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México D.F. Jueves 16 de octubre de 2003

Sergio Zermeño

Impotentes

Lo que hoy caracteriza a Vicente Fox contrasta brutalmente con el personaje que hizo una campaña espectacular y terminó triunfante en 2000. En aquel momento apoyaba su campaña en la lucha contra la corrupción, y detrás apostaba a que los mexicanos, entre empresarios y ciudadanos, serían liberados del yugo estatal para desempeñarse con mayor libertad; pareció ser una propuesta a medio camino entre Hernando de Soto (el pionero que quiso changarrizar a todo el Perú) y algo de la democracia cristiana que acompañó siempre a las propuestas del panismo.

Conforme el sexenio avanzó, el componente socialdemócrata se vino abajo en favor de los programas pulverizantes de focalización de la pobreza recomendados por los organismos financieros internacionales, al tiempo que el componente cristiano se hacía añicos por la cursilería de los crucifijos y las fotos en el Vaticano, al extremo que para la opinión pública la pareja presidencial apareció cada vez menos en eventos ligados con la Iglesia.

Al lado de esto, el componente anticorrupción ("con estas botas voy a sacar al PRI de Los Pinos") se fue erosionando mientras se evidenciaban las triquiñuelas de los Amigos de Fox y Elba Esther Gordillo entraba y salía con gran familiaridad de la morada del Presidente, hasta que de plano el Instituto Federal Electoral (IFE) reunió las pruebas para castigar al panismo con una multa irrisoria en lo económico, pero devastadora para el foxismo en lo moral y en lo político.

Nos encontramos así con una figura debilitada, aunque visto con más calma el asunto no ha radicado tanto en los problemas arriba enunciados, sino en la devastación de la cualidad que con más fuerza caracterizó a este personaje: su imagen de gran empresario (grande físicamente, para empezar) con fuerza y voluntad que la opinión pública creyó que podría aplicarse a la conducción del país.

La verdadera tragedia para este Presidente y para México es que un empresario que tiene en las manos dos empresas prometedoras, en lo económico y en lo político, no haga nada para demostrar que se les puede reorganizar, hacerlas eficaces, limpiarlas de corrupción. Lo que este señor pretende comunicar a los mexicanos es que no somos capaces de nada, que no podemos hacer funcionar nuestras empresas, que tienen que venir de afuera para limpiar nuestra casa de escorias y de ratas, pues ya ni eso podemos hacer los orgullosos y soberbios habitantes de este territorio. Es un discurso del fracaso, de la autoderrota. Y entonces, el empresario paralizado se ha pasado así tres años y amenaza con pasar otros tres llorándole al Congreso, echándole la culpa de no permitirle vender las empresas para contar con algún dinerito y poder enseñarle a los mexicanos que algo se puede hacer.

Ya le demostraron los legisladores, los economistas, los sindicatos... que son empresas gananciosas (Ƒpues que no se da cuenta de lo que transfiere Pemex para hacer posible que haya Estado?), pero la Presidencia sigue alquilando intelectuales, ex presidentes estadunidenses, premios Nobel, etcétera, para acuñar los falsos fundamentos de su propia derrota.

Mientras tanto, el discurso y la acción presidencial se han limitado a recomendar al 60 por ciento de los mexicanos que emprendan la salida de la changarrización, como si no nos diéramos cuenta de las batallas campales por el territorio o de que se están matando entre sí los excluidos por el pedazo de banqueta.

Si éstos son nuestros dirigentes de origen empresarial, pues sí, mejor que otros se hagan cargo de las industrias mientras apagamos la luz y bajamos la cortina de este changarro que alguna vez llevó el letrero petulante de Cuerno de la Abundancia.

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