México D.F. Miércoles 29 de octubre de 2003
Ramón Vargas y Verónica Villarroel protagonizaron la gala operística en el recinto
En el teatro Juárez, celebración por una centuria de alta sociedad
De Díaz a Fox, los asistentes testimoniaron un encuentro, Ƒo entrecruce?, de épocas
ANGEL VARGAS Y ARTURO JIMENEZ ENVIADOS
Guanajuato, Gto., 28 de octubre. De Porfirio Díaz a Vicente Fox, cien años del teatro Juárez, icono arquitectónico, histórico, político, cultural y artístico de esta ciudad. Un encuentro -Ƒo entrecruce?- de épocas.
Con el gobernante Díaz fue un montaje fastuoso de Aída, de Giussepe Verdi. Con el presidente Fox, un siglo después, una gala operística protagonizada por el tenor mexicano Ramón Vargas y la soprano chilena Verónica Villarroel.
El Juárez convocó en dos diferentes épocas a las máximas autoridades del país. Hace un centenario a la inauguración acudió un Díaz señalado ya de dictador, pese a lo cual anoche varios oradores prefirieron referirse a él como ''el presidente de la República de entonces".
Y cien años después, a los festejos por el centenario del bello recinto estilo francés y con diseños de arte mudéjar acude un Fox a quien se asocia con el fin de un régimen autoritario, pero también con un cada vez más cuestionado cambio democrático y un refortalecimiento de la derecha.
Los designios de la moda han cambiado, y mucho, de los primeros años del naciente siglo XX a los albores del XXI. Pero no así las convenciones sociales ni las ''buenas costumbres" ni ciertas reglas de etiqueta.
En la velada de anoche, el teatro Juárez se vio engalanado con la presencia de la crema y nata guanajuatense, como lo estuvo el 27 de octubre de 1903. Antes, atavíos de pipa, guante, frac y sombreros de copa, corsés ajustados, copetes, delicadas fragancias francesas. Ahora, trajes oscuros, gente chic o nais. Y un salón de fumadores expropiado para tomarse una copa de vino y comer algunos bocadillos en compañía del presidente de la República, bajo la severa vigilancia del Estado Mayor Presidencial.
Los guardias presidenciales, de casquete corto y la mayoría altos de talla y fornidos, por momentos parecían más numerosos que los invitados. Con su inseparable chicharito al oído, se esparcen por el teatro. Hacen vallas, catean, revisan, vigilan. Restringen el paso de público y reporteros, a quienes retienen cámaras y grabadoras.
A la hora de los discursos
Parado en el escenario, junto al gobernador Juan Carlos Romero Hicks y otros funcionarios, el presidente Fox dijo que el Festival Cervantino es ahora un ejemplo de cómo la sociedad asume de manera concertada y corresponsable las tareas culturales.
Los gobiernos federal, estatal y municipal, así como la Universidad de Guanajuato y la empresa privada, agregó, son hoy los soportes para que este encuentro se realice con los ''niveles de excelencia" que lo caracterizan. Y ofreció:
''En esta ocasión tan significativa, reitero mi compromiso con el fortalecimiento de las instituciones culturales y con la creación artística de México. Nuestra política en esta materia se funda en la libertad absoluta para la creación y la expresión; en una relación generosa y plural de México con las culturas del mundo; en el apoyo a la formación y creación de artistas mexicanos, así como en la responsabilidad compartida."
El acceso a los bienes y servicios de la cultura, prosiguió, es un ''derecho fundamental de las mexicanas y mexicanos". Y el presidente aseguró: ''Para impulsarlo, estamos promoviendo ante el Congreso de la Unión la actualización de la normatividad cultural y la consolidación jurídica del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
''La cultura debe seguir siendo elemento decisivo en la construcción de una sociedad verdaderamente democrática, participativa e incluyente. Ella es la patria espiritual común que nos identifica como mexicanos y nos hermana con todos los pueblos."
Desde el palco principal, Marta Sahagún atendía los discursos al mismo tiempo que, sonriente, saludaba agitando la mano a cuanta persona le hacía un gesto o la llamaba por su nombre.
A la hora de la gala de ópera
Ramón Vargas y Verónica Villarroel ofrecieron un programa con fragmentos de las óperas Don Giovanni y La flauta mágica, de Mozart; El barbero de Sevilla, de Rossini; Lucía de Lammermoor, de Donizetti; La vida breve, de Manuel de Falla; Manon, de Massenet; Aída, de Verdi; La bohemia, de Puccini, y al final obsequiaron algunas piezas de canciones mexicanas finas, algunas en popurrí.
Acompañados por la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato, dirigida por José Luis Castillo, los intérpretes, de manera individual y en dúos, colmaron el ánimo celebratorio de un público complaciente para el aplauso.
Más de dos horas de actuación confirmaron el nivel excelso que vive el tenor mexicano. Potente de voz, sublime con sus agudos, arrobadores sus pianissimos. Do de pecho por doquier, sin escatimar. Su voz -parafraseando a Mohamed Alí- pica como abeja y vuela como mariposa.
Muchos humedecieron sus ropas. El calor era extremo. Los abanicos, tanto los originales de procedencia china como los improvisados con el programa de mano, de poco servían. Sobre el escenario, cantantes, director y músicos sudaban la gota gorda.
Acaso ese fue el motivo por el que Villarroel cambió su inicial vestimenta, pantalón y blusa negros, por un estrambótico vestido de igual color, con cuello a la usanza draculesca. ''šAy, qué feo!", se oyó una crítica entre el público que remató: ''cantaron bonito la Carmela y el Rafael".
El desempeño de la soprano fue homogéneo, de alto nivel, logrando momentos sublimes, a base de potencia y ductibilidad de voz, lo mismo arropadores y dramáticos que traviesos y amorosos.
Así se celebraron cien años del teatro Juárez. Cien años de alta sociedad.
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