México D.F. Domingo 26 de octubre de 2003
Rebasados, "los estados ya no pueden garantizar
la reproducción de la sociedad"
La lucha contra la globalización es cuestión
de supervivencia: Marcos
Asegura que sectores más amplios se suman a la
lucha contra el neoliberalismo
La pluma puede ser también una espada
Buenos días, buenas tardes, buenas noches. Mi nombre
es Marcos, subcomandante insurgente Marcos. He sido invitado
al Foro en defensa de la humanidad para decir unas palabras. Agradezco
la invitación, pero debo advertirles que soy un soldado, un soldado
del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Lo advierto
porque, según me han dicho, compartiré la palabra con intelectuales
y líderes políticos sociales. Por eso tal vez mi voz suene
discordante (quiero decir, además de por la grabación) y
fuera de lugar. O no, tal vez haya, en lo que voy a decir, puentes y coincidencias.
A veces suele suceder que la pluma y la espada coinciden.
Tal vez coincidamos en la inquietud por un necesario debate
y por un intercambio de ideas que ayuden a aclarar un poco este confuso
y desordenado horizonte que algunos llaman historia contemporánea
y que, a ratos, hace de lo trivial y grotesco asunto de interés
y escándalo mundial; y otras veces hace de lo terrible y aberrante
algo que, a fuerza de repertirse, se convierte en tonada monótona
y desapercibida.
Mencionaré algunos apuntes apresurados sobre la
globalización y el neoliberalismo, o más bien sobre lo que
nosotros alcanzamos a percibir (y a padecer) de ellos, y sobre las resistencias
en general y nuestra resistencia particular.
Como es de esperar, en estos apuntes el esquematismo y
la reducción reinan, pero creo que alcanzan para dibujar una o muchas
líneas de discusión, diálogo, reflexión. O,
mejor aún, de memoria y vergüenza.
"Vergüenza habría de darte por haberme excluido",
dice Durito, que ha venido a refugiarse de la lluvia.
"No te excluí. Sucede que no te invitaron a ti,
sino a mí", le digo mientras escondo el tabaco con discreción.
"Una cosa va con la otra. En este caso, una nariz va con
un caparazón. ¿O acaso mi agripado escudero pretendes privar
a estas buenas personas del deleite de escuchar mis sabias palabras, de
iluminarse con mi sabiduría y de despertar del letargo en el que
tus palabras empiezan a sumirlos?", pregunta Durito mientras me pica la
nariz con Excalibur, la legendaria espada.
"Esa espada se parece sospechosamente a una pluma que
perdí el otro día", le digo cambiando de tema. Como si tal,
Durito responde:
"¡No cambies de tema! Puedes elegir: o me das un
espacio para mis sapientes planteamientos o pereces bajo mi pluma, quiero
decir bajo mi espada", dice Durito con un tono que envidiaría cualquier
funcionario del Fondo Monetario Internacional hablando con algún
gobierno latinoamericano.
Y, aplicando lo aprendido de los gobiernos "nacionales",
cedí. He aquí la parte que Don Durito de La Lacandona, la
flor y nata de la andante caballería, ha enviado para este foro.
Se llama:
Globos o tiendas
El
mundo es como un globo inflado. O sea que es como una vejiga inflada. O
sea que cuando se dice que hay la globalización, es que hay la mundialización
de las partes del mundo.
Pero hay, como quien dice, una mundialización de
los que tienen mucho dinero. Y hay también, como quien dice, la
mundialización de la lucha, o sea de la resistencia.
En la mundialización del dinero, o sea que en la
globalización de los poderosos, hay mucha maldad, pero ya no se
está quieta la maldad dentro de un país, sino que se mete
a todos los países. Y esa maldad se mete en otros países
en veces por la guerra, en veces por el dinero, en veces por la idea, en
veces por la política.
O sea que en la mundialización de la maldad esos
que son mucho muy ricos ya no están contentos de ser ricos explotadores
en un país, o sea que en su pueblo, sino que ya quieren más
dinero y se meten en otros países para ganar más dinero,
y ya no respetan nada porque sólo quieren su maña explotadora
y puro ganar dinero quieren; aunque ya tienen mucho de por sí, no
les basta, quieren más.
Y entonces el dinero se mete en otro país y no
respeta ese país por la culpa de la globalización del dinero,
que no respeta a los países y a la gente.
O sea que cada país es como un globo que se revienta
y se le sale todo lo que lo hacía especial, o sea como su costumbre,
su palabra, su cultura, su economía, su política, su gente,
su modo pues.
Y entonces el país como que se rompe y todo el
mundo se mete en ese país, y ese país ya no es ese país,
sino es todo el mundo. Pero no el mundo de la gente, sino que es el mundo
del dinero, donde no importa la gente.
