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México D.F. Miércoles 29 de octubre de 2003

Emilio Pradilla Cobos

Debatir la política urbana

Tras dos décadas de imposición de políticas neoliberales para implantar el actual patrón de acumulación de capital, transferencia de funciones del Estado a la libre iniciativa empresarial, desregulación y abandono de la planeación indicativa, privatización de las instituciones públicas, la infraestructura y los territorios, reducción del gasto social y trasnacionalización de la economía en el contexto de la globalización imperialista, los viejos problemas del desarrollo regional y urbano siguen sin solución. Muchas de sus manifestaciones, gestadas por la industrialización, la urbanización acelerada y el intervencionismo estatal de la segunda mitad del siglo XX se han agravado por la profundización de la explotación, la pobreza y la exclusión socioterritorial de los trabajadores, el desordenado gigantismo urbano y la mercantilización de los componentes del territorio. A esto se añaden nuevos problemas derivados del impacto del cambio tecnológico, de la degradación ambiental y del carácter depredador salvaje de la naturaleza y los hombres consustancial al patrón de acumulación de capital a escala global.

La izquierda ha cambiado profundamente. La intelectualidad crítica aún no se repone del impacto del derrumbe del socialismo real sobre los paradigmas marxistas; muchos de sus integrantes aceptan la inevitabilidad del capitalismo y la globalización neoliberal, y se mueven en la fragmentación de la problemática sin un referente teórico integrador, el empirismo y la casuística, la sectorización o individualización de las respuestas, y la búsqueda de nuevos sujetos sociales. La mayoría de las organizaciones políticas de izquierda cruzaron el puente hacia el neoliberalismo -en ocasiones "con rostro humano"-, aceptan sin crítica el destino manifiesto del libre mercado global y la democracia representativa, cuya lucha electoral los absorbe, y adoptaron el método del pragmatismo de corto plazo que les impide hacer propuestas totalizadoras.

En ambos campos se añadieron nuevos temas, válidos pero fragmentados, al limitado abanico inicial: ecología, cultura, igualdad de género, minorías étnicas, identidades y diferencias; pero no hay la intención de construir un análisis y una propuesta de cambio social que los integre con los problemas antes dominantes. Ni siquiera la recuperación del peso determinante de lo económico, la creciente agresividad del imperialismo y sus guerras, el desempleo masivo, la pobreza y el agudo deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores urbanos logran conmoverlos.

Los sujetos del cambio social también se han modificado, aparente o realmente: de las clases explotadas u oprimidas y sus organizaciones como sujetos colectivos del cambio, hemos pasado a los ciudadanos y sus decisiones individuales de voto, las agrupaciones sectoriales pluriclasistas de ecologistas, feministas, étnicas, culturales, religiosas, etcétera. Sólo el movimiento globalifóbico -globalicrítico o altermundista- de resistencia parece integrarlos en una sumatoria aún amorfa y sin programa.

Los políticos y los partidos de izquierda, viejos o nuevos, aceptan la imposibilidad de una revolución anticapitalista y, en el marco de la democracia representativa más o menos limitada, compiten por el poder con programas democráticos, defensivos y de mitigación de los peores efectos del neoliberalismo -el capitalismo de hoy-, al tiempo que la agresiva y violenta globalización imperial reduce su margen de maniobra. A pesar de la evidencia de la urbanización de la vida social, del asiento dominantemente urbano de los viejos o nuevos problemas, y del surgimiento de nuevas formas territoriales más complejas, la izquierda no realiza una discusión política y elaboración programática de fondo que incluya los temas territoriales como dimensión estructural sustantiva del cambio social, y cuando logran triunfar en los procesos electorales para formar los congresos nacionales o locales, o para presidir los gobiernos, enfrentan los problemas urbanos y regionales con legislaciones o políticas fragmentarias y pragmáticas ante la casi desaparición de la práctica de la planeación, en ausencia de un proyecto territorial integral y de largo plazo; el más claro ejemplo lo tenemos en el Distrito Federal.

A pesar de que en tres décadas la población mexicana se habrá urbanizado casi totalmente, lo urbano y lo regional prácticamente se han diluido en la discusión política y programática y la práctica de la izquierda; hoy, es urgente reabrir el debate.

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