México D.F. Viernes 24 de octubre de 2003
Quinta jornada del festival de teatro de calle
Los Morismas de Bracho convirtieron en campo de batalla
el centro de Zacatecas
ARTURO CRUZ BARCENAS ENVIADO
Zacatecas, 23 de octubre. En el quinto día
del segundo Festival Internacional de Teatro de Calle, unos 2 mil actores,
zacatecanos pobladores de Lomas de Bracho y áreas circunvecinas,
representaron la tarde del pasado miércoles, en la Plaza de Armas,
los Morismas de Bracho, batallas campales que se celebran cada año
a finales de agosto, en un enfrentamiento entre dos bandos, los moros contra
los cristianos, quienes animados por su respectiva fe defienden a su dios
cristiano o musulmán. Aquí sólo fueron tres horas
de espadazos, disparos de carabinas, a caballo los capitanes y generales.
La celebración anual, "la original", dura cuatro días.
Los combatientes llegaron en camiones, muchos a pie, ataviados
con sus trajes algo así como romanos, presuntamente árabes,
con turbantes, faldones, capas rojas, botas, barbas de terciopelo o de
algún pelo de origen animal. Arribaron armados hasta los dientes
para hacer valer su fe.
Los Morismas de Bracho duran normalmente cuatro días.
En el primero le va mal a los cristianos, quienes sufren la pena de no
poder rescatar a Juan el Bautista. Sufren la humillación del soldado
musulmán, que se burla de su dios y de "ese que bautiza". Se retan
los jefes de ambos bandos de su respectiva fe. En tres horas, entre parlamentos
de hombría, valor, fe, los actores gritan y su voz se dimensiona
en los micrófonos que ahora usan. "Antes era a puro aventar la garganta".
Trata de convencer cada bando al otro de que abandone
a su falso dios. Nadie cede y no queda otro remedio que la lucha armada.
Desde el primer entre, cientos de combatientes de todas las edades
traen sus armas, a los que llaman carabinas, los cargan de pólvora
y de unas "cápsulas para pisponeras" que truenan grueso.
Nubes negras por la pólvora rodean la batalla y
los espectadores, miles en esta ocasión, se tapan los oídos.
Algunos niños lloran de miedo por el ruido de los disparos. En la
plaza caen los fieles. Los capitanes y generales cabalgan para dar valor
a sus huestes. En la celebración original la batalla se da en los
cerros de Bracho, donde los cristianos sudan la gota gorda, sufren humillaciones,
pero el destino está trazado. Saben que al dolor seguirá
la victoria, por obra de su fe.
Corresponsales de guerra
Las
Morismas de Bracho datan, según registros documentados datan de
1545, año que significa el comienzo de una de las tradiciones que
más tiempo ha perdurado en la idiosincrasia popular de Zacatecas.
Hay sincretismo, como en tantas otras manifestaciones religiosas. La Conquista
española armada sumó a la espiritual. Donde no pudo doblegar
el acero, lo hizo el crucifijo, pero de todo quedó una mezcla donde
se fundieron las ideas de unos y otros, en un mestizaje de mitos y creencias.
Son las batallas de moros contra cristianos, que representan
la eterna lucha del bien contra el mal, la disputa entre la religión
verdadera y la que queda aquí como el paganismo musulmán.
En torno a la figura conciliadora de San Juan el Bautista, los fieles armonizan
su participación en una batalla de dimensiones épicas. Los
días de agosto los cerros se inundan con el arribo de 12 mil a 15
mil fieles. De padres a hijos se pasa la estafeta de defender al que fue
degollado.
Muchos niños portan su arma. La cargan de pólvora
y aprietan el gatillo esperando la patada del disparo. A unos les va mal.
Se les ceba su tronido, voltean la mira y de repente se acciona el arma.
Corren los paramédicos a auxiliar al herido por accidente. Revisan
la dilatación de los ojos. Quedan negros, tiznados.
Acostumbrados a entrevistas, los de Bracho dialogan en
medio de la batalla con los periodistas convertidos en corresponsales de
guerra. ¡Qué Lalo Salazar ni que nada! No falta el
comunicador que arriesga su tímpano y corre entre las patas de los
caballos. Ahí, entre los bravos y paganos turcos.
Felipe Segundo ordena decapitar al infiel, a ese moro
histórico que representa el mal de todos los tiempos. "Maten al
precursor. ¿A quién? A ese, hombre''. Siguen los plomazos.
Se hace una bolita para cumplir las órdenes, el mandato. Llevan
un tronco donde colocarán el cuello que va a ser rebanado.
Empujan a los periodistas. "¡Háganse pa'llá!
Esto no lo pueden ver". Es el final, el secreto debe mantenerse. Nadie
debe ver cómo cae la espada separando la cabeza del infiel, del
impuro. Vuela una botella de plástico. Es tinta roja. Se esparcirá
por el tronco. Se abre la bolita y en una camilla es elevado el decapitado.
Una algarabía sigue a la batalla. Más disparos. Ya entró
la noche y los murciélagos que dormían en las cúpulas
de la Catedral vuelan alborotados. Muchos se tapan los oídos con
las manos.
Ha triunfado el bien, perdió Mahoma, ganó
"Dios". El año que entra, va de nuevo.
|