Es como si una persona se rompiera así nomás
y ya no fuera una persona, sino que todas las maldades se meten en esa
persona y se la comen y ya no hay persona, sino sólo hay lo que
se comió a la persona.
Y así decimos que la globalización de los
poderosos, o sea que del dinero, se come a los países y se come
a las personas que viven en ese país. Porque un país es como
una casa donde vive la gente del país. Y el dinero mundial destruye
pues la casa, o sea que el país, y la gente se queda sin casa y
sin alma, porque ya no se conocen entre sí mutuamente y andan nomás
como desconocidos, con la desconfianza en los ojos y en las palabras, tristes
pues.
Y entonces cuando un país se queda sin su alma,
se mete el alma del dinero.
Y ese país que se rompió ya no es una casa
donde vive la gente de ese país, sino que es una tiendita donde
se venden y se compran cosas y gente.
Porque en la globalización el dinero pone tiendas
donde antes había países.
Y entonces, como el país ya no es un país
sino que es una tienda, pues la gente ya no es gente, sino que sólo
son compradores o vendedores.
Y la gente no es dueña de la tienda, sino que el
dueño de la tienda es el dinero mundial.
O sea que la gente ya no manda en su país, manda
el dinero mundial.
Y entonces pues, como decimos nosotros, el pensamiento
que manda es el pensamiento del dinero.
Y por ejemplo una gente piensa por ejemplo en una nube
y es una gente pensando en una nube y pinta su pensamiento por ejemplo
de azul y ya, y ahí anda esa gente con su pensamiento de una nube
azul y esa gente está contenta con su pensamiento de nube azul y
se consigue una vegija y la infla y la pinta de azul y se la da a un niño
o que sea a una niña, y la niña o que sea el niño
juega con la vejiga azul que era un pensamiento de una nube azul. Porque
la gente, cuando piensa como gente, piensa pensamientos para la gente.
Pero el dinero no piensa en la gente, sino que piensa
en más dinero. O sea que el dinero no tiene llenadero, y todo se
lo come para hacer más dinero.
O sea que el dinero no piensa una nube, sino que piensa
en una mercancía y que la va a vender y a sacar más dinero.
O sea que en la globalización del dinero también
se mundializa el pensamiento del dinero.
Y ese pensamiento del dinero es como una religión
que adora al dios del dinero, y los templos de esa religión son
los bancos y las tiendas, y los rezos son las cuentas que hacen del dinero,
cuánto venden, cuánto ganan.
Y esa religión del dinero se llama "neoliberalismo",
que sea que quiere decir que hay una nueva libertad para el dinero. O sea
que el dinero es libre de hacer lo que le dé su gana. Y la gente
ya no tiene libertad pero el dinero sí tiene libertad.
Y en la globalización del dinero el mundo mundial
se destruye, o sea que se rompe el globo del mundo o que sea la vejiga
mundial se revienta, y entonces el dinero pone una tienda donde antes había
un país: o sea que donde antes había una casa con gente ahora
hay una tienda.
Entonces pues la globalización del poder destruye
los países para hacer tiendas. Y entonces las tiendas son para vender
y comprar.
Y si uno por ejemplo no tiene la paga o no quiere comprar,
pues como que no cuenta, o sea que hay que destruirlo. Y si uno, por ejemplo,
no tiene nada qué vender o no quiere vender ni venderse, pues como
que no sirve, o sea que hay que destruirlo.
La globalización del poder es como una guerra contra
la gente y sus casas, o sea que es una guerra contra la humanidad.
La globalización del poder destruye las casas de
la gente, o sea los países, y a veces entra a destruir con una guerra.
Y otras veces entra porque alguien de adentro le abre la puerta para que
entre a destruir.
Y los que abren la puerta son los políticos, que
sea los que mandan en los países, o sea en las casas de la gente.
Y entonces los políticos ya no sirven para mandar, porque ya no
mandan de por sí, porque el que manda es el dinero mundial.
Y entonces los políticos se hacen tienderos, o
sean son los que se encargan de la tienda que antes era un país,
o sea una casa de una gente.
Y los políticos de antes ya no sirven para atender
la tienda y es mejor poner otros que sí estudian y aprenden a ser
encargados de las tiendas. Y éstos son los nuevos políticos,
o sea que son tienderos.
Y no importa pues si no saben nada de gobierno, sino lo
que importa es que sepan atender la tienda y den buenas cuentas a su patrón
que es el dinero mundial.
Entonces en los gobiernos de los países destruidos
por la globalización del poder pues ya no hay políticos,
sino que hay tienderos.
Y ahí, en las tiendas que antes eran países,
las elecciones no son para poner un gobierno, sino para poner un tiendero.
