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México D.F. Viernes 24 de octubre de 2003
Celebrará 30 años de carrera con
un concierto el 1º de noviembre en el Auditorio Nacional
Soy una muchacha de pueblo que aún tiene una
utopía: Eugenia León
El GDF se desentendió del Zócalo; ahora,
para tocar ahí, se debe negociar con CIE, lamenta
''Al estar en el escenario se bloquean los dolores,
pero al terminar se me viene encima todo''
PATRICIA PEÑALOZA ESPECIAL
"Eugenia León, la llama que canta". Así
la nombra Carmen Boullosa al presentarla en el disco Corazón
Mexicano (1998), donde aquélla canta a dúo con el tenor
Ramón Vargas. Y así la sienten quienes la escuchan: como
una flamita que, de ser de voz pequeña, de delicada y frágil
habla, al subir al escenario crece como un incendio hasta tornarse un estallido
vocal que no abrasa sino que acaricia y envenena lentamente. Es, dice ella,
"una muchacha de pueblo", que "aún tiene una utopía", "Alicia
abriendo una puerta tras otra". Es una de las mejores intérpretes
de la canción popular mexicana, cumpliendo 30 años de carrera
artística, cuyo festejo compartirá con quienes presencien
su nuevo álbum Tatuaje y su concierto 3-D el próximo
primero de noviembre en el Auditorio Nacional.
Como son tres décadas, la charla se presta para
hacer recuento con quien ha grabado 20 discos, y se ha presentado en foros
como el Pan Pacific Music Festival, de Japón; el Festival Latino,
de Nueva York; la Expo Sevilla, en España; la Cumbre de las Américas,
en Colombia; la Cumbre Mundial de Pekín, en China, además
de haber cantado en Alemania, Brasil, Marruecos.
"Cantar fue un descubrimiento que le dio sentido a mi
vida. También ha sido autoconocimiento: el primer impulso que me
llevó a cantar fue conocerme. Descubrí que cantaba, pero
¿qué cantar, por qué? Vi que debía formar mi
voz, porque la tenía de chisguete, delgada, sin fuerza. Además,
en mi familia no había nadie en la música profesional o con
el oficio, y le tenía terror al escenario. Por otro lado, vino a
mí la conciencia social. Entonces pensé que debía
aprender a cantar porque creo en la revolución, y que la música
puede coadyuvar al proceso político y social.
"En
el CCH empezó todo. Otros alumnos y mi hermana Margarita hacíamos
talleres de teatro y música, sin maestros. Eramos el único
grupo musical de la escuela y había muchas huelgas, así que
en cada una ahí estábamos: nos descubrimos necesarios, y
la discusión política iba a la par de la música, no
había diferenciación. Mi hermana y yo nos salimos de la casa
familiar y vivimos tres meses con mi hermana Emma, casada con el muralista
Mario Orozco Rivera, y ahí conocimos al poeta Jaime Sabines y a
gente del Partido Comunista (PC), como Juan de la Cabada... Así,
participamos como empleadas y militantes del PC, pero no teníamos
armas para vivir; vendimos papel, ropa, trabajé en el Circo Atayde...
Mientras, cantaba con el grupo de Víctor Jara; nos íbamos
profesionalizando. El grupo tuvo conciertos en festivales de causas políticas,
en escuelas. Mario Rivas, el director musical, nos daba estructura, nos
ponía las voces; íbamos entendiendo de armonía. Luego
estuve tres años en la Escuela Nacional de Música. Quería
estudiar ópera, pero no hubo un maestro para mí. Lourdes
Ambriz (figura de la ópera actual) era mi amiga y compañera,
y la veía fluir en la ópera, pero yo le caía mal a
los maestros, era mal vista, hasta que me corrió la maestra de piano:
me dijo que si quería ser como Lola Beltrán, que mejor me
fuera. Todo era entonces muy maniqueo. Salí a buscar maestros de
canto por mi lado.
"Nuestro grupo siguió, pero el PC no nos apoyaba
económicamente, así que dejamos el trabajo en el Comité
Central y nos lanzamos a ser profesionales. En 1976 vivíamos de
nuestro trabajo, aunque muy mal; pasamos miserias pero hicimos giras por
Sudamérica y Europa. En 1979 el grupo se deshace, pues Mario tiene
una crisis personal y desaparece. Mi hermana se va a la literatura, Rafael
a la sociología. Aunque me quedé sola, sentí que debía
seguir pues no sabía hacer otra cosa. Me llaman del grupo Sanampay,
de donde Guadalupe Pineda acababa de salir. Yo aún no tenía
claro qué música hacer. Tenía miedo, inseguridad...
