México D.F. Domingo 26 de octubre de 2003
MAR DE HISTORIAS
Media manzana
Cristina Pacheco
Va para un año que enterramos a mi niña. Si me oyera llamarla así, niña, protestaría: "ƑQué, no sabes mi nombre?" Cómo no iba a saberlo, si lo elegí y lo reservé para ella durante muchos años. A la hora del bautizo, al escucharlo, el padre Reyes interrumpió la ceremonia: "ƑJade? No hay ninguna santa que se llame así". Con todo respeto, le recordé que los papás tienen derecho de elegir el nombre de sus hijos.
Como si no me hubiera oído, el sacerdote me recitó el santoral mientras mi hijita parecía asfixiarse en llanto. Damián me suplicó que cediera. Me defendí: "De niña, el día en que me llevaron a conocer el callejón de Dolores descubrí en un aparador una muñequita preciosa. Mi madre me explicó que era china y estaba hecha de jade. La palabra me encantó y prometí que, cuando tuviera una hija, la llamaría Jade".
El padre Ramos pareció convencido: "Como quieras, pero te advierto una cosa: cuando la niña crezca y se enferme, o esté en peligro, no tendrá ninguna santa patrona que la ayude. Si eso no te preocupa, šadelante! Ya perdimos mucho tiempo". La idea de que mi bebé creciera desamparada me asustó, pero ni aun así quería renunciar a mi anhelo. Damián propuso la solución ideal: "Que se llame María Jade". Muy pronto los nombres se fundieron en uno solo: Mayá. Está inscrito en su tumba, sobre las fechas que encierran su corta vida (1987-2002) y la frase que nos dictó el lapidario: "Velaremos tu sueño". II
Con Mayá me sucede todo lo contrario que con los otros seres queridos que han muerto: con ellos hablo, a mi hijita la oigo y la veo, pero siempre desde lejos. Hay momentos que escucho el tono de su voz, sus pisadas en la escalera, su forma de cantar las canciones en inglés. "ƑCómo pueden gustarte si no entiendes la letra?", le decía para hacerla rabiar. Su respuesta era siempre la misma: "Ay, mamá, Ƒpor qué te metes en mis cosas?"
Cuando Mayá era bebé me encantaba llevarla a la calle porque todo el mundo se deshacía en halagos: "šQué criatura más linda!" "šY qué ojos!" "De grande será una mujer guapísima". Desde que Mayá fue a la escuela, las mamás de sus compañeras siempre me decían: "šFelicidades! Su hija es una gordita muy simpática". En verdad lo era, le sobraban amigos y salía en todos los festivales bailando o recitando.
Mayá terminó la primaria. El cambio a la secundaria no la afectó porque muchos de sus condiscípulos -entre ellos Nancy, su íntima amiga- la siguieron a la nueva escuela. Todo indicaba que la vida de Mayá era como yo la había imaginado: sencilla, alegre, dulce. De pronto cambió, empezó a desquebrajarse, y lo peor es que tuve un aviso pero no le concedí importancia.
Una tarde Mayá regresó muy abatida y, algo extraño, se negó a comer. Imaginé cosas terribles: "ƑAlguien quiso violarte?" Se cubrió la cara con las manos y se echó a llorar. Jamás la había visto así y le supliqué: "Por lo que más quieras, dime qué te sucedió. Sea lo que fuere, saber que cuentas conmigo para todo".
Mayá tardó mucho en responderme: "Fue algo espantoso: Nancy me dijo que estoy gorda". La confesión de Mayá me conmovió. Sonreí aliviada y acaricié la mano de mi hija: "Tontita, šqué susto me diste! Creí que te había sucedido algo espantoso". Mayá me rechazó: "ƑTe parece poco? Nancy me llamó gorda delante de David, Israel y Jonathan".
Le pedí a Mayá que me dijera exactamente lo que había sucedido. Esperaba que, al planteármelo, el incidente le parecería menos terrible: "Nancy y yo íbamos al Metro. Cuando pasamos por El Robot, los muchachos nos invitaron a tomar un regreso y nos quedamos. David le dijo a Nancy que sus pantalones estaban muy chéveres. Como a mí también me habían parecido bonitos, le pregunté dónde se los había comprado. ƑSabes con qué me salió?: "Te lo digo con mucho gusto, pero te advierto que de este modelo no hay tallas grandes". Israel se burló: "šQué grueso! Te dijeron gorda, Mayá".
