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México D.F. Miércoles 22 de octubre de 2003

José Saramago

Adicción por retratar el tiempo

Por eso Manolo -nuestro Manolo- será un recuerdo imborrable en nuestra memoria. Será imborrable por su obra que en los años en los que la conocí en Portugal era necesaria para nosotros. Un día, cuando finalmente nos hemos encontrado, hallé a un nuevo amigo y a un viejo admirador, que se presentó de la mano de Pilar del Río.

A nosotros, los escritores, no es que nos guste -por lo menos no a todos- improvisar, pero lo tenemos que hacer mucho, sobre todo cuando nos hacen preguntas y no siempre tenemos el tiempo o la necesidad de reflexionar sobre la pregunta para dar una respuesta adecuada. Pero encontré que había una excepción a esto y se hacía presente en un hombre llamado Manuel Vázquez Montalbán, quien me enseñó, en un libro de conversaciones que se publicará pronto, que no hay una pregunta que no tenga una respuesta creíble no sólo desde el saber, que no es poco, sino también desde la sabiduría. Manolo no recetaba, no decía esto no lo contesto ni ladeaba la pregunta, por eso, si hay una lectura de la que podemos sacar provecho en este género un poco frívolo del diálogo o la entrevista, sea quizá del autor Manuel Vázquez Montalbán. La lectura de cualquier entrevista que haya concedido o hecho es siempre de una enjundia y sustancia absolutamente letal, y es una lección no sólo sobre el tema del que se está tratando sino también de la seriedad con que se enfrenta a la cuestión, desde el saber y la sabiduría.

Para mañana y para el futuro vamos a tener esa obra inmensa que necesitará de una nueva lectura, pero no sólo para decir que Manolo ya no está ahí. La muerte es esto: antes se estaba y a partir de un momento -de ese momento- ya no se está. Y eso es lo peor: šYa no está! Pero seguirá y queda ahí la obra, que necesitará de nuevas interpretaciones y de un nuevo sentido del diálogo con el tiempo que ha sido de Manolo en su obra. Tenemos ahí sus novelas, ensayos, artículos periodísticos, que es una producción que a veces pienso que en muchos sentidos se podría comparar con la adicción de retratar al tiempo y a una sociedad. Yo me atrevo a decir que se acerca mucho a la intención de Balzac, pero no estoy hablando ahora de genialidad de uno o de otro, aunque creo que hay algo común entre esa necesidad de abarcar el tiempo y el espacio y expresar en la medida en que uno pueda, y Manolo ha podido lo suficiente en un tiempo y una sociedad.

Pero yo diría que algo más queda que la obra; queda el ejemplo. Se puede decir que esto no importa, que lo que vale es la obra y que dentro de 50 o 100 años todos estaremos muertos y que la obra de Manuel Vázquez Montalbán estará ahí. Y para la gente de ese tiempo, el ejemplo de Manolo será difícil de interpretar, pues seguramente en 100 años todo cambiará mucho, sin embargo el ejemplo que él ha dejado es nuestra herencia. La herencia de los que estamos aquí, por eso nosotros tenemos la fuerza de ser a la vez herederos de una obra y herederos de un ejemplo.

Y el ejemplo de Manolo Vázquez Montalbán es nuestra herencia, en este tiempo que vivimos tan sin gracia, tan triste, tan banal, tan frívolo, sin ningún sentido de responsabilidad ética, en el que cada uno va a lo suyo. Siempre Manolo Vázquez Montalbán, en cada palabra, en cada escrito, todo lo que ha hecho, siempre ha estado con su tiempo, con su país, con la gente y con nosotros. Por eso -insisto- nosotros somos herederos de una obra y de un ejemplo.

Vamos a echarlo de menos, pero lo más precioso de todo -inclusive más que la obra- está su ejemplo, su humanidad, su bondad, su sensibilidad irónicamente corrosiva y lo que sigue ahí. El cuerpo ya no está, pero -insisto- lo tenemos y lo vamos a seguir teniendo.

Quiero terminar diciéndoles que ayer le dije a su hijo Daniel, a Anna, su mujer, y a Pilar que mi próxima novela se la dedicaría a la memoria de MVM, pero no; no voy a hacer esa dedicatoria, sino otra: A Manuel Vázquez Montalbán, vivo.

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