(Tema y variaciones)
Andrés Aubry
"Escalada en el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés", llama el autor al establecimientode la juntas de buen gobierno en los municipios autónomos de Chiapas.
Acucioso estudioso del movimiento social zapatista, y conocedor de las culturas mayas contemporáneas en las montañas del sureste desde hace varias décadas, Andrés Aubry despliega en espiral una explicación mítica e iconográfica de los caracoles, y describe un hecho político de relevancia inmediata: las formas de gobierno popular indígena que encarnan los municipios autónomos, después de la nueva vuelta (¿en espiral?) que dieron el pasado 8 de agosto.
El pensamiento occidental patinacon los caracoles. Esta palabra, según el contexto, puede identificar a un animalillo, a la concha marina o a la espiral de las escaleras que los arquitectos llaman de caracol. En San Cristóbal de las Casas, donde los ríos están tan contaminados, el único caracol conocido es el baboso cornudo, que se arrastra en los patios con su concha a cuestas dejando la huella húmeda de su paso; lo consideran una plaga para las flores, pero es una golosina de la cocina francesa que asqueaba a la cantante griega Nana Mouskouri cuando cantaba en patria ajena. En Los Altos y en la zona norte paramilitarizada, los depravados que perdieron el uso del azadón porque prefieren infestar el campo jugando con sus cuernos de chivo, llaman caracoles a la "comida" de los ak-47. Sus balas se enroscan en el blanco como el caracol de río en la arena del arroyo para protegerse de quienes lo comen con tanto gusto.
El tzotzil tiene dos palabras allí donde nuestro
castilla
tiene
una: le dicen t'ot al caracol de montaña (el baboso con concha),
y puy al caracol de río. Desde la antigüedad, los mayas
disponen por lo menos de catorce palabras, hoy descifradas por Yuri Knórosov
(los números 745-753 y 756-761 de su diccionario para epigrafistas),
quien reproduce la figura de los jeroglíficos que las identifican,
explica cómo se leen o pronuncian, y da sus matices particulares
de significación. De cara al alfabeto glífico, no de letras
sino logogramas y afijos silábicos con más de mil signos,
nuestro alfabeto de unas veinte letras se queda corto. Por lo tanto, más
allá de sus muchos vocablos, "caracol" es un concepto que rebasa
y engloba las palabras que lo expresan.
Don Goyito, ahuizote de Xalatlaco, Estado de México, 2003 |
El poema paradigmático
Para los mayas de hoy, el caracol pertenece a las realidades importantes de la vida colectiva. En las recurrentes manifestaciones que irrumpen crónicamente en nuestra Plaza Catedral después del primero de enero de 1994, los milicianos aseguran el orden con un cuerda que enrosca a los miles de zapatistas en las espirales de un caracol y, al salir hacia sus camiones, se van desplegando con la misma lógica ordenada. Ya desde antes, en una costumbre que pegó en tiempos de don Samuel Ruiz García, y respetada por el actual obispo don Felipe Arizmendi, la multitud congregada en los pueblos se desplaza hacia la celebración litúrgica dibujando las espirales de un inmenso caracol que se va formando en torno al altar.
Caracol es el paradigma del pensamiento simbólico de los pueblos mayas. Cuando de las tinieblas y el caos informe irrumpieron al mismo tiempo el universo y el tiempo (en una correlación que nos recordó Einstein), ya antes de que lo poblara el hombre de maíz y brillara el sol, surgió de repente el caracol con su atado de años. Es decir, con los marcadores del tiempo que llamamos calendario, e instaurando el tiempo concreto que llamamos historia para reapropiarnos el mundo. Hasta dan ganas de revisar la transcripción y traducción de Recinos para el nombre del hacedor y creador, Hunhunahpú en su edición del Popol Vuh, que se parece tanto al caracol (puy) primordial (junjun).
¿Cómo no pensar en las sorprendentes fotografías captadas recientemente por los astrónomos gracias a los nuevos telescopios gigantes del cerro Paranal en los desiertos de Chile? Nos brindan el privilegio de asistir al nacimiento de una galaxia, que se va diseñando en el espacio sideral al desplegar las espirales de un cósmico caracol que sigue disciplinado la curvatura del espacio-tiempo.
Para dominar los números que nos permiten el acceso a las matemáticas con sus incontables posibilidades, los mayas inventaron el cero. ¿Con qué labraron en las estelas y escribieron en los códices esta cifra ficticia, que es el artefacto conceptual que permite todos los cálculos susceptibles de descifrar y transformar nuestra realidad? Con el glifo intergaláctico del caracol primordial.
