Intereses petroleros frenan críticas a jornada electoral

El hijo del primer ministro Aliyev triunfa en comicios de Azerbaiyán

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 15 de octubre. En unas elecciones cuya legalidad cuestiona la oposición -que comparte años de sufrir acoso, pero está muy dividida: nunca se concretó la posibilidad de postular un solo candidato y, al final, se registraron siete-, el clan Aliyev dio este miércoles un paso definitivo en su intención de perpetuarse como elite gobernante de Azerbaiyán, ex república soviética y emergente potencia petrolera del Mar Caspio.

La maniobra sucesoria se inició en agosto pasado con la designación de Ilham Aliyev como primer ministro y prácticamente se consumó al declinar el patriarca Heidar Aliyev, octogenario e internado en una clínica de Estados Unidos desde entonces, ser relecto por enésima vez.

Sin embargo, la inminente proclamación del triunfo en los comicios presidenciales de Aliyev hijo está siendo empañada por las protestas callejeras y enfrentamientos de los opositores con la policía en Bakú, la capital azerbaiyana.

El aspirante opositor más fuerte, Issa Gambar, dirigente del partido Musavat (Justicia Social), convocó a sus seguidores después que los medios azerbaiyanos, en su mayoría controlados por el gobierno, comenzaron a difundir resultados de sondeos a pie de urna que dan a Ilham Aliyev una victoria demoledora, del orden de 70 por ciento de los votos.

De modo previsor, cuando la Comisión Electoral filtró que Aliyev hijo habría obtenido 82 por ciento de respaldo, según el recuento preliminar, las autoridades desplegaron efectivos de las unidades antidisturbios frente a la sede de Musavat, donde los partidarios de Gambar se reunieron para denunciar a voz en cuello "el fraude, las masivas irregularidades y las presiones gubernamentales" que, a su juicio, marcaron la campaña electoral y la votación de hoy.

El forcejeo devino en golpiza generalizada, con lesionados de uno y otro lado, y aunque el gobierno azerbaiyano dice tener la situación bajo control, siguen llegando noticias de Bakú sobre nuevos incidentes.

A diferencia de lo que ocurrió el pasado 5 de octubre en los llamados comicios en Chechenia, donde fue escasa la presencia de observadores extranjeros, numerosos organismos internacionales mandaron representantes a Azerbaiyán.

Se estima que alrededor de 600 personas -enviadas por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, sobre todo, pero también de parte de la organización de los países de la antigua URSS, la Comunidad de Estados Independientes-, vigilaron la jornada comicial.

Algunos extranjeros admiten "irregularidades y ciertas anomalías", pero nadie quiso evaluar la magnitud del fraude, que alegan los rivales de Aliyev, en espera de que el jefe de la misión de la OSCE, Peter Eicher, rinda este jueves un informe basado en los reportes de los observadores.

La oposición denuncia que hubo individuos que votaron varias veces o que no se incluyó a mucha gente en el padrón, al tiempo que sí lo estaban sus familiares ya fallecidos. Por carecer del equivalente a la credencial de elector o por haber insuficientes urnas instaladas, tampoco pudieron sufragar muchos de los integrantes de la diáspora azerbaiyana, que tan sólo en Moscú cuenta casi un millón de personas, ni se permitió la postulación de su líder, Ayaz Mutalibov, refugiado en la capital rusa.

Eso sí, Aliyev padre pudo depositar su voto, ya que le fue llevada una urna hasta la habitación de la clínica estadunidense desde donde impulsa la opción dinástica, convencido de que tiene guardada una carta que pesa más que cualquier irregularidad: el factor geopolítico, que va a favorecer la continuidad en el poder de su clan, bajo cualquier escenario.

Puede subir o bajar el tono de las críticas foráneas, pero el viejo Aliyev supo colocar a Azerbaiyán en una situación que hace poco probable que Estados Unidos, la Unión Europea o Rusia pongan en entredicho el triunfo de su heredero, Ilham.

Para los primeros, el clan Aliyev es sinónimo de que no corren peligro las millonarias inversiones de sus grandes petroleras y, para Rusia, una posibilidad de posponer que Azerbaiyán se convierta en base militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte como forma de compensar una eventual ruptura con el Kremlin.