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México D.F. Domingo 19 de octubre de 2003

Carlos Bonfil

El amor cuesta caro

La cinta más reciente de los hermanos Joel y Ethan Coen, escrita por ambos, en colaboración con dos guionistas más, y dirigida por el primero, tiene como título original Intolerable cruelty (Crueldad intolerable), mucho más sugerente que ese trivial anzuelo comercial que es El amor cuesta caro. Posiblemente los distribuidores pensaron disipar con ese título cualquier ambigüedad respecto del carácter de la cinta. No se trata en efecto, como pudiera pensar algún cinéfilo incondicional de los Coen, de un thriller oscuro o un drama existencial al estilo de El hombre que no estuvo ahí, Fargo o De paseo a la muerte, sino simplemente de una comedia romántica, con dos estrellas muy atractivas (George Clooney y Catherine Zeta-Jones), y un hábil productor hollywoodense, Brian Gazer (El Grinch-How the Grinch stole Christmas, de Ron Howard), que en principio debería asegurar el impacto comercial de la película.

Esta nueva comedia de los Coen muestra referencia y tributo tanto al cine de Leo McCarey (The awful truth, 1937) como a la deliciosa comedia de Alfred Hitchcock, Casados y descasados (Mr. and Mrs Smith, 1941). En una situación de embates seductores y enredos conyugales, el exitoso abogado matrimonial Miles Massey (Clooney) sucumbe a los encantos de una de sus clientes, Marilyn (Zeta Jones), bellísima caza fortunas de ambición e inescrupulosidad insaciables, quien es capaz de pasar de un marido a otro como un asesino serial de una faena a la siguiente. Ella y Miles deberán rivalizar con una voluntad de gozoso aniquilamiento mutuo, similar a la que muestra el director Danny deVito en La guerra de los Roses (con Michael Douglas y Kathleen Turner como pareja en litigio). No hay aquí una sátira abierta a la institución matrimonial ni un propósito deliberado de construir personajes fársicos. El modelo es la comedia sofisticada, y el mejor frente de batalla un diálogo ingenioso, como cuando la pareja mide sus fuerzas y su capacidad de avasallarse uno al otro en interminables contiendas verbales -una escena en un restaurante es ejemplo elocuente. La transformación del actor Billy Bob Thornton en multimillonario petrolero texano, próximo a ser embaucado en matrimonio, es un momento digno de una comedia de Frank Tashlin. Con tan buenos recursos humorísticos y con presencias escénicas tan notables, cabe preguntarse por qué los hermanos Coen se quedan a mitad del camino, eligiendo un desenlace convencional y rodeos prolongados cuando todo apuntaba a una mayor concisión y malicia, y a conclusiones menos previsibles. Un ejemplo: en una convención de consejeros y abogados matrimoniales, Miles elabora el elogio de la sinceridad afectiva que finalmente triunfa sobre el cálculo de los mercaderes en litigios conyugales. La escena se prolonga innecesariamente y su mensaje es algo plano Esta escena y las sucesivas contrastan con el primer impulso humorístico del director, con su vena paródica y un tanto anárquica.

Los hermanos Coen han incursionado repetidamente en el terreno de la comedia con resultados desiguales (Educando Arizona, lo mejor; El apoderado Hudsucker, lo menos afortunado), y habrá que aceptar que sus cintas más memorables poco tienen que ver con dicho género. En todas sus cintas hay efectivamente una carga humorística muy oscura (piénsense en la estupenda Barton Fink), y una manera maliciosa de aligerar la densidad de un relato con ocurrencias y personajes próximos a la caricatura o al absurdo. En El amor cuesta caro hay todo eso, pero ya no a manera de pinceladas geniales, sino como una propuesta de comicidad que se sostiene laboriosamente de la primera a la última escena, con resultados no siempre afortunados, y de la que salen mejor librados los comediantes que los propios autores. La cinta muestra solvencia narrativa y una buena dosis de desenfado humorístico, aunque ciertamente no es de lo mejor en la filmografía de los hermanos Coen.

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