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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003
Angeles González Gamio
Terrible amenaza
Ya hemos mencionado con anterioridad que los verdaderos artesanos de nuestro país trabajan con el alma en las manos, transmitiendo en los objetos su manera de ver la vida, de pensar, de sentir, de creer y hacer, que emana de ese río ancestral que viene en mucho de ese fascinante mundo prehispánico cuyo heredero directo es el arte popular.
Este aspecto de nuestra cultura tan rico, tan importante, que es quizás lo que más nos distingue de otros pueblos del mundo, uno de los que más podemos enorgullecernos, ha tenido en general poco aprecio y reconocimiento. De hecho fue hasta el siglo XX, después de la Revolución, cuando realmente se comenzó a valorar, sobre todo por parte de intelectuales y artistas como Miguel y Rosa Covarrubias, Manuel Gamio, José Chávez Morado, Guadalupe Zuno, Porfirio Martínez Peñaloza, el Doctor Atl, Víctor Fosado, Diego Rivera y desde luego Frida Kahlo, portadora de los más bellos textiles y joyería.
Estos personajes sensibles se emocionaban con el lustroso barro negro de Oaxaca; el de mil colores y formas de Metepec; el fino como porcelana procedente de Chihuahua; los bordados soberbios en trajes de tehuanas y oaxaqueñas, de mestiza de Yucatán, de las distintas etnias chiapanecas, que se dan un mano a mano con rebozos de seda de Santa María y de algodón finísimo de Tenancingo y La Piedad. Los trabajos de madera, plata, piedra, papel, cera, metales, piel, fibras vegetales, de los que hay piezas maestras que se meten en el corazón.
Hay que recordar que el trabajo artesanal es parte de la economía rural de autoconsumo, que se realiza en un ámbito doméstico, se transmite de padres a hijos y su objetivo está asociado al uso cotidiano o a una finalidad ritual, que tiene que ver con la identidad comunitaria.
Los acelerados cambios en la vida actual están propiciando el desinterés de los jóvenes por la producción artesanal, así como la sustitución de materias primas naturales o tradicionales por productos de precio más bajo, que deterioran la calidad y provocan la pérdida de maestría en la elaboración de las piezas. Todo ello está poniendo en peligro muchas de las artesanías más valiosas que tenemos.
Por ello es fundamental la labor que realiza el Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (Fonart), que nació en los años 70 del siglo XX, por iniciativa de Tonatiuh Gutiérrez, conocedor y amante del tema, quien apoyado por expertos como María Teresa Pomar, logró consolidar una institución cuyo objetivo fundamental ha sido respaldar a los artesanos, revalorar y difundir sus trabajos y hacerlos accesibles, mediante sus atractivas tiendas, a todos los que nos deleitamos con ese arte maravillloso, que es sin duda nuestro mejor y más auténtico.
Ahora nos enteramos que pretenden desaparecer al Fonart porque "no es rentable", como si el espíritu, la belleza y la identidad tuvieran un precio. Ello contradice la supuesta preocupación del gobierno actual por la población indígena. La desaparición del Fonart sería una barbaridad y debemos oponernos a toda costa.
Para levantarnos el ánimo después de esta terrible noticia, una buena idea es ir al Zócalo a visitar la tercera Feria del Libro de Ocasión, que organiza la Coalición de Libreros, que encabezan con entusiasmo y eficacia Georgina Cordero, César Sánchez y Arturo Urbina. Además de ofrecer libros nuevos y antiguos, presentan diariamente una conferencia a las 6 de la tarde, que imparten los mejores cronistas y escritores; hoy va a hablar Emiliano Pérez Cruz y mañana cierra la feria Josefina Estrada. Con el apoyo de Radio Educación, transmiten por altavoces las radionovelas El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, y Astucia, de Luis G. Inclán.
Antes vale la pena ir a conocer la novedad gastronómica del Centro Histórico: El Encino, de la familia Prendes Lavarez, que ha formado una dinastía de magníficos restauranteros. Este se encuentra situado cerca de su abuelo, el antiguo Prendes, en la calle 16 de Septiembre 57, primer piso, con la agradable vista de la antigua casa Murguía, con su linda fachada afrancesada de cantera color piñón y la suntuosa Casa Boker, símbolo de la modernidad de principios del siglo XX.
Todos los días ofrecen platillos de temporada, además de su carta permanente, que es espléndida. La sopa de lentejas con chorizo, tocino y verduras y su chorrito de aceite de oliva, revive a un muerto. A continuación, algo ligero: un guachinanguito a la parrilla con espinacas a la crema y su crujiente cebolla empanizada, que permite disfrutar el dulce de zapote negro y un café exprés cortado. El vino de la casa es muy recomendable por su calidad y precio [email protected]
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