México D.F. Miércoles 12 de noviembre de 2003
Comienza en la UNAM el homenaje a Rubén
Bonifaz Nuño por su trayectoria
La pobreza implica que ignorancia e injusticia sean
obligatorias en México
Aparece Calacas, nuevo poemario de su autoría,
publicado por El Colegio Nacional
CESAR GÜEMES
No se reconoce poeta, sino autor de versos. Con ocho décadas
de existencia, que este año celebra, manifiesta ser, tan sólo,
''un pelado mexicano, como tal me crié y por eso escribo como escribo".
Sin embargo, los lectores de su obra, que se multiplican día a día,
y las varias generaciones de alumnos a los que ha impartido clase, encuentran
en Rubén Bonifaz Nuño a un poeta cabal y un sobresaliente
conocedor de la literatura. Por eso a partir de hoy a las 10 horas y hasta
el viernes, se desarrollará en la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM) el homenaje a su trayectoria de escritor y catedrático.
Encuentro que se suma a la aparición de su nuevo poemario Calacas,
publicado por El Colegio Nacional.
Sonriente a ratos, severo por momentos, el autor de volúmenes
indispensables como El manto y la corona, Fuego de pobres, Siete de
espadas, El ala del tigre o La Flama en el espejo, se revela,
en sus palabras, ''abrumado por la vejez, ciego y medio sordo, pero todavía
con trabajo". Usa, al mejor estilo, pisacorbata de alfiler y leontina,
chaleco aperlado, pañuelo en la solapa y ahí mismo un escudo
de la UNAM y una diminuta bandera mexicana: ''Quise vestirme así
porque no todos los días me toman una fotografía", dice en
tono de broma.
-El
trabajo le funciona también como motor, don Rubén.
-Desde luego, es castigo, premio e impulso. Sigo tratando
de escribir, de hacer mis estudios sobre culturas clásicas e investigar
sobre nuestros antiguos pueblos indígenas. En eso me ocupo, además
de que continúo mi labor académica. Me imagino que soy profesor
por disposición genética, la universidad ha dado sentido
a mi vida. Los jóvenes me examinan continuamente, me preguntan sobre
temas que a ellos les atraen y que de inmediato despiertan en mí
nuevos intereses. Eso me mantiene de cierta forma joven por dentro. Envejezco
aprendiendo sin tregua, como decía algún poeta griego.
Versos escritos de corrido
-¿Qué le molesta del paso del tiempo, si
se encuentra en activo?
-Sé que es la última etapa; la vejez hace
cada vez más difícil la acción en la que el trabajo
consiste. Antes de la vejez el cuerpo era una herramienta competente, que
cargaba con nosotros y además nos traía algunos placeres
que en ocasiones nos maravillaron; con la vejez el cuerpo se transforma
y se convierte en una carga que apenas podemos llevar de un sitio a otro.
Además, los placeres se han ido desfigurando: los tlacoyos se trocaron
por granola, el cine por la radio y los amores por reumas. Por eso hablo
tan mal de la vejez.
-¿En la vida interna no está el Bonifaz
niño, el hombre de primera madurez?
-No, porque es muy difícil hablar más allá
del cuerpo. Para mantener la viveza de esa vida interna es preciso recordar
y con el tiempo todos los recuerdos se van haciendo tristes: desembocan
en una ausencia o en una muerte. En la vejez deja uno de rodearse de vivos
y se ve acompañado por muertos. Y esa forma de la compañía
no es la más amable.
-¿Qué valor atribuye a la amistad en este
momento?
-Lo único que vale de la vida es la relación
con los demás, de eso cada uno se convence conforme avanza la existencia.
El intercambio de palabras e ideas con otros es como un intercambio de
tesoros que no se pueden pagar con nada. Eso es la amistad. Soy un buen
profesor de gramática y un excelente amigo.
-Explique cómo el ejercicio de la poesía
lo ha estructurado.
-Me he ganado la vida con trabajo, de modo que siempre
dependo de alguien que puede decirme ''ven", y voy. Pero en todo este tiempo
ha habido un acto estrictamente libre: el de escribir versos. No sé
si serán poesía o no, aunque he estudiado lo suficiente para
decir que son buenos versos. Para escribirlos nunca le pregunté
a nadie las reglas, ni pensé demasiado en si iban a ser leídos.
