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México D.F. Domingo 16 de noviembre de 2003

Robin Cook

ƑNecesitaba Blair una visita de Estado de Bush?

La semana próxima el presidente George W. Bush hará historia. Se convertirá en el primer mandatario estadunidense en realizar una visita oficial durante la vida de nuestra reina. Los anteriores presidente es-tadunidenses han sido recibidos sin festejos ni brindis, pero ninguno, desde Woodrow Wilson, ha sido honrado con toda la pompa y circunstancia de una visita de Estado en toda norma. Ni siquiera Ronald Reagan logró tan insignes favores de su alma gemela, Margaret Thatcher.

Pocos presidentes recientes han hecho más que Bill Clinton por el avance de las relaciones entre el Reino Unido y Estados Unidos, a quien nunca se le ofreció una visita de Estado para cimentar su alianza con Tony Blair. Yo era secretario del Exterior cuando el Comité Real de Visitas discretamente lo retiró de la lista prioritaria de visitantes cuando enfrentó acusaciones ju-diciales. Estoy perplejo ante el hecho de que el mismo comité que concluyó que el señor Clinton no merecía una visita de Es-tado haya decidido que el señor Bush es un más digno acreedor de ese honor.

Consciente, tal vez, de que casi todos en el país están igualmente perplejos, Blair afirmó que las protestas contra la visita de Bush son evidencia del "resurgimiento del sentimiento antiestadunidense".

Esto, al menos, es consistente con la es-trategia retórica empleada por su invitado de honor, cuyos asesores-mercaderes ta-chan de antipatrióticos a todos los críticos estadunidenses. Por lo demás, se trata de un argumento deshonesto, superficial y barato, indigno de ser empleado por un comunicador consumado como es nuestro primer ministro. Es perfectamente posible querer mantener relaciones cálidas con el pueblo estadunidense, manteniéndose a prudente distancia de las aventuras en el extranjero de Bush.

Es absurdo desde toda lógica afirmar que aquellos que se oponen al señor Bush se oponen también al pueblo estadunidense. El hecho histórico es que la mayoría de los estadunidenses no votó por el señor Bush; la mayor parte de los electores quería que Al Gore fuera su presidente. Habrá estadunidenses que tomarán parte en las protestas de la próxima semana que quieren que se registre su enojo por el daño que George W. Bush ha ocasionado a la imagen internacional de su país.

Muchos de los ciudadanos británicos que no quieren que el señor Bush sea objeto de honores de su país son los mismos que integraron el público entusiasta que asistió a actos en el contexto de la reciente gira del escritor y cineasta satírico Michael Moore, y los mismos que lanzaron a las listas de best-sellers sus ingeniosas diatribas sobre las andanzas de su presidente. ƑLos británicos que comparten las preocupaciones de Moore, al igual que millones de estadunidenses están ahora en la lista negra de lo antiestadunidense?

Entre los muchos aspectos embarazosos de la visita de Bush está el inoportuno hecho de que coincide con el momento en que la mayoría de los estadunidenses ha llegado a la conclusión de que la política exterior del mandatario está llevando al país a un callejón sin salida. No pudieron prever algo así cuando se les hizo la invitación, hace más de un año, ni tampoco pudieron pronosticar que, una semana antes de la visita al Reino Unido, la CIA determinaría que la resistencia iraquí es "extensa, fuerte, y se fortalece cada vez más".

Pero el hecho de que la visita coincide también con el comienzo de la cuenta regresiva hacia la elección presidencial se conoce desde que la fecha se fijó con el acuerdo de la Casa Blanca. Un sentido de la corrección nos impide favorecer las perspectivas electorales de los candidatos demócratas, pero es bastante perverso de nuestra parte causarle dificultades a dicha oposición al poner a disposición de Bush el palacio de Buckingham, donde el presidente podrá sacarse la madre de todas las fotografías favorecedoras.

Los intereses nacionales británicos dependen de que haya un cambio en las prioridades de la Casa Blanca, en la que se remplace el tan criticado unilateralismo, que ac-tualmente marca la estrategia estadunidense, para retornar al multilateralismo.