En los diálogos de San Andrés se repitió hasta la saciedad que el tiempo indígena no es el mismo que el tiempo occidental. (Ni hablar del tiempo neoliberal, que no existe puesto que, como su pretendido pensamiento, es único en la monotonía sumisa de un perpetuo presente que borra la memoria del pasado y niega cualquier futuro distinto).
Los antropólogos que creen saber mucho atribuyen el desajuste a dos representaciones mentales: la lineal y progresiva del tiempo occidental, y la conceptualización circular de parte de los "preindustriales", que obliga así al tiempo a repetirse. "Nada nuevo bajo el sol", decía El Sabio. Pese a las normas de su disciplina, los etnólogos resultan etnocéntricos, y piensan el tiempo cíclico como el círculo de Pitágoras. Pero no es así porque la curvatura del caracol es aquella de las espirales imprevisibles del espacio-tiempo, y no la circunferencia necesariamente repetitiva de la geometría griega.
Los lingüistas saben explicarlo un poco mejor. El tiempo de los mayas se mide con adverbios (por ejemplo, antes con sus muchos ayeres, el ahora del hoy, o las sorpresas del mañana con sus después), que son los mojones de tiempo que nos orientan dentro del calendario. No lo expresan con verbos, que no tienen tiempos como nuestras conjugaciones occidentales, sino sólo "aspectos", como dice la jerga lingüistica. Ello explica que, cuando hablan castilla, los indígenas usan casi siempre el presente, aún tratándose del pasado o el futuro. Porque en sus lenguas, que son su aparato conceptual, la acción, expresada por el verbo es contínua, englobante, dinámica desde el pasado hasta el futuro, pasando por el crisol del presente: lo cumplido o lo no cumplido.
La lógica maya del tiempo y por lo tanto la gramática de sus verbos, es la de las espirales del caracol, en las cuales el presente todavía se nutre de la memoria para digerir el pasado y reciclarlo en un futuro creador pero homogéneo, con la dinámica caracolera del tiempo. El caracol aspira todo en sus espirales interiores, y también se abre a exteriores imprevistos pero con productos siempre reciclados y por tanto renovados.
Los "aspectos" de los verbos mayas, pues, son la expresión verbal del proceso (lo que vivimos en la historia, nuestro tiempo concreto), cuyo ícono es el caracol como imagen conceptual de los movimientos de la realidad. Que no es, sino que nace, crece, se despliega y solicita nuestra cooperación y compromiso para decidir si se repite o se transforma.
La bella concha marina (cuya versión comercial
es el glifo que adorna los autobuses elegantes de la Ruta Maya) es otro
símbolo del caracol. Omnipresente en el arte maya, se multiplica
porque une los tiempos (un motivo iconográfico repetitivo es aquél
de un anciano canoso que sale de las espirales caracoleras del laberinto
del Xibalbá, es decir la muerte, para asomarse a nuestro mundo),
y también reúne a la gente. Por la boca (ti) del caracol
de concha, quien lo toca (el tiwanej) emite un sonido prolongado
y solemne que es la convocación del colectivo para deliberar. Sigue
siendo su equivalente el cuerno que anuncia en los pueblos la asamblea
comunitaria, donde se cosechará la palabra colectiva para dar la
respuesta del ejido o de los comuneros a las solicitaciones de la realidad.
Ahí, en este laberinto caracolero, la palabra del pueblo da mil
espirales hasta que, bien reciclada, sale en forma de acuerdo.
Los caracoles y los acuerdos que el gobierno quiere olvidar
Después de estas variaciones ¿para qué
explicar lo que significan los cinco nuevos caracoles zapatistas? El mundo
simbólico, como la poesía, es repelente a las explicaciones.
Basta recordar las alusiones del subcomandante Marcos citando al comandante
Tacho, quien interpretaba el primer Aguascalientes (aquél de Guadalupe
Tepeyac), como un caracol. Lo que importa es comprender lo que consagran;
lo que se reafirma porque no ha cambiado; la novedad que anuncian en este
nuevo tiempo político.
Florentino Blas, ahuizote de Xalatlaco, Estado de México, reza en el Santuario de Chalma por el fin de la temporada de lluvias, 29 de septiembre de 2002 |
Lo que no cambia. Los caracoles no suprimen los municipios autónomos; al contrario, los refuerzan dando nuevas oportunidades a la autonomía de las comunidades y municipios, que así dieron un paso más en el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. En los caracoles se encuentran representados, mas no sustituidos. Desde sus sedes, sean antiguas o nuevas cabeceras, los concejos autonomos (no creados verticalmente sino construidos desde abajo, mediante procesos variables) siguen autogobernando sus municipios en sus territorios.