Y entonces ponen a competir, o sea a pelearse entre sí,
a gordos, flacos, altos, chaparros, de diferentes colores que empiezan
a hablar y a hablar y pura habladora, pero nada que dicen lo más
importante, o sea que todos son diferentes en su cara, pero todos son iguales
en que van a ser tienderos.
Entonces a la globalización del poder no le importa
si el tiendero es verde, azul, rojo o amarillo. Lo que le importa es que
el tiendero entregue buenas cuentas.
Entonces cambian los tienderos pero sigue habiendo tiendero.
Entonces en la globalización del poder el mundo
ya no es redondo, como una vejiga inflada, sino que se revienta y en su
lugar queda una tienda muy grande.
Y las tiendas, como todos saben, son cuadradas, no redondas.
Es así, más o menos, como funciona la globalización,
que es como si dijéramos "la vejigaización".
(Fin de la ponencia de Durito).
¿"Vejigaización"? En fin, vuelvo a la seriedad
y la formalidad.
Además de lo que Durito ha expresado
en forma tan peculiar, nosotros también pensamos
lo siguiente:
PRIMERO. Si en la política "antigua" (es decir,
desde la Atenas griega hasta las repúblicas modernas) el Estado
era la "madre" del individuo y el seno en el que se gestaba, crecía
y se reproducía la sociedad, en el mundo globalizado el Estado no
puede ya cumplir esta función. El individuo ya no tiene por qué
referirse a una patria, una cultura, una raza o una lengua. El vientre
materno es ahora esa megaesfera que algunos llaman todavía "planeta
tierra". El "ciudadano" ya no es el miembro de la polis, sino el navegante
de la megapolis, por tanto necesita "otros" conocimientos y habilidades
que el Estado nacional no le puede ofrecer.
SEGUNDO. De la misma forma, los "hombres de Estado", esos
superhombres autores de citas clásicas, guerras, imperios, leyes
y represiones, ya no existen como tales. Aquel viejo "entrenamiento" interno
que existía en las clases políticas para preparar a sus miembros
a relevarse unos a otros es obsoleto, las habilidades de la política
clásica (oratoria, liderazgo, sensibilidad, templanza, conocimientos
históricos, filosofía, jurisprudencia, relación adecuada)
parecen ahora más propias de la nostalgia circense. El protocolo
del poder, esa compleja mezcla de señales y actitudes, ya no se
aprende ni se ejerce en el Estado.
TERCERO. El Estado nacional tiende a ya no ser más
el encargado de la reproducción de los hombres (entendiendo "reproducción"
en su sentido más amplio, es decir, las condiciones económicas,
políticas, culturales y sociales para su reproducción social),
sino el administrador-contenedor de los desórdenes de esa reproducción.
El megapoder, ese ente del que poco se sabe, ahora impone una reproducción
más importante: la del dinero.
CUARTO. La lucha contra la globalización del poder
(y contra su sostén ideológico: el neoliberalismo) no es
exclusiva de un pensamiento o de una bandera política o de un territorio
geográfico, es una cuestión de supervivencia humana. Así
como en la Segunda Guerra Mundial multitud de fuerzas resistieron y lucharon
contra el fascismo, ahora son muchas las fuerzas que resisten y luchan
contra el neoliberalismo.
QUINTO. En los Estados nacionales el proceso de la pareja
globalización-neoliberalismo produce un fenómeno de resistencia
que, cada vez de forma más acentuada, incorpora a amplios sectores
de la población SIN QUE SEA PRIMORDIAL SU CLASE SOCIAL O EL LUGAR
QUE OCUPA EN EL PROCESO DE REPRODUCCION DEL CAPITAL.
SEXTO. Aparecen, por ejemplo, grupos desconcertantes (de
hecho, la teoría había decretado su desaparición o
su "absorción" por los de arriba): por un lado, indígenas
que hablan lenguas incomprensibles (es decir, inservibles para intercambiar
mercancías) y que desafían con armas de palo a helicópteros,
tanques, aviones, ametralladoras, bombas; por el otro lado, jóvenes
desempleados (el "lumpen", que, teoría manda, debería estar
engrosando las filas de los aparatos represivos del Estado) movilizándose
en contra del gobierno y exigiendo respeto a su modo; o más allá,
homosexuales, lesbianas y transexuales demandando reconocimiento a su diferencia.
SEPTIMO. Estos fenómenos de resistencia ("bolsas
de resistencias" las llamamos nosotros para oponerlas a las "otras" bolsas,
las de valores) tienden a buscar comunicación con fenómenos
parecidos en otras partes del mundo. Las superautopistas de la información,
concebidas para facilitar el flujo de mercancías y dineros, empiezan
a ver (no sin pavor) que son transitadas por viejas carretas, bestias de
carga y peatones que no intercambian mercancías y capitales, sino
algo muy peligroso: experiencias, apoyos mutuos, HISTORIAS.
