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México D.F. Sábado 1 de noviembre de 2003
María del Consuelo Franco se dedica a
embalsamar cadáveres desde hace 50 años
El oficio de arreglar muertitos
Como en todo negocio, en éste hay temporadas
altas, refiere dueño de una funeraria
JOSEFINA QUINTERO MORALES
Antes de 12 horas Miguel Linares Castillo tiene que llegar
con la familia Franco. Lo esperan para vestirlo y que pueda partir "bien
arregladito". Quedaron listos, en una bolsa de plástico, la blusa
amarilla, su pantalón de sarga que más le gustaba, el suéter
tejido y los calcetines, para que no tenga mucho frío. Más
tarde es recibido en la funeraria Grossman. Ahí lo embalsamarán
para que pueda ser velado, y después sus restos sean inhumados en
el panteón de San Lorenzo Tezonco.
El
destino del muertito es responsabilidad de los familiares más
cercanos, quienes deciden si es incinerado, situación que aprovechan
los que ofrecen los servicios funerarios, pues no existe una ley que regule
los costos. En la ciudad de México pueden encontrarse servicios
funerarios en precios que oscilan entre 4 mil 500 y 43 mil 798 pesos, que
incluyen ataúd, capilla, trámites legales, un camión
para 32 personas, carroza e inhumación. Por ejemplo, funerales Galia,
en su plan de previsión da 18 meses para pagar. El precio, explicó
Juan Ortega, encargado de la funeraria, puede subir "si el ataúd
está troquelado o es de madera, o el arreglo de la carroza; según
lo que pidan. Todo depende de la empresa con que se contrate el servicio".
El negocio también depende de las culpas
que haya que pagar con el muerto, o de "los egos", asegura Mari, quien
se encarga de arreglar a los cadáveres. "Buscan la mejor funeraria,
caja de metal, que se vea bonita la carroza, porque en vida se pelearon.
No es nada más el abuso de las funerarias, la gente paga su culpa
con un buen servicio". Y, como en todo negocio, hay temporadas altas.
Roberto Hirarte, uno de los propietarios de la funeraria Grossman, comenta
que después de la luna llena hay más homicidios y se incrementan
las ventas. También, a partir del 12 de diciembre empieza el desviajedero,
que termina en marzo.
Para María del Consuelo Franco Avilés, considerada
"la primera embalsamadora en el Distrito Federal", los muertos ya son parte
de su vida cotidiana; le gusta arreglar a los cadáveres, para que
en los familiares quede un buen recuerdo. El oficio lo aprendió
desde muy pequeña. "La primera vez que embalsamé no podía
dormir, dejé de comer, estaba muy impresionada. Fue mi padre, Ezequiel
Franco Cortés, quien me enseñó, y con el tiempo le
agarré el gusto". Se inició en 1972 y ahora es una experta.
Asegura que en días de mucho trabajo ha embalsamado 32 cuerpos.
El objetivo, explicó, es la preservación del cuerpo, y para
ello se inyecta en la arteria femoral una sustancia que sustituye a la
sangre. Posteriormente, con una hidroaspiradora se extraen líquidos,
gases y excremento. "Cuando las orejas están rígidas y el
cuerpo cambia de tono, porque llega muy amoratado, es señal de que
está listo. Se limpia, viste y entrega en la caja para ser trasladado
al crematorio o velatorio".
Consuelo
Franco es pionera en el oficio de embalsamar cadáveres. Ofrece sus
servicios en la colonia Doctores desde hace más de 50 años.
Cuenta con los permisos de la Secretaría de Salud y por ello puede
extender los certificados de embalsamamiento. Por último, dice que
es importante respetar las creencias de la gente: "hay quienes piden que
no lleve zapatos para que no tenga problemas en el camino, y así
se van". Dice que seguirá en esto mientras pueda ejercer su trabajo,
y que la muerte no le asusta. "Es una consecuencia de la vida y es la única
certeza que tiene el ser humano".
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