Blair ya ha hecho suficiente por demostrarle su apoyo al señor Bush como para además ofrecerle una visita de Estado. Comprometió a una tercera parte del ejército británico para participar en la guerra de Bush contra Irak, ha distorsionado todas nuestras prioridades de ayuda al extranjero para financiar la reconstrucción de Irak, ha destruido gran parte de su credibilidad ante sus conciudadanos y en el exterior al promover una falsa afirmación de que las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein eran una amenaza clara e inminente. Después de todo eso, Ƒrealmente era necesario una cena de etiqueta para convencer a Bush de que es su amigo?

Y de cualquier forma, es el lado estadunidense del balance el que está en deuda con nosotros. Está más que claro lo que Gran Bretaña ha hecho en favor de la política exterior estadunidense. Es muy difícil identificar qué ha hecho, a cambio, el presidente Bush en favor de los intereses británicos. Existe una larga lista de temas pendientes, desde el calentamiento global hasta la Tribunal Penal Internacional, en los cuales la administración Bush ha saboteado con entusiasmo las prioridades de la política exterior británica.

Tony Blair sí logró sacarle a Bush la promesa de que, después de Irak, él buscaría enérgicamente la paz en Medio Oriente, pero a medida que se ha incrementado la tensión entre israelíes y palestinos el presidente Bush ha mantenido al océano Atlántico entre él y el problema.

Quizás el gesto menos generoso de todos fue que Washington rechazara recientemente el Proyecto de Defensa Europeo, auspiciado por Blair, quien puso gran cuidado en su creación, para no dar a Estados Unidos motivos para ofenderse. Como me comentó hace poco un ministro europeo, ex colega mío, "a todos nos divierte mu-cho lo poco que está obteniendo como retribución Gran Bretaña".

Es un procedimiento diplomático usual considerar con anticipación a una visita al extranjero qué gesto de buena voluntad puede realizarse para lograr que el acontecimiento sea exitoso tanto para el visitante como para el anfitrión. Hay varias opciones que parecen estar abriéndose paso a empujones para atraer la atención de Bush, en caso de que le interese tener el gesto. Por ejemplo, una iniciativa suya acaba de ser rechazada en la Organización Mundial de Comercio, que se opuso a los escandalosos aranceles sobre las importaciones de acero británico y de otros países. En algún momento su administración tendrá que de-sistirse de esta iniciativa, y entre más pronto lo haga será mejor, si se quiere evitar una posible guerra comercial.

ƑQué mejor manera podría tener Bush de demostrar su compañerismo en una relación equitativa que presentar como virtud la necesidad de anunciar en su visita que su país abandonará las medidas proteccionistas en torno a las importaciones de acero?

Pero nadie piensa ni por un minuto que el presidente Bush sea capaz de un gesto así, debido a que todos entienden que el objetivo de su visita es lograr una imagen positiva en su país, no traer mensajes positivos a Gran Bretaña. La visita de Estado es el más reciente episodio en una relación con la administración que se ha mantenido tan unilateral que se ha convertido en una afrenta a nuestra dignidad nacional.

Blair podría rescatar nuestra dignidad y lograr mucho en la restauración de su propia credibilidad si aprovechara la presencia de Bush para informarle francamente sobre las áreas de la política exterior en las que su administración ha causado dificultades, inclusive a amigos tan leales como los británicos. Un buen punto de partida sería invitarlo a unirse a Gran Bretaña en un intento por restaurar también la credibilidad de la ONU, partiendo de que esto es un paso previo a la internacionalización del proceso político en Irak, que ambas naciones necesitan desesperadamente que se concrete cuanto antes.

Me temo que la sola idea de afirmar así la independencia nacional causaría un ataque de apoplejía en Downing Street, pero si se pretende que la relación con la Casa Blanca de Bush sobreviva, ésta debe evolucionar bilateralmente y reconocer también que Gran Bretaña tiene su propia opinión pública y sus propios intereses nacionales. Si la gira de Estado se percibe como la del jefe estadunidense que viene a visitar una subsidiaria británica que le pertenece por completo, esto dañará las relaciones con la administración Bush, y disminuirá todavía más a la figura del primer ministro a los ojos del pueblo inglés.

 

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

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