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México D.F. Sábado 1 de noviembre de 2003

Estrenó en el teatro Cervantes su coreografía basada en la obra de García Lorca

Sara Baras liberó los anhelos vibrantes de Mariana Pineda

La bailaora española y su grupo ofrecieron una danza ritual de fuego

Muslos turgentes y caderas en vaivén irresistible devinieron coros de cuerpos

PABLO ESPINOSA ENVIADO

Guanajuato, Gto., 31 de octubre. La equidistancia entre las danzas clásica y moderna, entre el flamenco y el ballet, el alfa y el omega, una estatua de sal y un óleo de Ingres, un gemido de placer y uno de dolor tiene cuerpo y es hermoso, y cuando baila el mundo gime en un éxtasis orgásmico que lleva en el rostro la igual distancia entre la comisura de los labios de una virgen en santuario y el gesto extático de una santa laica. Todo esto tiene nombre y apellido: Sara Baras. Un portento.

La noche del jueves Sara Baras estrenó en el teatro Juárez su coreografía del texto mayor de Federico García Lorca, Mariana Pineda, e inició con ello una explosión apasionada de emociones cuyos efectos quedan en el cuerpo y en la mente de quien la observa, poseído por una divinidad de carne y sangre. Su lectura de Lorca es un largo oleaje de elegancia bruckneriana que destella en arrebatos cuya intermitencia deja exhaustos, clímax mordidos por la cola de otros clímax, a los mortales desde las butacas y quedan estaqueados de placer.

Palindromagia danzante

Una orquesta alada revienta los aires jondos de la partitura de un clásico de clásicos, Manolo Sanlúcar, mientras el cuerpo de baile despliega el genio de otro gran maestro peninsular, don Lluis Pasqual, cuya dirección escénica completa un vasto mural pintado con la sangre hirviente de los bailarines que machacan sus pasiones en el piso a fuer de músculos labrados a golpe de seguiriyas, soleares, farrucas, bajo el estrépito enardecedor de esos volcanes frapeantes en un coro de sedas, olanes, los vestidos de las ninfas que han dejado por una noche sus encantamientos puestos en el machaqueo delirante de las plantas de sus pies.

Visto en primer plano, el rostro de Sara Baras deja escapar en oleadas los vapores candentes de una sexualidad enardecida, los gemidos eternos de una pasión estremecedora, los anhelos vibrantes de un personaje, Mariana Pineda, enaltecida por el sacrificio y la redención populares, por la consecución de los más elevados sueños libertarios en una danza ritual de fuego.

¡Ah, que Sara Baras danza y un diluvio de magma enciende más volcanes!

Sara Baras, palindromagia danzante. Dábale Sara arroz a la zorra. Sara se sarandea en una sarabanda de salvas empalmadas y los palindromas se multiplican en aciertos: cuatro bailarinas danzan vestidas como monjas mientras el guiño denuncia: sus pasos de danza vuelan entre la modosidad monjil y el paso de ganso falangista. La complicidad entre la Iglesia católica y las fuerzas armadas mostrada en arte como un reflejo de lo que sucede hoy en el mundo: un gobernante, Aznar, amante del crucifijo armado y sus rebotes: en Guanajuato un festival cultural de elevado contenido artístico, pero manchado por la presencia, bendecida por las fuerzas de derecha, embozadas o cínicas, de policías de uniforme y sin él.

Semidiosa de belleza extrema

Los juegos de espejo políticos de la coreografía de Sara Baras se despliegan con una elegancia sutil, en una sucesión de números de conjunto y una algoritmia genial de solos en la que las intervenciones de la más importante bailarina española del momento quitan el aliento y lo devuelven en purificaciones sexualizadas bajo el coro alelante de los olanes flameando el vapor que sale de cada poro de esta semidiosa de belleza extrema y en cuanto el oleaje en frenesí de sus ideas volcadas en brazos ondulados, muslos turgentes y caderas en vaivén irresistible se vuelven coros de cuerpos, una sensación de energía liberadora inunda la carne de quienes danzan y de quienes observan, calcinados ya, desde el butaquerío que arde.

La pira de cuerpos avanza en oleajes contando una historia de dialéctica social, de ideas armonizadas en las turgencias de los cuerpos, en el éxtasis de una energía sexual liberada y libertaria. Borbotones de energía que se concentran en un finale de megatones de carne temblorosa, una explosión cósmica sublime. Un esplendor de obra maestra.

Larga vida a Sara Baras.

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