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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003
LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Tierra de sueños
PARA EL REALIZADOR irlandés Jim Sheridan
(Mi pie izquierdo, En el nombre del padre), la ciudad de
Nueva York es referencia clave en su vida profesional y afectiva: sitio
de iniciación artística en el terreno teatral, lugar de elección
para procurar a su propia familia mejores oportunidades. Esa experiencia
es la materia narrativa de su película más reciente, en buena
medida autobiográfica, Tierra de sueños (In America).
En el cine el itinerario es clásico, desde América, América
-de Elia Kazan- hasta Los emigrantes -de Jan Troell-, entre tantas
otras ficciones. La propuesta de Sheridan es, sin embargo, un poco distinta:
una familia irlandesa en Nueva York no sugiere precisamente un enorme desarraigo
cultural, ni en los aspecto del lenguaje ni de las costumbres. Las dificultades
de aclimatación tienen que ver con el barrio en el que debe instalarse
y el edificio casi en ruinas donde debe convivir con drogadictos y travestis
latinos, con pordioseros y ladrones, y con un misterioso negro irascible.
Hay también un tema recurrente en este nuevo drama de Sheridan:
la pérdida de un hijo -una tragedia ocurrida en Irlanda y de la
que la familia, y en especial el padre, no consigue aún reponerse.
EN
MI PIE IZQUIERDO, su cinta más popular,
el realizador describía con acierto una historia emotiva, basada
en una experiencia real: la del escritor y pintor Christy Brown (Daniel
Day Lewis), aquejado de una disfunción cerebral. Sheridan retoma
hoy el tema, pero la enfermedad, también aquí cerebral, afecta
a un niño y es un fantasma del pasado. La cinta entera semeja así
un proceso de liberación y exorcismo familiar, con la presencia
de un vecino llamado Mateo, suerte de curandero espiritual afroamericano,
enfermo de sida. Todos los elementos concurren en la elaboración
de un melodrama familiar: la esposa (Samantha Morton) es infinitamente
comprensiva, el marido (Paddy Considine) es ejemplar en su devoción
doméstica (su única falta: no juega lo suficiente con sus
hijas de siete y 10 años), y los vecinos, de aspecto patibulario,
poseen casi todos un corazón de oro -de modo muy especial Mateo,
el enigma de resolución más previsible.
ESTE ANDAMIAJE de situaciones convencionales y
de simpáticas anécdotas hogareñas (el padre procura
afanosamente un aparato de aire acondicionado para la familia, se preocupa
porque a las niñas las acepte un vecindario hostil, etcétera),
tal vez habría dado, en manos inexpertas, un resultado desastroso.
Jim Sheridan posee sin embargo el talento de transmitir una fuerte carga
emocional a partir de un material narrativo en apariencia intrascendente.
El relato revela mayores matices y un juego temporal en el que la pérdida
física y afectiva se opera en tres niveles: como referencia al pasado
(el niño víctima de un tumor cerebral), al presente (amenaza
de ruptura conyugal, distanciamiento filial), y a un futuro desolador (enfermedad
terminal de Mateo). Hay también un plano metafórico, según
lo señala el director, que evoca la experiencia de duelo colectivo
en Nueva York después del 11 de septiembre. Tierra de sueños
es una cinta cautivadora, con una sinceridad de tono que rápidamente
eclipsa muchas de sus debilidades narrativas. Un retorno afortunado de
Sheridan al cine de corte intimista.
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