Claro que hablo de lo que está a la mano: nuestra
guerra, nuestras armas, nuestra historia. Pero hay otros ejemplos que nos
hablan de una nueva emergencia, de algo nuevo que irrumpe aquí y
allá y que no acabamos ni de dirigir ni de entender, en parte porque
somos un fragmento de esos fenómenos, en parte por lo precipitado
de los acontecimientos, en parte porque el presente es el peor lugar para
pensar el hoy, en parte porque aún hay muchas cosas por definirse.
Pero algo empieza a quedar cada vez más claro:
no es cierto que perdimos nosotros y, sobre todo, no es cierto que ganaron
ellos. La historia que cuenta, la que hacemos hombres y mujeres, tiene
aún mucho hilo que tejer y no acaba por adivinarse siquiera el dibujo
ni el color que este gigantesco tapiz que es la humanidad habrá
de tener. Nosotros, y con nosotros muchos como nosotros, sabemos ya que,
en todo caso, el color no es el gris que ahora imponen, ni el dibujo es
sólo dolor y muerte. Hay también otros muchos colores. Y
hay también mucha esperanza.
No sólo si el planeta tiene heridas abiertas y
sangrantes en su redonda geografía, nombrándolas no las sanamos,
es cierto, pero hacemos un gesto de humanidad que a ratos parece perdido.
Nombremos entonces Palestina y que la vergüenza nos
envuelva.
Nombremos Los Balcanes y que la memoria se actualice.
Nombremos
Euskal Herria y admiremos la silenciosa e incomprendida resistencia de
un pueblo que, desde hace centurias, se niega a ser conquistado. Allá,
al otro lado del Atlántico, un pueblo es cercado en una clásica
maniobra de pinza: en un lado, la soberbia del poder que, parapetado tras
jueces embelesados por los clic de las cámaras fotográficas,
comanda una auténtica guerra de exterminio; en otro lado, la cobardía
de un sector que se dice progresista y que, más atento a la corrección
política, guarda un silencio cómplice mientras la cultura
vascuence es tipificada como "terrorista".
Nombremos Cuba y que la sangre latinoamericana busque
los puentes en que nos encontramos antes y nos encontraremos mañana.
En el Caribe, un pueblo enfrenta un cerco que no tiene nada de figura literaria.
Ese pueblo ha conseguido que su sólo nombre convoque una historia
de lucha y resistencia, de generosidad y valentía, de nobleza y
hermandad. Se dice "Cuba" como se dice "dignidad".
Nombremos Bolivia y saludemos el heroico andar de aymaras
y quechuas defendiendo la tierra. Saludemos a aquellos que hacen del ser
indígena un orgullo y que con su rebeldía hacen temblar a
los tienderos de toda América.
Nombremos Chiapas y descubramos en los pies de los más
pequeños el mañana del "para todos, todo".
Nombremos cualquier rincón del planeta y seamos
perseguidos junto a homosexuales, lesbianas y transexuales; resistamos
con las mujeres al impuesto destino de decoración idiota; resistamos
con los jóvenes a la máquina trituradora de inconformismos
y rebeldías; resistamos con obreros y campesinos a la sangría
que, en la alquimia neoliberal, convierte muerte en dólares; caminemos
el paso de los indígenas de América Latina y con sus pies
hagamos el mundo redondo para que ruede.
Nombremos a los que no tienen nombre. Miremos a los que
no tienen rostro.
Nombremos y miremos el mundo que no existe ahora, pero
que empezará a existir en nuestras palabras y en nuestras miradas.
Nombremos pues los dolores de la humanidad. No sólo
porque son también dolores nuestros. También porque nombrándolos
nos hacemos un poco más humanos. Porque frente a esas heridas, el
silencio es renuncia, rendición, claudicación, muerte.
Si hay quien ha hecho de la pluma una espada, que centellee
el aire con su brillo, que señalando nuestras heridas se ennoblezca,
que nombrándonos nos haga parte de un rompecabezas que mañana
será un mundo no falto de memoria ni de vergüenza.
Porque ambas, la memoria y la vergüenza, son las
que nos hacen seres humanos.
No seamos los chivatos de nuestra historia, de nuestra
conciencia, los traidores a la palabra que levantamos ayer y que hoy nos
convoca para ser afilada y unida en la memoria y la vergüenza.
Vale. Salud y que la pluma sea también una espada,
y que su filo corte el oscuro muro por el que habrá de colarse el
mañana.
Desde las montañas del sureste mexicano.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, octubre de 2003.
Ponencia del subcomandante insurgente Marcos en
el encuentro internacional de intelectuales En defensa de la humanidad,
celebrado los días 24 y 25 de octubre de 2003 en el Polyforum Cultural
Siqueiros, ciudad de México.
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