México D.F. Jueves 30 de octubre de 2003
Miguel Marín Bosch*
Jugar sin el balón
Hace 15 días, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó por unanimidad la resolución 1511. Con dicha resolución el Consejo legitimó la ocupación y, por ende, la invasión de Irak por las fuerzas de la llamada coalición, y reconoció la autoridad de las potencias ocupantes. Es más, constituyó una prueba inequívoca de que la comunidad internacional acepta y bendice el mundo unipolar.
A escasos metros de la sala del Consejo se encuentra la imponente sala de la Asamblea General, donde se está debatiendo, entre más de un centenar de otros temas, la posible reforma de la ONU. A la luz de ese debate, el secretario general Kofi Annan anunció hace unos días que nombraría una comisión de personalidades de prestigio mundial para examinar el tema y presentar recomendaciones. No deja de ser irónico hablar de reformas encaminadas a democratizar la institución cuando, al mismo tiempo, se acepta la imposición de la voluntad de una sola potencia.
Lo que ocurre en el Consejo de Seguridad refleja lo que está pasando en todo el mundo: en Irán con su programa nuclear, en el foro económico de APEC con su creciente politización (como lo quiso Clinton desde Seattle) y en la pasada conferencia de seguridad (mal llamada hemisférica).
En el Consejo de Seguridad recae la responsabilidad principal de la ONU para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. En los últimos años el Consejo ha ido multiplicando sus operaciones de paz y actividades conexas. Sin embargo, sus decisiones no siempre gozan del apoyo decidido de los demás miembros de la ONU. He ahí la clave del problema que tendrá que resolverse pronto si la organización ha de convertirse en un verdadero instrumento multilateral de paz, y así cumplir con los nobles objetivos que sus fundadores se fijaron en 1945. Y la solución a este problema tendrá que buscarse en un equilibrio entre el reconocimiento del papel de las grandes potencias, por un lado, y la necesidad de que actúen conforme a la voluntad de la mayoría de los miembros de la ONU, por el otro.
La ONU se encuentra una vez más involucrada activamente en la búsqueda de soluciones a muchas crisis internacionales. En la última década del siglo XX dejó de ser un foro de debates casi olvidado para convertirse en otro cada vez más activo y relevante. Entre 1946 y 1989, el Consejo aprobó un promedio de una resolución por mes. Desde entonces ese promedio mensual ha sido de cinco. Por consiguiente su imagen empezó a cambiar y, al igual que a finales de los años 40 y principios de los 50, hoy se le considera, con razón o sin ella, la poseedora de la respuesta a muchos de los problemas mundiales.
La opinión pública mundial no siempre es consciente de lo que razonablemente se puede pedir a la organización. Con frecuencia es vista como una institución independiente de sus estados miembros. Y cuando las cosas salen mal, hay quienes, sin saberlo, critican a "la ONU" como si ésta tuviera vida propia. El problema se complica todavía más al no contar con reglas claras para guiar sus múltiples operaciones para la consecución y el mantenimiento de la paz. El público y los medios de comunicación no siempre pueden distinguir entre una fuerza observadora de la ONU enviada para evitar el inicio de hostilidades entre dos bandos antagónicos y una fuerza militar de la ONU, parecida a un ejército nacional, con un mandato para restablecer la paz en alguna región.
A menudo se pide al Consejo de Seguridad que emita un juicio acerca de determinada situación y luego éste aparece impotente para componerla. Además, las tropas que los estados miembros deciden poner bajo el mando de la ONU son vistas por algunos como parte de un ejército humanitario, mientras otros las consideran como un indicio de un proyecto intervencionista o punitivo. Y no debería pedírsele a la organización que, en determinado conflicto, lleve a cabo misiones humanitarias (parecidas a las que, con neutralidad muy estudiada, viene realizando desde hace más de un siglo el Comité Internacional de la Cruz Roja) y, al mismo tiempo, exigirle que tome partido en el mismo.
En suma, la ONU debería resistirse a asumir misiones paralelas y con frecuencia contradictorias en torno a un mismo problema. Y aún más importante sería evitar convertirse en un "actor complementario" en la solución de crisis, encargado de recoger los trastos de otros, como en Somalia, Ruanda o Haití. La ONU tampoco debería prestarse a jugar un papel de "frente" para cubrir la intervención de otros, como en los casos de Bosnia-Herzegovina y Kosovo, en los que la OTAN dirigió la misión de la ONU. En Afganistán la historia ha sido otra. En Irak el papel de la ONU se ha visto reducido al que le viene asignando Estados Unidos como la potencia ocupante.
Ahora los demás miembros de la ONU tendrán que ingeniárselas para tratar de asegurar que la organización recupere su relevancia en materia de paz y seguridad internacionales. En el futbol se dice que hay que saber jugar sin el balón. En la ONU ya sabemos quién es el dueño del balón. * Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana
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