México D.F. Sábado 11 de octubre de 2003
La joven de las naranjas
Jostein Gaarder
Célebre por El mundo de Sofía,
novela de la que se han vendido más de 20 millones de ejemplares,
el escritor noruego Jostein Gaarder presentará su nuevo libro, La
joven de las naranjas, en 10 idiomas, en la Feria del Libro de Francfort,
acto cultural por excelencia que reúne en estos días lo más
importante del mundo editorial. En estas páginas hemos dado a conocer
adelantos consecutivos de los libros de este autor. Por cortesía
de ediciones Siruela, mediante su filial en México, Colofón,
ahora ofrecemos a nuestros lectores un adelanto de esta nueva obra maestra
de la literatura escandinava que empezará a circular en breve en
las librerías.
Mi padre murió hace once años, cuando yo
sólo tenía cuatro. Creí que no volvería a saber
nada de él, pero ahora estamos escribiendo un libro juntos.
He aquí las primeras líneas, las escribo
yo, pero poco a poco irá participando también mi padre. El
tiene más que contar.
No estoy seguro de si me acuerdo de él, probablemente
sólo lo recuerdo porque lo he visto muchas veces en las fotografías
que hay en casa.
Lo único que recuerdo con toda seguridad es algo
que ocurrió una noche en que estábamos sentados en la terraza
mirando las estrellas.
En una de las fotos, mi padre y yo estamos sentados en
el sofá de piel amarillo del salón. Al parecer, él
me está contando algo agradable. Aún tenemos ese sofá,
pero mi padre ya no se sienta en él.
En
otra foto estamos descansando en la mecedora verde, en la terraza acristalada.
La foto está colgada aquí desde que murió mi padre.
En este momento estoy sentado en la mecedora verde. Intento no mecerme
porque estoy escribiendo en un gran cuaderno. Más tarde lo pasaré
todo a limpio en el viejo ordenador de mi padre.
También tengo algo que contar sobre ese ordenador,
pero volveré a ese tema más adelante.
Siempre me ha resultado extraño conservar todas
estas fotos viejas. Pertenecen a un tiempo distinto al de ahora.
En mi habitación tengo un álbum lleno de
fotos de mi padre. Es un tanto siniestro tener tantas fotos de una persona
que ya no vive. También conservamos videos suyos, me resulta un
poco tétrico oír su voz. Mi padre tenía una voz estruendosa.
Quizá debería estar prohibido ver videos
de personas que ya no existen, o que ya no están entre nosotros,
como dice mi abuela. No me parece bien espiar a los muertos.
En alguno de los videos también puedo escuchar
mi propia voz. Es aguda y chillona. Me recuerda a la de un pajarito.
Así era entonces: mi padre era el bajo y yo el
tiple.
En uno de los videos estoy sentado sobre los hombros de
mi padre intentando coger la estrella del árbol de Navidad. No tengo
más que un año, pero casi logro engancharla.
Cuando mamá está viendo videos de mi padre
y míos se echa de vez en cuando hacia atrás y se ríe
mucho, aunque ella era quien en su momento estaba detrás de la cámara
grabando. A mí no me parece bien que se ría cuando ve videos
de mi padre. No creo que a él le hubiera gustado. Tal vez habría
dicho que eso era incumplir las reglas.
En otro video, mi padre y yo estamos sentados tomando
el sol delante de nuestra cabaña en la montaña Fjellstølen.
Es Semana Santa y tenemos cada uno media naranja en la mano. Yo intento
sorber el zumo de la mía sin pelarla. Seguro que mi padre está
pensando en otras naranjas muy distintas.
Fue justo después de esa Semana Santa cuando mi
padre se puso enfermo. Estuvo enfermo durante más de medio año
y tenía miedo de morir. Creo que sabía que no iba a vivir
mucho.
Mamá dice muchas veces que mi padre está
especialmente triste porque tal vez iba a morir antes de tener tiempo de
conocernos de verdad. La abuela dice algo por el estilo, sólo que
de una forma más misteriosa.
