sus hombros
la doble y triple jornada y que 舑en plena era de la píldora
anticonceptiva- hiciera del aborto el único método de control
de su fecundidad, o le resulta irrelevante y fuera de toda posibilidad
de teorización diferente, que la revolución china le quitara
las vendas a los pies de las mujeres pero estableciera 舑por razones
de Estado- la obligatoriedad del hijo único, lanzando el más
brutal de los feminicidios de la historia humana ¿En su lógica
de esto se trata la 舠dialéctica dirección bases舡
que tan académicamente menciona? ¿Alguna revolución
se planteó siquiera el valor del trabajo doméstico?
Para la versión patriarcal de la historia, que pretenden seguirnos
haciendo creer que es también la nuestra, las mujeres debemos estar
felices con su suposición de que son sus procesos revolucionarios
los que nos 舠llevan al primer plano en la lucha舡 y nos permiten
舠rediscutir nuestro papel舡, olvidando que el primer plano
siempre se lo han adjudicado ellos y que lo que hace que las mujeres rediscutan
su papel es el propio pensamiento y la voz de las mujeres generados a
contramano de los revolucionarios y sus revoluciones; de allí que
siempre nos salgan con la cantaleta de que confundimos al enemigo principal.
Para las revoluciones y los revolucionarios patriarcales quién
no sigue su razonamiento, pretendidamente científico, está
siempre desviado: 舠apuntan a otro lado舡. Siempre mandan obedeciendo-les.
El antagonismo de puros e impuros es propio de su mirada del mundo. Dicotomía
que las mujeres conocemos muy bien desde que inventaron la de madre -
puta. Si aceptas la pureza de sus ideas con su subsecuente 舠revolución
impura舡, (producto de una suerte de raptus de irracionalidad revolucionaria),
te ponen la estrellita en la frente con nombre de 舠cuadro舡
revolucionario sin oír siquiera que no queremos más ser
cuadros de sus fracasos históricos porque para cuadros ya hemos
adornado por siglos las paredes de sus galerías, oficinas, despachos
de guerra y libros de historia. Si no, que se lo pregunten a las nicaragüenses
o las mismas heroínas que se mencionan.
En su pretendida lección el profesor Almeyra al parecer no se da
el trabajo de mirar lo que las propias mujeres han historizado, reflexionado
y teorizado de sus ideologías y marcos filosóficos de referencia,
y ni siquiera de imaginar cuál es la experiencia o la memoria que
las mujeres tienen con y en sus revoluciones.
Las feministas, como nietas de las miles de brujas quemadas en la hoguera
para que la revolución de lo 舠racional舡 varonil impusiera
el camino a la modernidad, expropiándonos no solo un legajo de
conocimientos humanos sino hasta la genealogía, como nietas de
las guillotinadas avant la lettre por los revolucionarios de la revolución
francesa, de las excluidas de la Comuna de Paris , como hijas intelectuales
de Carla Lonzi que escupió sobre Hegel, de Adrienne Rich y su clara
relación entre heterosexualidad obligatoria y construcción
de poder, de Kate Millet con la política sexual, de Lucy Irigaray
y la política de la diferencia, de Judith Buttler y su crítica
demoledora a los discursos normativos que modelan los cuerpos y su búsqueda
de una democracia radical, de Margarita Pisano que uniendo lo íntimo,
lo privado y lo público llama a que la política de las mujeres
no deje nada intocado y oculto en el espectro de lo sagrado, hemos dado
vuelcos enormes a la idea y la práctica de la política,
apuntando a cambiar la estructura misma de la lógica que ha puesto
a este siglo XXI en la cada vez más grave perspectiva de un fracaso
histórico. Fracaso que no ha sido producido por las mujeres, a
lo mucho reproducido por éstas, a imagen y semejanza de lo que
otros les impusieron.
El feminismo ha construido hilos de crítica y posibilidad mucho
más profundos que las ideologías revolucionarias patriarcales
para cambiar las condiciones y las realidades de la macrocultura toda.
Si no las quieren ver es porque no logran cambiar sus modos de pensar
llevando a la humanidad 舑aún con sus deseos de cambio- a
lo que Orwell anticipó.
Por más que intenten llevarnos por los caminos que han instalado,
nuestra revolución tiende no solo a cambiar el capitalismo - imperialismo
- neoliberalismo, que finalmente no es más que la fase superior
del patriarcado, sino la sociabilidad toda. Aunque les pese, hace ya rato
que pensamos por nosotras mismas.
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