Traté de analizar la situación: "Por principio de cuentas, no estás gorda y Nancy no te lo dijo. El que se portó como un estúpido fue Israel. Ya sé que es tu adoración, pero a mí ese muchachito siempre me ha caído mal. ƑQué le dijiste?" Mayá se echó a llorar de nuevo: "Es bien hablador. Mañana todos sabrán lo que pasó en El Robot y se burlarán de mí. šJamás volveré a esa pinche escuela!"
Damián, que en ese momento volvía del trabajo, alcanzó a oír la protesta de su hija: "A ver, Ƒcómo ésta eso? ƑPor qué tan enojada?" Deshecha en llanto, Mayá no pudo contestarle y hablé por ella. Cuando terminé, Damián se disgustó con la niña: "No puedes armar esta bronca por una babosada. Si tanto te molestó lo que te dijo el tal Israel, en vez de llorar como loca haz algo efectivo: párale tantito a los refrescos y a la pizza".
Mayá se volvió a mirarme: "ƑVes? Mi papá también piensa que estoy gorda. Sé que me veo horrible, šhorrible!" Corrió a su cuarto y por nada del mundo conseguimos que abriera la puerta. Damián se desquitó conmigo: "Pasé todo el día en broncas, no tuve tiempo ni de comerme un taco, llego a la casa muerto de cansancio y de hambre y me reciben con un tragedión sólo porque un estúpido le dijo gorda a la niña. ƑSabes qué?, mañana voy a la escuela y hablo con ese pendejo..." La puerta se abrió de golpe y apareció Mayá encendida de furia: "Si lo haces, šme mato!, šjuro que me mato!" La reprendí: "Niña, šno le hables así a tu padre!"
En este momento cuánto me gustaría oír a mi hija protestar como lo hizo aquella noche: "šOdio que me llames niña!" "Te portas como si lo fueras -le dijo su padre-. Y acuérdate de que mientras vivas con nosotros, no te vamos a permitir tonterías." Mayá nos retó: "Pues me voy a largar. Estoy harta de todo". Damián no pudo controlarse y la golpeó. Mayá se desplomó gritando: "Nadie me quiere porque soy gorda. Todos me odian. šLes doy asco!" III
A veces, cuando pienso en Mayá, la veo en su ataúd. Cuando depositamos el cuerpo sobre el forro blanco se parecía a mi muñequita de jade: pequeña, frágil, delgadísima. Al desvestirla para bañarla por última vez le vi todos los huesos, los recorrí con la punta de los dedos sin que ella pudiera prohibírmelo, como otras veces: "No entres cuando me esté bañando, no me gusta cómo me miras". Siempre evitaba irritarla: "Mi vida, no te disgustes. Me preocupa verte tan delgada, eso es todo. Dime, Ƒte sientes mal?"
La recuerdo parada frente al espejo, ciñéndose la camisa corta y el pantalón talla cuatro a la cadera: "ƑMe veo bien?" "šPreciosa!" Apenas le respondí, la niña protestaba: "šEstás loca! Tengo lonjas. Necesito bajar otros cinco kilos por lo menos: pero debes ayudarme: no hagas fideos ni tus molitos. Promete que mañana comeremos pollo hervido y ensalada".
Por verla feliz, le di gusto, aun cuando las dietas que se imponía eran brutales. A Damián también lo escandalizaban: "ƑCaldo y media manzana? Eso no es alimento. šTe estás matando! Tienes que comer". Mayá nos mentía: "Trago como loca". "ƑDónde?" "Ay, papá, ni modo de avisarte cada vez que me coma una hamburguesa en El Robot. Además, nunca te doy gusto: primero me aconsejaste que hiciera dieta y ahora quieres que me la pase comiendo".
Molesta, abandonaba la mesa y se iba al baño. Siempre volvía temblando y con la cara pálida. "ƑVomitaste?" "Me cayó mal la comida". La escena se repitió muchas veces y Mayá siempre se defendió con el mismo argumento. Quisimos creerle, pero en el fondo Damián y yo estábamos muy preocupados.
Una noche oí un golpe en el baño. Al acercarme escuché un quejido. Abrí la puerta y encontré a Mayá tirada junto al lavabo, sucio de vómito. Al levantar a mi hija sentí la delgadez y el temblor de su cuerpo helado. La abracé para darle calor y la arrullé diciéndole mi niña. En vez de protestar, preguntó: "ƑTú y mi papá me quieren?" Respondí: "Te adoramos". Se agitó: "ƑAunque esté gorda?" Vi que lloraba: "Te duele algo?" "La cabeza". "Porque no has comido. ƑTe traigo una manzana?" Me sonrió: "Sólo la mitad". Fui a la cocina. Cuando regresé, Mayá parecía dormida. Desde entonces Damián y yo velamos su eterno sueño.
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