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México D.F. Domingo 19 de octubre de 2003
Bárbara Jacobs
Ocaso de valores
Un viejo tema: ƑPor qué un libro bueno suele pasar inadvertido? Hoy me referiré a De plantas y animales, de la poeta, ensayista y traductora uruguaya Ida Vitale que, como buena artista, mientras vivió aquí, en México, entre nosotros, pasó más bien inadvertida. Recuerdo un episodio en el que inclusive fue objeto de un rechazo laboral más que injustificable que, si me trastornó a mí, que era una de sus compañeras y me quedaría mejor decir, una de sus discípulas, puedo imaginar cómo la habrá afectado a ella. ƑNo ser seleccionada ella, sin causa, para ocupar un puesto de maestra en un seminario de traducción?
La cuestión no era ella no, y otro sí; sino, sencillamente, ella no. Así que empacó sus libros y sus óperas italianas (Ƒo las que prefería era las francesas?) y se fue, a la Universidad de Texas, en Austin, a leer y escribir; a traducir, a visitar la biblioteca y, por lo que se deduce del libro que nos ocupa, seguir observando la naturaleza. Cada seis meses, a pasar otros tantos en Montevideo, a lo mismo, más, añadiría, ver amigos, como cuando, de tanto en tanto, vuelve a esta ciudad.
Recuerdo con frecuencia sus alegatos con una coma de tema central, o con un término intraducible; siempre, sus conversaciones; siempre, su risa. Su buen humor, su distracción, es decir, distracción de poeta, su afición a un buen libro, Ocaso de sirenas, del erudito y cuentista y enloquecido tanto del do de pecho como del tambor, José Durand, peruano, especialista en el inca Gracilazo; profesor de tiempo completo en la Universidad de California, en San Francisco, si mal no recuerdo. Ida extrañada de que Durand fuera real, "ƑY por qué nadie habla de su libro?", me preguntó cuando le dije que yo lo conocía tan bien que sabía lo desproporcionadamente alto que era -sí, más que Cortázar-, y cómo le gustaba "inflar" el tórax para imponerse todavía más e, inclusive, despertar miedo.
Estos editores de Paidós tuvieron una buena idea, en su colección bien llamada Amateurs que, señalan, es "la manera más gozosa de acercarse a un tema", ser invitado por ser un aficionado, un no profesional del tema en cuestión sino de la escritura; alguien atento a lo que dice tanto como a su manera de decirlo. En pocas palabras, estos editores, decía, tuvieron la buena idea de invitar a "poetas, ensayistas o narradores que precisamente no son especialistas en la materia tratada". A Durand le habría gustado participar en este ejercicio, qué lástima que se murió; pero qué bueno que Fabio Morábito resucitó el Ocaso de sirenas para la Universidad Nacional, a Ida le gustará contar, sin duda, con esta nueva edición de un libro bello que pasó años y años inadvertido entre nosotros.
Ahora, no sé qué otros autores han aportado qué temas a Piadós Amateurs, pero no creo que todos posean un conocimiento tan amplio como el de Ida (o como el de Durand), ni si son capaces de tratar su tema correspondiente con la gracia del poeta distraído como lo es Ida, o con la gracia del erudito distraído, como lo era Durand.
Por ahí, entre griegos y asirios y latinos y sus comentarios sobre los caballos, por ejemplo, Ida desliza su propia experiencia con este majestuoso ser de la especie animal, el lector se entera de muchos grandes hallazgos viejos, a la vez que se va formando una idea muy clara y casi atónita de quién es y cómo es esta autora llamada italianamente Ida Vitale. No puedo dejar de asociarla a un canario o a un crisantemo, por inquieta, por peinada en su despeinado. En pocas palabras, he disfrutado tanto la lectura del raro De plantas y animales que no quiero terminar de leerlo. Por el momento, no se me ocurre qué más decir que, šBravo, Ida; qué agradables momentos me has hecho pasar con tu libro! šFelicidades!
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