-Pero tenías una inclinación específica,
¿no?
-Sí, me gustaba la música latinoamericana,
el folclor, la poesía musicalizada. No conocía a Marcial
Alejandro (uno de sus compositores de cabecera), más que por La
Nopalera, pero aún no digería bien lo que hacía...
Y bueno, tras dos años con Sanampay, el grupo se deshace, y conozco
a Omar Guzmán. Fue muy importante pues es él quien le da
estructura, estilo, a mi trabajo. Con él mi trabajo ya es profesional.
Trabajamos y vivimos juntos nueve años. Con él se dieron
los espectáculos interdisciplinarios, el Cervantino, los discos,
la televisión, la OTI Internacional (donde en 1985 ganó el
primer lugar con El fandango aquí, de Marcial), hasta que
en 1991 nos separamos del todo. Ahí vino otra etapa: un trabajo
más intenso con Marcial, con Jaime López, Pepe Elorza, David
Haro, Guillermo Briseño...
Su compromiso
-Has dicho que para ti cantar es un privilegio y un compromiso.
¿En qué consiste ese compromiso?
-Un privilegio porque yo me sentía perdida, estaba
continuamente deprimida. No sabía qué hacer con mi vida y
la música me dio un sentido, una estructura. Como me salí
jovencita de casa, no estaba formada, pues en mi hogar todo era muy aislado;
mi papá tenía un carácter difícil y no nos
daba permiso de nada; mi contacto con el mundo era muy pobre. La música
me educó, pues me llevó a la literatura, la filosofía,
a tener una educación sentimental de adulta; descubrí el
jazz, la música brasileña, y algo muy importante: me ayudó
a tener claro que mi compromiso debía estar con los compositores
mexicanos. Al salir del PC tuve la claridad de que debes tener una posición
política, pero no puedes estar supeditado a la militancia, pues
te corta las alas; con ellos sólo te podías mover si la célula
lo decía o si había un acto, pero una no tenía valor
por sí misma como artista, sino que les servías, eras un
cuadro. Vi que la única militancia, el único compromiso que
podía tener la música era con la música misma. Una
conciencia social, sí, pero a través de la música,
haciendo buena música.
-¿Hacer ver que las cosas se pueden hacer bien?
-Sí, y hacerlo lo más universal posible,
estar cerca de nuestro arraigo musical, nuestras raíces, tener una
actitud hacia el estudio, la investigación, ver lo que estaban haciendo
los jóvenes compositores. Todo eso es lo que hasta la fecha sigue
siendo mi posición. Soy una persona que sí quiere cambiar
al país, que tiene una utopía: aún la tengo. Soy alguien
que cree que puede haber un cambio político y social importante,
donde todos tenemos que colaborar. Finalmente, mis propios tiempos me dieron
la razón: hice más afuera que si me hubiera quedado en el
PC.
La industria y las políticas culturales
-Pero viene la contraparte, la industria. Entraste a las
disqueras, has dicho, como una "cantante incómoda". Y aunque pudiste
haber sido fastuosa dentro de ella, elegiste salir y hacer lo que querías.
¿Qué te dio y qué te quitó la industria?
-Lo bueno fue saber cómo se graba un disco, conocer
de producción, cómo se trabaja en un estudio. Eso era maravilloso;
la entrada a la televisión, que tiene su chiste si la sabes manejar.
La parte mala es que dentro de las disqueras te ven como bicho raro. Dicen:
"Me gusta su voz pero no su imagen ni lo que canta, ¿qué
hacemos con ella?" Era doloroso porque me sentía subvaluada. Yo
decía: "Sí, canto, ¡pero también pienso! No
soy sólo una garganta, sino que le doy dirección a lo que
canto". Creo que nos faltó mucho colmillo para llevar una relación
más sana con las disqueras y no pelearnos...
-¿Confrontabas mucho?
-Sí. Eramos muy inocentes. El shock con
lo comercial nos hizo ver que en ese terreno la inocencia debe perderse,
porque hay intereses, perversiones, códigos, sobrentendidos, que
si no entiendes no lo sabes manejar. Emocionalmente tampoco estábamos
listos. Cuando gané la OTI... ¡no pude ni apuntar las placas!
