México D.F. Domingo 30 de noviembre de 2003
Concierto de la OSN en el Palacio de Bellas Artes con motivo del centenario de Sanborns
Con Moncayo hasta la pareja presidencial se prendió
ANGEL VARGAS
Ni la contagiosa alegría del Cancán ni los emocionantes tonos marciales y cañonazos de la Obertura 1812 lograron prender tanto el ánimo entre el público, como sí lo hicieron los archiconocidos compases del Huapango, de José Pablo Moncayo.
Al término de la última nota, pocos fueron los que no saltaron de sus asientos y aplaudieron con ganas rabiosas esa última pieza del concierto, interpretada como el único encore. šCómo calaron hondo y profundo los tintes nacionalistas de esa obra!
Inclusive el presidente Vicente Fox y su esposa Marta Sahagún dejaron escapar de manera abierta y plena sonrisas que a lo largo de la velada habían sido escasas y tímidas. A su lado, la titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Sari Bermúdez, no escondía su júbilo y, a la distancia, felicitaba al director Enrique Diemecke, también con una amplia sonrisa y enseñándole los dos pulgares hacia arriba, en señal de aprobación.
Ese fue el epílogo del concierto que la Orquesta Sinfónica Nacional ofreció el viernes en el Palacio de Bellas Artes para festejar el centenario de las tiendas Sanborns, acto que convocó en el palco de honor del recinto no sólo a la pareja presidencial y a la actual responsable de la política cultural del país, sino también al jefe de Gobierno, Andrés Manuel López Obrador, y al empresario Carlos Slim, quien fungió de alguna manera como anfitrión, por ser el propietario de esa conocida cadena comercial.
Fue una noche de música "bonita", fiesta y mucho glamour.
Saltaba a simple vista que las butacas no eran ocupadas por los seguidores habituales de la agrupación; predominaban los adultos ya mayores, con trajes y corbatas de marca o vestidos de diseñador, según el caso. La atmósfera en el interior del marmóreo edificio era un sofisticado cóctel de delicadas y finísimas fragancias y lociones.
El programa musical preparado para la ocasión consistió en "una vuelta al mundo en 80 minutos" y fue ofrecido en dos segmentos: el primero, acaso la parte más arriesgada del concierto, estuvo integrado por piezas breves escrita por autores del continente americano: Ginastera, Villalobos, Copland, Blas Galindo y el propio Diemecke, entre otros. El segundo, en tanto, fue un recorrido imaginario por Europa, a través de algunas de las obras más conocidas del hit parade de la música clásica: la Marcha pompa y circunstancia, de Elgar; La boda de Luis Alonso, de Giménez; El Danubio azul, de Strauss; y las ya mencionadas Cancán y Obertura 1812, de Offenbach y Chaikovsky, respectivamente.
Ante tal selección hubo quienes no se aguantaron de plano las ganas de tararear o dirigir desde su lugar algunas de esas piezas, mientras sobre el escenario, sin partituras de por medio, el director Diemecke se prodigaba en su quehacer: haciendo remolinos de sus brazos, dando de vez en vez algún saltito o contoneándose cadenciosamente, en fin, llevando la música con todo su cuerpo.
El Palacio de Bellas Artes no registró lleno, a pesar de que los fines del concierto eran altruistas, ya que lo recaudado será destinado a la Fundación del Centro Histórico. Si acaso hubo una asistencia de dos terceras partes del total del aforo, e incluso se permitió que decenas de los que pagaron entradas más baratas ocuparan los muchos asientos de mayor precio que se encontraban libres.
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