.. |
México D.F. Lunes 17 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Vladimir en Buenos Aires
EL PRIMER TRABAJO de ficción del argentino
Diego Gachassin, de 28 años, surge de una idea de documental: explorar
las condiciones de vida de la nueva inmigración rusa en Buenos Aires.
Atraídos por una oferta gubernamental, bajo el régimen de
Carlos Menem, y la perspectiva de un buen empleo, numerosos rusos jóvenes
llegan a Argentina en el momento de una de las peores crisis económicas
del país. Vladimir en Buenos Aires es resultado de una primera
investigación de campo y sus intérpretes centrales son dos
nuevos inmigrantes, Pasha Kyslischko y Mijáil Rójkov, actores
no profesionales. El primero interpreta el papel de Vladimir, un ingeniero
especializado en proyectos de albergues comunitarios, deseoso de promover
en Buenos Aires una solución habitacional para sus compatriotas
recién llegados; el segundo es un médico sin empleo, músico
incomprendido, que ahoga en alcohol sus frustraciones de trasterrado. Gachassin
se concentra en las peripecias de Vladimir, sus dificultades para encontrar
trabajo, su decepción con la gente porteña (en la casa de
huéspedes le roban sus ahorros, y luego de un excelente trato inicial
se le trata como inquilino moroso e indeseable), su amorío con una
prostituta vecina, María (Camila MacLennan), y sus primeros roces
con la corrupción.
LA
PELICULA, FILMADA en blanco y negro, presenta la textura y tono neutro
de muchos trabajos independientes de jóvenes argentinos, un tratamiento
directo, casi documental, de ritmo algo moroso, como el ensayado por Diego
Lerman, 26 años, en su notable Tan de repente, exhibida en
la pasada Muestra. Sin embargo, en Vladimir en Buenos Aires el resultado
es desigual. Desde las primeras escenas se delinea la suerte fatal del
protagonista y son pocas las sorpresas en el resto de la trama. Incidentalmente
se muestra la portada del libro de cabecera de Vladimir, Crimen y castigo,
de Dostoievsky, y de modo previsible el protagonista se deja invadir por
los sentimientos de desasosiego espiritual, la tentación del acto
criminal, la culpa que exige la expiación, hasta culminar en la
complicidad de María, la prostituta noble, nueva encarnación
de la clásica Sonia redentora. Raskólnikov perdido en Buenos
Aires.
EN EL CAMINO de Vladimir hay políticos mentirosos,
empresarios insensibles, una casera implacable, toda una fauna porteña
sin resquicio alguno para la generosidad o el gesto espontáneo.
María es tal vez la presencia más enigmática y atractiva
del filme, pero el guión no le presta mayor relevancia. El itinerario,
o vía crucis, del protagonista es desolador, y el trazo de sus vicisitudes
algo simplista. A pesar de la interpretación correcta de Pasha Kyslyschko
resulta difícil interesarse mucho tiempo en su personaje unidimensional
y en el mundo maniqueo que le rodea. Su confrontación con un candidato
político que finge interesarse en sus proyectos de construcción
y luego los ignora, parece extraída de un thriller rutinario
donde sólo faltan los guardaespaldas. La referencia a Dostoievsky
está desaprovechada (piénsese en lo que hace el finlandés
Aki Kaurismaki en su Crimen y castigo, de 1983, disponible en video).
Lo mejor de la cinta es su ambientación de una ciudad lúgubre,
sumida en la crisis, y el esfuerzo de sus jóvenes actores. Vladimir
en Buenos Aires es una muestra más de la efervescencia creadora
que existe hoy en el cine argentino.
|