México D.F. Martes 28 de octubre de 2003
El artista mexicano dirigió a la Orquesta
Filarmónica de Cámara de Polonia
Velada de intensa y seductora música marcó
el rencuentro de Sergio Cárdenas con Guanajuato
ANGEL VARGAS ENVIADO
Guanajuato, Gto., 27 de octubre. Fue una noche
de rencuentro, aunque para muchos fue de estragos y resaca sabatinos. Una
noche poslluviosa y fresca. También de intensa y deliciosa música.
Fue la noche del regreso del director Sergio Cárdenas a escenarios
cervantinos, después de más de una década de ausencia.
Ovaciones y vítores, tronidos y más tronidos
de aplausos. El público, de pie, pide, demanda, clama más.
La emotividad se desborda en el teatro Juárez. Hasta ese grado conmovió
y cautivó la actuación de la Orquesta Filarmónica
de Cámara de Polonia, bajo la batuta del músico mexicano,
actual titular de la Sinfónica de El Cairo, en Egipto.
Entonces
se suceden los encores: uno, dos, tres... en una escena similar
a la ocurrida hace apenas una semana con el concierto de la Royal Philharmonic
Orchestra, conducida por otro artista nacional, Enrique Bátiz.
Cuán largo el escenario, se encuentran distribuidos
los 19 atrilistas de la agrupación polaca, ataviados con elegancia.
Once de esos músicos son mujeres, de apariencia frágil y
angelical.
Quizá eso ayude a desvelar el secreto de la sutileza
delirante que la orquesta logra en varios momentos de la velada, definidos
porque la música parece pender de una delgada y quebradiza línea
que apenas logra separarla del silencio. Son pianissimos estremecedores
y acariciantes que obligan a contener la respiración y erizan la
vellosidad epidérmica.
Es una actuación seductora. Una muestra de la excelsitud
de la escuela cuerdística polaca. Más de dos horas de música
con todo y las tres piezas extras.
El programa abre con una obra de un compositor y violinista
oriundo de aquella nación eslava, Divertimento, de Feliks
Janiewcz (1762-1848). Ocho minutos de vaivenes emocionales. Ráfagas
de violines, violas, violonchelos y un contrabajo que lo mismo sonríen,
besan, abofetean y vuelven a sonreír, besar, acariciar y finalmente
se rinden, complacidos, con una sonrisa.
Estreno mundial de Columpios
Un estreno mundial es el segundo plato de la velada: Columpios
(1951), pieza del universo onírico de Sergio Cárdenas, escrita
para clarinete y orquesta, que en ciertos pasajes remite al Gershwin de
Rapsodia en azul, y de pronto irrumpe por allí alguna sonrisa
muy mozartiana. Es una obra oscilante, acaso un tanto angustiante, pero
que luego en su final lleva a un estado de remanso y quietud. Fue aplaudida
largamente, al igual que el solista, Rolf Weber.
Músicos y director intercambian miradas y sonríen.
El público permanece más que entregado. Sin embargo, el paroxismo
llega con la última pieza, Serenata para cuerdas de Chaikovsky
(1843-1893).
El sonido de la orquesta brilla, deslumbra, propicia arcoiris.
Cárdenas, a la batuta, parece un bailarín. Sus movimientos
de manos y cuerpo son cadenciosos y ágiles, acompañan la
música, la alargan y la acortan de tajo, según demande la
partitura.
Hay susurros en la música, de nuevo caricias, placidez,
gratificante placidez. Los suspiros se detonan. No hay por qué contenerse
más. La pieza ha terminado y con ello una noche de común
unión.
Así quedó sellado el rencuentro de Cárdenas
con Guanajuato, el teatro Juárez y su público, luego de que
por muchos años fue titular de la Orquesta Sinfónica del
Bajío.
Al final del concierto, el director del Festival Internacional
Cervantino, Ramiro Osorio, subió al escenario para entregar al maestro
un diploma por la ocasión y, al mismo tiempo, darle de nueva cuenta
una efusiva bienvenida.
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