(ríe). Gané pero no sabía qué iba a pasar,
no lo supimos manejar. Y aunque ha habido muchas satisfacciones, y aquí
seguimos, pudimos haber sido más hábiles para defender nuestro
trabajo. Pero sentimos impotencia. Con la disquera fue: "no entendemos
su lenguaje, ni ustedes el nuestro", y nos salimos. Entonces dijimos: sí
se puede hacer un disco de calidad, independiente, musicalmente valioso,
sin estar en la marginalidad, peleando espacios. Pero ya solos vimos que
era más complicado de lo pensado. Así, han sido años
de caídas, levantadas, amistades, enemistades, equivocaciones, aciertos...
pero todo lento. Mas no me arrepiento, pues así éramos.
-Pero, ¿no sientes que esa "inocencia" te llevó
por un camino más sano, sólido, por donde has ganado respeto,
en el que has sido fiel a lo que creías?
-Sí, fui fiel a ello... ¡Pero también
a mis debilidades! A mi miedo, a mi falta de carácter para pelear
y defenderme de cosas que no debí haber permitido. Porque hay logros
pero también mucha aridez. Nuestra música es difícil
en el terreno de los empresarios, los managers, no saben cómo
vendernos. Así, tras El fandango aquí, éramos
conocidos Marcial y yo, pero nos presentábamos ante un público
distinto al nuestro, que como no conocían nuestra trayectoria, oían
otra música, se quedaban fríos, no había contacto.
Fue muy dura la confrontación con ese público.
-En la contraparte, habrás pasado por el lado de
las políticas públicas culturales, por las que pasan quienes
no se inscriben en lo comercial. En 30 años, ¿sientes que
ha habido una evolución?
-Más bien ha habido momentos, iniciativas de personas
específicas del gobierno, los institutos, que han dado impulsos.
A inicios de los años 80, la izquierda no tenía muchas actividades,
pero el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores
del Estado impulsó muchos conciertos. No pagaban mucho, los viáticos
eran mínimos, pero recorríamos el país, y con eso
ya fluíamos. Mucho del público que hoy nos sigue, nos vio
entonces; no eran estudiantes ni militantes sino gente del pueblo, sin
recursos para ir al teatro, pues las entradas eran muy bajas o gratuitas.
El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes fue disminuyendo presupuestos
y hoy ya casi no hay nada. Tampoco se trata de esperar la tutela del gobierno
para hacerlo todo, pero el cambio fue burdo y muchos quedamos desempleados.
¿Quién nos iba a contratar, si no teníamos el glamour
que venden los grandes empresarios? Con la OTI yo di el brinco, pero ha
sido lento de todos modos. Hoy veo gran aridez para los artistas independientes.
-¿Cómo ves que ahora en el Zócalo
ya casi sólo se presentan espectáculos de figuras televisivas?
-No sé sus razones, pero el Gobierno del DF se
desentendió del Zócalo, y éste cambió de carácter.
Fueron cruciales muchas actividades que con la voluntad de Alejandro Aura
volvieron a hacer que el Zócalo tuviera vida: aunque no pagaban
bien, había sensibilidad hacia tu trabajo. Ahora para tocar en el
Zócalo, tienes que negociar con CIE (OCESA). Y bueno, el que se
reactive no es que esté mal, y sé que hay prioridades sociales,
pero la cultura no puede ser dejada de lado, pues si los que estamos más
o menos armados, la vemos dura, ¿qué le espera a los jóvenes?
O a los artistas de mayor edad, que ya no tienen espacio. Es muy dramático.
Alicia y el espíritu chocarrero (los géneros)
-A pesar de los obstáculos, tu trabajo conserva
un lado afortunado, feliz. ¿Podrías hablar del riesgo y a
la vez logro, que ha implicado en ti incursionar con igual facilidad en
el folcor, la canción nueva, el bolero, el tango, la canción
infantil, la música norteña, el danzón?
-El mío es un espíritu de aventura. Me gusta
el viaje de hacer música, sorprenderme con ella. Me gusta hacerla,
meterme al estudio, trabajar con un grupo de músicos, hacer algo
diferente a lo que había hecho. No planear para ver cuánto
le saco, ni quedarme en una fórmula que pegó para quedarme
ahí. Es mi carácter: sigo enamorada de la música.