Citando los acuerdos del 16 de febrero de 1996, resulta que los municipios autónomos "ejercen la libre determinación de los pueblos indígenas, en cada uno de los ámbitos y niveles en que harán valer y practicarán su autonomía diferenciada". El "nivel" es el nivel municipal de gobierno (no todavía el estatal, por ejemplo), y el "ámbito" es aquel del ejecutivo municipal (en oposición a los otros dos ámbitos, no excluidos: el legislativo o parlamento indígena que a veces se llama reglamento municipal, y el judicial, que es responsabilidad (según los Acuerdos de San Andrés), de los sistemas normativos internos, a veces llamados ya ministerios de justicia). En suma, nada aparece cambiado, sólo hay una radicalización legítima (aunque no legal, por omisión oficial) del cumplimiento de los acuerdos firmados por las partes.
Se trata de otra escalada en el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés. Habrá que citarlos de nueva cuenta: "Proponemos el reconocimiento del derecho de las comunidades de asociarse libremente en municipios con población mayoritariamente indígena, así como el derecho de varios municipios para asociarse a fin de coordinar sus acciones como pueblos indígenas".
Dicha "asociación" la formalizan los caracoles,
y la función de "coordinación" la desempeñan las Casas
de las Juntas de Buen Gobierno. Éstas tienen ante sí mucha
tarea, después de lo que ha brotado en el tiempo del silencio: la
educación en las escuelas alternativas, la salud (las clínicas
y sus ramificaciones comunitarias), la producción agroecológica
y su comercialización alternativa, y las muchas inciativas que van
naciendo sobre la marcha en los municipios autónomos. Este derecho
de asociación y coordinación se ejerce de manera regional
porque, dentro de las autonomías, la dimensión de los problemas,
por ejemplo de autodesarrollo, no es comunitaria sino subregional (como
ya lo reconocían, pero de manera ineficaz, los coplades).
Las novedades. Esta maduración en el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés aconsejó definir con más rigor las competencias de las diferentes instancias. La municipal de las autonomías; la política del Comité Clandestino Revolucionario Indígena, Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (los comandantes y las comandantas), y la militar a cargo del subcomandante insurgente. En breve, el ezln trata de cumplir con el principio democrático de la separación de los poderes.
Los comandantes toman el compromiso de no interferir en la responsabilidad propia de las autonomías. Y se estipula que, si "deciden participar en los gobiernos autónomos, deben renunciar definitivamente a su cargo organizativo dentro del ezln".
Reciprocamente, los concejos autonómos no podrán recurrir a las fuerzas milicianas para las labores de gobierno porque el mando de milicianos e insurgentes es competencia exclusiva de la comandancia general del ezln. Pero, evidentemente, sigue siendo su trabajo y su deber "proteger a las comunidades de las agresiones del mal gobierno y de los paramilitares", pues para eso "somos Ejército Zapatista".
La fiesta de los caracoles del pasado mes de agosto manifestó que los rebeldes tomaron en serio la ruptura del silencio proclamada por treinta mil zapatistas y sus comandantes el primero de enero de 2003 en San Cristóbal. Ahora sabemos que lo que llenó este largo silencio en clandestinidad no fue otra cosa que un disciplinado y progresivo cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés.
Advirtiendo que las pesadas omisiones de la clase política y de los poderes oficiales les obligan ahora a seguir siendo rebeldes, los zapatistas proclamaron en agosto públicamente que de aquí en adelante, esta rebeldía abierta ya no se practicará en el silencio sino con los medios de una resistencia transparente.
Incomoda demasiado, pero viene acompañada de un
mensaje claro y sencillo: si lo que se desea es la paz, la tranquilidad
del orden y la gobernabilidad, lo más económico para el poder,
y lo más obvio para el país, es cumplir ya con los Acuerdos
de San Andrés.
En semanas recientes salió a la luz el volumen
Los
llamados de la memoria (Bibioteca Popular de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez,
2003), que reúne los escritos a cuatro manos de Andrés Aubry
y Angélica Inda, publicados principalmente en La Jornada
entre 1995 y 2001. Más allá de la coyuntura que les dio origen,
estos textos han crecido con el tiempo, y ahora sirven como bitácora
para explicar de cerca el proceso zapatista desde la perspectiva doble
del presente y de la historia.