México D.F. Sábado 1 de noviembre de 2003
UN IFE MAL NACIDO
Amargo
sabor de boca deja la elección de los integrantes del Institu-to
Federal Electoral (IFE), negociada -como si de viandas se tratara- por
los partidos mayoritarios en la Cámara de Diputados, Revolucionario
Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN). Nada hay que objetar,
en principio, a Luis Carlos Ugalde, como presidente consejero del IFE.
El y el resto de los elegidos merecen, de inicio, el elemental beneficio
de la duda.
Sin embargo, el modo en que los dos partidos mayoritarios
llevaron a cabo los cabildeos obliga a cuestionar el resultado. Al final
de las cuentas, y hay que reseñarlo, la tercera fuerza política
del país, que además representa a un sector social más
importante y fuerte de lo que las estadísticas o encuestas muestran,
no estará representada en el máximo órgano electoral
de México. El Partido de la Revolución Democrática
(PRD) no ha sido tomado en cuenta por PRI y PAN a la hora de armar el nuevo
IFE.
No está de más, por lo mismo, recordar que
dentro de tres años acudiremos a las urnas para elegir a un nuevo
Presidente de la República.
Establecida esa premisa, vale también revelar las
interioridades del tortuoso proceso ocurrido en el recinto de San Lázaro.
De entrada es imposible obviar el trasfondo político-electoral que
permeó finalmente en las bancadas del PRI y del PAN. Ambos partidos
fueron multados por el IFE este año debido a que, sin pudor ni pena,
sobrepasaron los gastos de campaña previstos en la ley electoral.
Y nos referimos a la campaña que llevó a Vicente Fox a Los
Pinos.
En el balance del IFE, que se va de la mano de José
Woldenberg, no hay manera de borrar las interrogantes que surgen de esas
dos decisiones. Cierto es que se sancionó a esos partidos por haber
violado la legalidad, pero también hay que asentar que tales decisiones
no dejaron contento a casi nadie. Ni a los partidos castigados ni a una
ciudadanía que, más allá de lo que se interprete en
las instancias oficiales, está cansada de que le vean la cara.
De igual manera, es imposible soslayar que la negociación
que PRI y PAN llevaron a efecto en la Cámara para designar al nuevo
IFE está íntimamente ligada a los desesperados esfuerzos
que algunos sectores políticos y empresariales -encabezados por
el gobierno federal- llevan a cabo para privatizar los energéticos
y para dar cauce a la reforma hacendaria.
Por si fuera escaso el menú político-legislativo,
antes de fin de año los integrantes del Congreso deberán
aprobar el presupuesto general para 2004. No hay manera de desligar la
negociación que se generó sobre la nueva composición
del IFE de las que están llevándose a cabo en los demás
asuntos mencionados.
Es, y duele decirlo, un IFE que nace de mala manera. Y
hay que reiterar en este sentido que todos sus nuevos integrantes, más
allá de las dudas aquí planteadas, merecen el necesario y
debido respeto. Que sus designaciones hayan sido resultado de, cuando menos,
discutibles negociaciones de pasillo entre priístas y panistas,
no quita que esos consejeros gocen, de entrada, de un espacio que permita,
a la luz de sus decisiones, un diagnóstico que será finalmente
el fiel que incline la balanza.
El IFE, finalmente, entra en su segunda época.
Será su octavo año y en apenas tres más deberá
velar por la limpieza de las elecciones que llevarán a Los Pinos
a una nueva figura presidencial. La empresa que tiene por delante es ciertamente
problemática; se trata de que la ciudadanía despeje en gran
medida sus dudas respecto a quienes imparten justicia. Y el tema electoral
es básico en esa dirección.
El nuevo IFE tiene la palabra. Y la opinión pública
estará atenta.
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