A la abuela siempre le sale una voz un poco rara cuando
me habla de mi padre. Tal vez no sea de extrañar. Los abuelos perdieron
a un hijo adulto. No sé cómo sienta eso. Afortunadamente,
tienen otro hijo que vive. Pero la abuela nunca se ríe al mirar
las viejas fotos de mi padre. En esas ocasiones está en un estado
de recogimiento, según sus propias palabras.
Al parecer, mi padre había decidido que no se podía
hablar en serio con un niño de tres años y medio. Hoy entiendo
lo que quería decir con eso, y tú que estás leyendo
este libro también lo entenderás.
Tengo una foto de mi padre acostado en la cama del hospital.
En esa foto su cara está muy flacucha. Yo estoy sentado sobre sus
rodillas mientras él me tiene cogido por las manos para que no me
caiga encima de él. Intenta sonreírme. La foto está
hecha sólo unas semanas antes de que muriera. Me hubiese gustado
no tener esa foto, pero, ya que la tengo, no puedo tirarla. Y tampoco puedo
dejar de mirarla.
Hoy tengo 15 años, o 15 años y tres semanas
para ser exacto. Me llamo Georg Røed y vivo en Humleveien (Camino
del Abejorro) en Oslo, con mamá, Jørgen y Miriam. Jørgen
es mi nuevo padre, pero yo lo llamo por su nombre. Miriam es mi hermana.
Sólo tiene año y medio y es demasiado pequeña aún
para poder hablar seriamente con ella.
Como es natural, no existe ninguna foto o video antiguos
de Miriam y mi padre. El padre de Miriam es Jørgen. Yo fui el único
hijo de mi padre.
Al final de este libro habrá una información
espectacular sobre Jørgen. No se puede revelar ahora, pero quien
lo lea lo sabrá.
Después de morir mi padre, los abuelos vinieron
a casa para ayudar a mamá a ordenar las cosas que él dejó.
Pero hubo algo importante que nadie encontró: un largo relato que
mi padre había escrito antes de que lo llevaran al hospital.
En aquella época nadie sabía que mi padre
había escrito un relato. La historia sobre ''La joven de las naranjas''
no apareció hasta el lunes pasado. Ese día la abuela fue
al cobertizo de las herramientas del jardín, y encontró el
relato dentro del forro de la silllita roja de niño que usaban para
llevarme de paseo cuando era pequeño.
El por qué fue a parar allí sigue siendo
un pequeño misterio. No creo que sea una casualidad, porque ese
relato escrito por mi padre cuando yo tenía tres años y medio
guardaba relación con aquella sillita, lo que no quiere decir que
sea un cuento sobre sillitas de niños. Mi padre escribió
la historia de ''La joven de las naranjas'' para que yo la leyera cuando
fuera lo bastante mayor como para entenderla. Escribió una carta
para el futuro.
Si realmente fue mi padre el que hace tanto tiempo metió
esas hojas en el forro de la vieja sillita, debió de creer firmemente
en ese dicho de que el correo siempre llega. He aprendido que puede ser
una buena regla mirar detenidamente todas las cosas viejas antes de regalarlas
para rastrillos o tirarlas a un contenedor. Apenas me atrevo a pensar en
todas las viejas cartas y cosas por el estilo que podrían encontrarse
en un vertedero.
Llevo varios días pensando en eso. Opino que habría
maneras mucho más sencillas de enviar una carta al futuro que meterla
en el forro de una sillita de niño.
Alguna rara vez queremos que lo que escribimos no sea
leído por nadie hasta pasadas cuatro horas, 14 días o 40
años. La historia de ''La joven de las naranjas''
era uno de esos casos. Se escribió para un niño llamado Georg
de 12 o 14 años, es decir, para un chico llamado Georg a quien mi
padre todavía no conocía ni conocería nunca.
Pero ahora debemos dar un verdadero principio a esta historia.
|