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México D.F. Martes 21 de octubre de 2003
EL EXTERMINIO DE LOS PALESTINOS
El
gobierno que encabeza Ariel Sharon ha llevado el conflicto de Medio Oriente
a una lógica infernal: provocar a los sectores extremistas del bando
palestino para que perpetren atentados terroristas contra civiles israelíes
y de esa forma crear pretextos para que el ejército de Tel Aviv
masacre, de manera no menos terrorista, a los civiles palestinos.
Entre los bombazos suicidas que protagonizan los ocupados
y la destrucción de alta tecnología que realizan los ocupantes,
la única diferencia moral es que los primeros responden a una ocupación
criminal e injustificable, en tanto que los segundos se empeñan
en perpetuarla. Por lo demás, tanto en los atentados de Hamas, las
Brigadas Ezzedin al Qassam y los Mártires de Al Aqsa, por un lado,
como en los bombar- deos de localidades palestinas mediante aviones F-16
y helicópteros Apache, por el otro, mueren sobre todo civiles inocentes,
entre ellos muchos niños. Los terroristas furtivos palestinos no
tienen escrúpulos para hacerse estallar en medio de autobuses atestados
de gente, mientras los gobernantes israelíes no tienen empacho en
atacar desde el aire ambulancias, médicos y menores que salen de
sus centros educativos.
En la medida en que la barbarie de los invasores se intensifica,
los rencores multiplicados y la exasperación extienden entre los
palestinos la idea de que el martirio tiene sentido y que más vale
morir matando individuos del bando agresor que esperar sentados a que un
misil o una bomba inteligente los convierta en bajas colaterales
de uno de los asesinatos cada vez menos selectivos cometidos por las fuerzas
militares de Israel. Esa retroalimentación nefasta de la violencia
explica, por ejemplo, que cada vez se vuelvan más frecuentes los
atentados realizados por mujeres jóvenes o maduras, y que en Cisjordania
y Gaza prácticamente no quede un muchacho palestino que no arda
en deseos de arrojar piedras -porque eso es lo que tienen a la mano- a
los soldados de la potencia ocupante.
De esta forma las autoridades de Tel Aviv han llegado
al límite de una decisión de exterminio: si los gobernantes
israelíes piensan que es lícito asesinar a cualquier palestino
que resista la ocupación, ya pueden ir pensando en matar a una parte
sustancial de los habitantes de los territorios ocupados; tal vez, de hecho,
a casi todos los palestinos. Y es que, puestos a elegir entre aceptar en
forma sumisa la condición de ganado o combatir a sus opresores por
medio del terrorismo, muchos pueblos se deciden por lo segundo.
A estas alturas, ni la sociedad palestina ni lo que queda
de su Autoridad Nacional -que no es mucho- tienen capacidad para alterar
el rumbo de los acontecimientos impuesto cínicamente por Sharon
y de manera más hipócrita por George W. Bush, no sólo
por la aplastante desigualdad de medios y recursos, sino también
por la desarticulación social provocada por la ocupación,
el bloqueo y la masacre cotidiana. Pero el resto de la comunidad internacional
-empezando por la Unión Europea, Rusia, China y la secretaría
general de la Organización de Naciones Unidas- tendrían que
exigir de inmediato alto al genocidio de los palestinos, tarea de exterminio
que degrada y envilece a las víctimas, a los victimarios y a la
humanidad en su conjunto.
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