Aun luego de la OTI y de lo comercial, no puedo dejar la aventura. Además,
para mí (cambiar de un género a otro) no es un riesgo; el
riesgo es cuando sientes que vas a perder algo, y al hacerlo no lo siento
así. Lo hago sin dudar porque nada más necesito sentir la
música: si me gusta y emociona, si me conecta con mi pasado, lo
canto. Cuando oigo lo norteño me acuerdo de mi mamá y mis
tías, gente provinciana, de esos cantos que suenan a los caminos
polvorientos del país. Me he sentido como Alicia en el país
de las maravillas, que ve una puerta, un sendero, un árbol, una
cueva, y voy a ver qué hay, sin pensar en las consecuencias.
-Has dicho que te gusta cantar temas que ayuden a transformar
y entender la vida. Pero eres intérprete. ¿Cómo haces
para entrar en la canción de otro autor y transmitir ese sentimiento
de transformación que buscas?
-Si seguimos hablando de Alicia, dentro de la cueva veo
otra puertita y luego otra. Así, antes de introducirme en cada canción,
paso por el autor, por cómo la canta, cómo la concibe. Me
impacta una canción, pero mi referencia es el autor. Escucho muchos
cantantes, me fijo cómo respiran, cómo frasean. Si hablamos
de géneros, Cri-Cri es de mis preferidos; los tangos, la música
de Marcial, de David Haro, me emocionan mucho.
-¿Hay una canción o género de tu
repertorio que te lleve más que otras a ese "entenderle a la vida"?
-Híjole... No podría hablar de un género
pero... Cuando canto Los mareados, es un dolor enorme el que me
provoca cantar "hoy vas a entrar en mi pasado, en el pasado de mi vida".
No es que piense en algo de mi vida, sino en lo que me provoca decirlo;
sufro como si me hubiera pasado. Ahora, hay canciones que me exigen más
voz que sentimiento, y tiene su gracia. Con Luna, no le doy vuelta
a mis entrañas, sino que dejo salir una voz suave, emocionada, mas
sin esa cosa que me remueve como lo hace un tango, una ranchera, con las
que me duele la existencia, me duele la vida... También me emocionan
El piano de Genoveva y Fuensanta. El disco Oh, Noche,
de Liliana Felipe, me saca cosas que no sé si soy yo u otra persona:
soy como un espíritu chocarrero que va por ahí apareciendo,
que a mí misma me sorprende.
-Sí, al cantar te transfiguras, te ves distinta
a la que veo en esta charla. ¿Qué pasa por tu cuerpo, físicamente,
en tu interior, cuando estás cantando?
-Me he subido al escenario con gran dolor físico,
con un broncón personal, que me duele el alma, todo, y entonces
subo a cantar, veo si mi público responde, si me paro bien, mi afinación,
mis frases, y de pronto hago click y voy más allá;
se bloquean los dolores, la angustia, el mal humor; siento cómo
se regenera mi energía; si estaba cansada se me quita: como si empezara
a flotar. Pero acabo, y soy un desastre, se me viene encima todo. Aunque
ese éxtasis no ocurre siempre, y a veces hasta cantando me distraigo,
pero por eso hay también mucho oficio, que me regresa a la concentración.
Y todo es fragmentario: paso de Manzanero a un tango, de un sentimiento
a otro, y tengo que hacer surgir cada cosa. Pero como dicen que los géminis
somos buenos para la multiplicidad, creo que eso me sirve (risas).
El nuevo disco
El vigésimo álbum de Eugenia León
se llama Tatuajes, a partir de una canción de Chico Buarque,
aquí incluida. Y como un lujo, es producido por el jazzista Héctor
Infanzón. Asimismo, incluye un tema de Joan Manuel Serrat (Y
el amor), así como de Marcial Alejandro, David Haro, Alejandro
Lerner, Víctor Medina y Reyli Barba (del grupo Elefante). El ánimo
del disco implicó incluir "canciones sedosas, suaves, pero con la
energía de la canción tradicional". Y abunda: "Tiene algo
de recuento, pues yo venía del Suave Patria, Tirana, lo norteño,
todo el 'gran cancionero mexicano'. Ya quería pasar de eso y volver
a mis compositores mexicanos, a Marcial, a David. Buscaba un sonido acústico,
sin tanto sintetizador, más hacia el jazz que hacia el pop, sin
olvidar a éste, y sin caer de golpe en un género que nos
atrapara. Cantar historias con ese sonido claro y nítido de Infanzón,
pero trayendo cosas que tienen que ver con la tradición: el violín
huasteco, la jarana, el requinto jarocho, el cajón peruano, las
ollas de barro... El proceso del disco fue de tres años. Quise volver
a tener que ver con los arreglos, con cómo sonaría mi voz;
quise una temática erótica. Con Héctor le dimos forma.
