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México D.F. Jueves 30 de octubre de 2003

Sergio Zermeño

El rector De la Fuente

Todos tenemos la sensación de que esta es una de las elecciones para rector más aburridas del mundo, lo cual no es necesariamente negativo. Se necesitarían muchas presiones, y quizá muchas provocaciones desde el exterior, o desde arriba, para que los 15 miembros de la Junta de Gobierno eligieran a un nuevo rector, y eso se ve muy difícil, a pesar de la contundencia con que la actual administración universitaria ha establecido sus distancias con el régimen foxista.

Y es que De la Fuente logró lo que parecía imposible hace apenas tres años: que la UNAM remontara el tremendo desprestigio con que salió de la huelga de 1999. Cuántos intereses no se mezclaron, cuántos oportunismos no afloraron en aquellos momentos para hacer aparecer a nuestra universidad como una institución en decadencia, peligrosa, desordenada. Cuatro años después se ha puesto en claro lo que nunca estuvo en duda: que la UNAM sigue teniendo las más altas calificaciones académicas en la inmensa mayoría de las áreas de las ciencias, las humanidades y la cultura. De la Fuente ha planteado otro problema central: que la cobertura en la educación media y superior se ha estancado desde hace décadas y que eso se ha convertido en una palanca ominosa de exclusión social.

Pero ahí está justamente el problema: a muchos universitarios nos parece que el periodo rectoral que se avecina debe enfrentar con toda claridad el problema de la exclusión. La UNAM, por razones presupuestales, se ve obligada a cerrarle las puertas de la academia a un número cada año mayor de aspirantes, pero eso se le revierte, porque esos jóvenes, o unos parecidos, terminan forzando las puertas del campus y logran su ingreso por derechos propios pero no ya para estudiar, sino para comerciar, para instalar changarros de lo que sea u ocupar cualquier espacio que les permita una posición favorable. Como al término de muchos movimientos huelguísticos en nuestra institución, pero ahora de manera francamente desbordada, los grupos que dirigieron las acciones terminan apropiándose de espacios privilegiados del campus.

El auditorio más importante de la UNAM se encuentra en poder de alguna de las innumerables corrientes en que se dividió el CGH; las cafeterías de la Facultad de Ciencias y de otras dependencias se encuentran en la misma situación; se ha quitado el enrejado de algunos estacionamientos para evitar que sean convertidos en fiestódromos a partir de los viernes; los alrededores e incluso el interior de la Facultad de Filosofía y Letras y de otras facultades comienzan a emular el panorama de las salidas del Metro; innumerables salones y cubículos están secuestrados por estudiantes, por personas ligadas a ellos de los movimientos urbano-populares y por sus asesores, que interrumpen eventos académicos gritando histéricamente que ellos son la Verdad y nadie más tiene el derecho de expresar sus ideas (sin olvidar que las autoridades dejan correr la violencia porril en los planteles del CCH).

Así que lo que tendremos que resolver los universitarios en los tiempos que se avecinan es la compleja tarea de convencer a la sociedad y al gobierno de cumplir con su obligación de educar a la juventud; se trata, en resumen, de abrir las pesadas puertas de la academia al mayor número de jóvenes mexicanos para tener la legitimidad para cerrar las otras puertas, las del comercio informal en contubernio con el radicalismo porril en que devino el conflicto del 99. La marca de nuestra época son las oleadas de excluidos que en su resaca invaden todos los espacios públicos (camellones, banquetas, plazas...). La UNAM, a diferencia de las universidades privadas, no puede levantar un muro hacia la sociedad, ha sido siempre un territorio continuo con su exterior y con sus problemas. Su legitimidad y su fuerza para mantener el orden interno a favor de la academia radican en que siga cumpliendo su función recibiendo a más jóvenes (en este o en otros campus, con estas o con otras siglas), como la Universidad de California o la de París. En los días de la semana se han escrito con oro las letras UNAM en el Congreso, lo que implica que se ha reconocido el alto grado de dificultad y el compromiso de esta institución con su entorno. Los legisladores han entendido bien y su apoyo es crucial en las tareas que De la Fuente debe encabezar en los años que vienen, entre las que está pendiente, por cierto, un congreso para la reforma de la UNAM.

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