El ejercicio de mi única libertad, si es que el ser humano tiene
alguna, es escribir versos.
-Sus poemas, sus versos, han sido leídos con dedicación
al menos por tres generaciones. ¿Se sabe recompensado?
-Y cómo no. Alguna vez me invitaron mis amigos
jóvenes a leer en una cantina. Y cuando me preguntó algún
parroquiano por qué iba precisamente ahí a decirlos, respondí
que una cantina es el mejor lugar porque allí se dicen los versos
sin inhibiciones, de manera natural. Esa ocasión cierto joven, en
una mesa vecina, dijo de memoria un texto mío y fue para mí
gran motivo de satisfacción, lo que demuestra que en último
término cuando escribo estoy en busca de un lector.
-Ahora da a conocer Calacas, su nuevo libro. De
manera que se fabrica el tiempo necesario para escribir inclusive con la
carga de tareas que maneja.
-Lo hago porque siento que todavía puedo ser libre.
Con Calacas ocurre algo curioso: todo lo que escribí antes
en verso fue hecho intencionalmente y con trabajo, con lecturas previas,
análisis e invención de ritmos que se adaptaran a lo que
necesitaba decir. En cambio, los versos de Calacas los escribí
de corrido, sin pensar y casi sin querer. Es la única vez que me
ha pasado esto en la vida. Y creo que no me salieron mal.
-Además de la libertad, ¿ha escrito poesía
para ponerle nombre y fecha a algunos acontecimientos personales?
-Todo lo que uno hace es autobiográfico, aun los
trabajos sobre los clásicos. Nadie puede hablar sino de sí
mismo. Si se habla del Sol o de Maquiavelo o, ay, Dios mío, sobre
Diego Fernández de Cevallos, se hará sobre uno mismo.
Reír para dignificar
-¿Qué cercanía o distancia marca
hoy con el ámbito de la política?
-En el mundo de la política nos damos cuenta de
cómo viven los demás. En este momento, más allá
de mis 80 años, de las enfermedades y del recuerdo de algunas mujeres,
lo que más me interesa y me preocupa es que haya 60 millones de
pobres en el país. Ese es el mundo de los políticos del momento.
-¿Diría que hubo mejores épocas en
anteriores regímenes?
-Vengo de una familia de extrema pobreza. Mi padre era
telegrafista. Y podemos hablar en este momento gracias a la capilaridad
social del anterior sistema que gobernó México, aunque naturalmente
ahora el PRI me parece algo asqueroso. Hoy los políticos se juntan
entre sí para decir que ya los dictados de la Revolución
Mexicana no les sirven, y con ello no van sino al suicidio.
''Los principios de nuestra Revolución son absolutamente
válidos ahora: el sufragio efectivo, la no relección, la
tierra para quien la trabaja, la soberanía del Estado sobre los
bienes del subsuelo. Todo eso está consagrado en nuestra Constitución.''
-El país tiene, visto así, escasas vías
de solución.
-No le veo ninguna. El desconocimiento de la ley obliga
a la desaparición. Sesenta millones de pobres implican que hemos
vivido en un país en el que la ignorancia y la injusticia se volvieron
obligatorias. A ellos se les niega todo derecho. En este momento se calcula
cómo se van a vender instituciones que no tienen valor comercial
para preparar la venta de lo que sí cuesta: la energía eléctrica
y el petróleo.
-Ante una realidad como ésta, el camino entonces
es de orden personal.
-El trabajo personal es lo único que puede darle
sentido a los hechos en general. Por eso continúo trabajando como
profesor, trato de que las personas aprendan a hablar correctamente, para
comunicarse. En este momento los medios de comunicación corrompen
la lengua de tal manera que dentro de poco no vamos a poder entendernos
unos a otros.
-A lo largo de su vida, en sus textos, en su desempeño
académico, en la conversación, ha encontrado un refugio extra
en el humor.
-Dicen, no sé si los chinos, los hindúes
o los japoneses, que la risa lava el corazón, y es cierto, el que
tiene pronta la risa cuenta con una gran defensa contra las adversidades
de que está llena la vida. Reírse de las cosas, las dignifica,
porque las hace accesibles.
-¿Cómo es ver el mundo con los ojos de un
poeta?
-Ha de ser hermoso observarlo así, me imagino.
Yo lo veo desde la perspectiva de lo que soy, un profesor de gramática.
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