A medio camino, noté que el son veracruzano La Bruja era
el puente que me faltaba: es tradicional, pero no tan típica, y
es erótica. Así que fuimos con Haro, hicimos algunas canciones
y vimos que no chocaba con el resto; así el disco no es sólo
erótico, más bien sensual. De David, están Color
morena en la piel, La vida no es otra cosa; Morir en paz,
de Medina. La del chico de Elefante es sobre los inmigrantes que murieron
dentro de un tráiler; no conocía a Reyli, pero la oí
y me conmovió mucho.
Sobre la participación de Infanzón, dice:
"Su trabajo fue inmejorable, pues teniendo un historial en el jazz como
el que tiene, lo apartó, sin dejar su formación. Tratamos
de que mi voz no estuviera como en mis otros discos: ni debajo de los instrumentos
ni con los arreglos encima: buscamos un disco limpio, pues si queríamos
un disco suave, sensual, debía conservarse la inmediatez en mi voz,
con una emisión más natural de la que hice recientemente,
con Ramón Vargas, muy asopranada. Sentí que mi voz ya no
debía ir por ahí...
-Aunque mucho se comentó que tu capacidad da ya
para cantar arias de ópera...
-La inquietud de cantar operísticamente viene de
años atrás, pero hacerlo profesionalmente no es mi deseo.
Tengo escrúpulos al respecto. Me encanta que haya cantantes de música
popular que se arriesguen a cantar arias, creo que tiene un valor, pero
yo no lo haría, porque no tengo el nivel que se necesita. Acercarme
a ella ha servido para que mi voz esté más libre, y cantar
lo que yo sé. Pero para mí la ópera es algo demasiado
serio. Hacerlo me parecería caer en una actitud muy... no sé,
sería grabar algo para que mi mamá lo oyera y viera que soy
capaz de algo, pero ya cobrar por ello, pretenderlo un producto, algo profesional,
no.
El concierto
-En el concierto del primero de noviembre te presentarás
sin embargo con una orquesta...
-Sí, con la Camerata de las Américas, dirigida
por Roberto Kolb, con 43 músicos, más mi grupo, y el Mariachi
Vargas... En total, cerca de 70 músicos. No será fastuoso
sino un concierto íntimo... con muchos músicos (ríe).
Pero no voy al autohomenaje: para mí es compartir 30 años
de cosas que le han sucedido al país en música, no nada más
mi historia. Mucha gente ha contribuido a la historia musical de México,
conocida y anónima. Muchos siguen creyendo en su utopía y
pensando que música y vida pueden ser mejores. Con este concierto
pienso en mi familia, las parejas de las que me enamoré, los amigos
que he tenido y los que he perdido, y en mi hijo, tan importante en mi
vida.
Una sobreviviente
-Tras 30 años de carrera, ¿de qué
está hecha Eugenia León?
-Soy un ave fénix. Tengo gran alegría por
vivir, lo que me permite reponerme de todo, aunque también muy melancólica.
Pero sigo siendo una muchacha de pueblo... bueno, ya ni tan muchacha (risas):
una señora de clase media de Tlanepantla. He sido una aventurera
y una niña traviesa, con mucho instinto para hacer las cosas. Ha
habido muchas piedras en mi camino, pero con ellas he hecho mi casa. Me
siento orgullosa de ser una sobreviviente de mí misma, de los tiempos
que me han tocado vivir y de una página que he querido escribir
en la historia de la música de mi país, que no está
escrita del todo, y que muchos por olvido, prejuicio o antipatía,
han intentado borrar. Y aunque no somos ya los jóvenes o los consagrados,
aún tenemos mucha historia qué contar.
-¿Entonces te consideras alguien que ha aportado
a la música mexicana?
-Sí. Y si un día dejo de hacerlo, agarro
mis tiliches y me voy.
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