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México D.F. Jueves 30 de octubre de 2003
Adolfo Sánchez Rebolledo
El Polo Democrático Independiente
Entre la presidencia de Lula y la victoria del también sindicalista Luis Garzón, en Bogotá, hay sin duda enormes diferencias, pero la fuente de la que ambos se nutren es la misma: la desilusión que sigue al fracaso de las políticas económicas liberales promovidas en Latinoamérica durante las últimas décadas. Para decirlo en palabras de Antonio Navarro Wolf, ex guerrillero del M-16, senador y ahora uno de los dirigentes del Polo Democrático Independiente de Colombia, "hay una 'rebeldía' contra el Consenso de Washington en toda América Latina", cuyas manifestaciones más dramáticas se han presentado en Bolivia y, antes, en Argentina o Brasil, por citar situaciones muy distintas. Se trata de una respuesta muy amplia y profunda que no sigue esquemas o modelos únicos, ni está liderada por las mismas fuerzas en cada país, aunque esté marcada en todos por la presencia de la izquierda, inmersa en un movimiento cívico y popular que ya no cabe en los moldes de los partidos tradicionales, cada vez más incapaces de entender y adaptarse al nuevo contexto social y político engendrado por años de "cambio estructural", es decir, por la remodelación de la sociedad y sus necesidades básicas bajo la dirección del pensamiento único, ese fundamentalismo imperial que hace de la globalización no la palanca para el desarrollo que en rigor podría ser, sino, por el contrario, una camisa de fuerza donde se reproducen la desigualdad, la injusticia y la violencia, siempre en nombre de la modernización y el mercado.
A diferencia de la experiencia brasileña, donde el trabajo fino del PT preparó "desde la base", por así decir, la victoria electoral de Lula, en Colombia se ha dado un proceso de unificación "desde arriba" de grupos civiles y corrientes políticas que hasta entonces se consideraban marginales respecto del bipartidismo dominante y sus grupos de poder. Guiados por consideraciones dictadas por el realismo político electoral, pero también por la urgencia de tomar posición ante el hecho de la lucha armada, los fundadores del Polo Democrático se propusieron constituir una alternativa comprometida con la democracia "como condición de vida civilizada, como forma de gobierno y de hacer la política". Además, según han escrito en su plataforma política, "somos y queremos ser el partido de la justicia social, de la equidad, la igualdad de oportunidades, la vigencia plena de los derechos económicos, sociales y culturales. Hay que eliminar los extremos de riqueza y pobreza, acabar la exclusión social, derrotar la pobreza, el desempleo y el hambre". Así pues, el Polo Democrático Independiente se presenta a sí mismo como una fuerza reformista radical, democrática y progresista, dispuesta a ser gobierno y luchar por un programa que, en términos generales, se identifica con las posturas de la socialdemocracia, sobre todo cuando afirma que "nuestro objetivo político central de hacer realidad el estado social de derecho para asegurar el bienestar de la población coincide de manera consustancial con la promoción, protección y defensa de los derechos humanos y el derecho internacional humanitario. Asumimos el carácter universal, integral e indivisible de los derechos humanos. Las libertades civiles y políticas, los derechos individuales y sociales, las libertades sindicales, los derechos económicos, sociales y culturales, son derechos humanos fundamentales".
Naturalmente, el gran tema que define al PDI respecto de otras formaciones políticas es la postura ante la vía armada que el gobierno del presidente Uribe, con el apoyo estadunidense, combate apelando única y exclusivamente a la acción militar. Frente a eso, el Polo Democrático, cuya fundación fue saludada en algún momento por las FARC, aludiendo a la necesidad de "combinar todas las formas de lucha", expresa con toda claridad una postura a favor de la solución del conflicto "mediante la negociación política; y no, principalmente, mediante una estrategia de guerra y fortalecimiento militar. Si bien es cierto que la guerra interna se ha degradado y que está mediada por el terrorismo y el tráfico de drogas y armas, no es menos cierto que en su origen y persistencia hay causas objetivas y motivaciones políticas", se asienta en la plataforma política. Sin embargo, afirma el PDI, "también decimos no a la guerra, por considerar que en Colombia la lucha armada no es hoy factor de transformación, sino de retroceso; no es políticamente viable ni un medio legítimo. En nuestra acción política no estamos dispuestos a aceptar la denominada combinación de formas de lucha ni la complicidad con dinámicas de guerra y violencia". Además, "enfáticamente rechazamos la existencia y las acciones de grupos de justicia privada en nombre de una supuesta defensa del Estado o como reacción frente a la guerrilla; y, con mayor fuerza, cualquier complicidad con tales grupos por parte de agentes estatales".
Sin duda que la propuesta del PDI no parecerá "políticamente correcta" en muchas partes, pero en Colombia llegó a oídos receptivos, como lo demuestra la alta votación que sus candidatos obtuvieron en la capital y en otras ciudades importantes del país, abriendo la puerta a la expresión de una voz que no repite el mismo discurso. Para interpretar la voluntad de la mayoría, está visto, no hay recetas. Los catecismos hace mucho dejaron de funcionar.
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