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México D.F. Sábado 11 de octubre de 2003
Frei Betto*
Carta al Che Guevara
Querido Che:
Pasaron muchos años desde que la CIA te asesinó
en las selvas de Bolivia, el 8 de octubre de 1967. Tú tenías,
entonces, 39 años de edad. Pensaban tus verdugos que al enterrar
balas en tu cuerpo -después de que te capturaron vivo- condenarían
tu memoria al olvido. Ignoraban que, al contrario de lo que ocurre con
los egoístas, los altruistas jamás mueren. Los sueños
libertarios no pueden confinarse en jaulas como pájaros domesticados.
La estrella de tu boina brilla más fuerte, la fuerza de tus ojos
guía generaciones por las veredas de la justicia, tu semblante sereno
y firme inspira confianza en los que combaten por la libertad. Tu espíritu
trasciende las fronteras de Argentina, Cuba y Bolivia y, llama ardiente,
aún hoy inflama el corazón de muchos.
Cambios radicales ocurrieron en estos 36 años.
El Muro de Berlín cayó y enterró el socialismo europeo.
Muchos de nosotros sólo ahora comprendemos tu osadía al señalar,
en Argel -en 1962-, las grietas en las murallas del Kremlin, que nos parecían
tan sólidas. La historia es un río veloz que fluye sin ahorrarse
obstáculos. El socialismo europeo intentó congelar las aguas
del río con el burocratismo, el autoritarismo, la incapacidad de
extender a lo cotidiano el avance tecnológico auspiciado por la
carrera espacial y, sobre todo, se revistió de una racionalidad
economicista que no sentaba sus raíces en la educación subjetiva
de los sujetos históricos: los trabajadores.
Quién sabe si la historia del socialismo no sería
otra hoy si hubiesen prestado oídos a tus palabras: "El Estado a
veces se equivoca. Cuando ocurre una de esas equivocaciones, se percibe
una disminución en el entusiasmo colectivo debido a una reducción
cualitativa de cada uno de los elementos que lo forman y el trabajo se
paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes: es el momento
de rectificar".
Che, muchos de tus recelos se confirmaron a lo
largo de estos años y contribuyeron al fracaso de nuestros movimientos
de liberación. No te oímos lo suficiente. Desde Africa, en
1965, escribiste a Carlos Quijano -del semanario Marcha, de Montevideo-:
"Déjeme decirle, con el riesgo de parecer ridículo, que el
verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de
amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esa
cualidad".
Algunos de nosotros, Che, abandonamos el amor por
los pobres que, hoy, se multiplican en la patria grande latinoamericana
y en el mundo. Dejamos de guiarnos por los grandes sentimientos de amor
para ser absorbidos por estériles disputas partidarias y, a veces,
hicimos de amigos enemigos, y de los verdaderos enemigos, aliados. Minados
por la vanidad y por disputar espacios políticos, ya no traemos
el corazón encendido por las ideas de justicia. Ensordecimos ante
los clamores del pueblo y perdimos la humildad del trabajo de base y, ahora,
esbozamos vagas utopías para juntar votos.
Cuando el amor se enfría, el entusiasmo disminuye
su pasión y la dedicación decae. La causa, como pasión,
desaparece, al igual que el romance entre una pareja que ya no se ama.
Lo que era "nuestro" suena como "mío" y las seducciones del capitalismo
minan los principios, transmutan valores, y si aún proseguimos en
la lucha es porque la estética del poder ejerce mayor fascinación
que la ética de servicio.
Tu corazón, Che, latía al ritmo de
todos los pueblos oprimidos y expoliados. Peregrinaste de Argentina a Guatemala,
de Guatemala a México, de México a Cuba, de Cuba al Congo,
del Congo a Bolivia. Saliste todo el tiempo de ti mismo, incandescente
por el amor que, en tu vida, se traducía en liberación. Por
eso podías afirmar con autoridad que "es preciso tener una gran
dosis de humanidad, de sentido de justicia y de verdad para no caer en
extremos dogmáticos, en escolastismos fríos, en el aislamiento
de las masas. Todos los días es necesario luchar para que este amor
por la humanidad viva se transforme en hechos concretos, en gestos que
sirvan de ejemplo, de movilización".
¡Cuántas veces, Che, nuestra dosis
de humanidad se resecó calcinada por dogmatismos que nos inflaron
de certezas y nos dejaron vacíos de sensibilidad sobre los dramas
de los condenados de la Tierra! ¡Cuántas veces nuestro sentido
de la justicia se perdió en escolasticismos fríos que proferían
sentencias implacables y proclamaban juicios infamantes! ¡Cuántas
veces nuestro sentido de la verdad se cristalizó en un ejercicio
de autoridad, sin que correspondiésemos a los anhelos de los que
sueñan con un pedazo de pan, de tierra o de alegría!
Tú nos enseñaste un día que el ser
humano es el "actor de ese extraño y apasionante drama que es la
construcción del socialismo, en su doble existencia de ser único
y miembro de la comunidad". Y que éste no es "un producto ya acabado.
Los defectos del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual
y hay que emprender un continuo trabajo para erradicarlos". Quizá
ocurra que nos ha faltado subrayar con más énfasis los valores
morales, los estímulos subjetivos, las ansiedades espirituales.
Con tu agudo sentido crítico cuidaste de advertirnos que "el socialismo
es joven y tiene errores. Los revolucionarios carecen, muchas veces, de
conocimientos y de la audacia intelectual necesarios para encarar la tarea
de desarrollo del hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales,
pues los métodos convencionales sufren sometidos a la influencia
de quien los creó".
A pesar de tantas derrotas y errores, tuvimos conquistas
importantes a lo largo de estos 30 años. Movimientos populares irrumpieron
en todo el continente. Hoy, en muchos países, están mejor
organizados las mujeres, los campesinos, los trabajadores, los indios y
los negros. Entre los cristianos, una parte sustancial tomó la opción
por los pobres y engendró la teología de la liberación.
Extrajimos considerables lecciones de las guerrillas urbanas de los años
60, de la breve gestión popular de Salvador Allende, del gobierno
democrático de Maurice Bishop, en Granada -masacrada por las tropas
de Estados Unidos-, del ascenso y caída de la revolución
sandinista; de la lucha del pueblo de El Salvador. En Brasil, el Partido
de los Trabajadores llegó al gobierno con la elección de
Lula; en Guatemala, las presiones indígenas conquistaron espacios
significativos; en México, los zapatistas de Chiapas impusieron
un nudo a la política neoliberal.
Hay mucho por hacer, querido Che. Preservamos con
cariño tus mayores herencias: el espíritu internacionalista
y la revolución cubana. Una y otra cosa hoy se intercalan como un
solo símbolo. Comandada por Fidel, la revolución cubana resiste
el bloqueo imperialista, la caída de la Unión Soviética,
la escasez de petróleo, los medios que intentan satanizarla. Resiste
con toda su riqueza de amor y humor, salsa y merengue, defensa de la patria
y valoración de la vida. Atenta a tu voz, desencadena el proceso
de rectificación, consciente de los errores cometidos y empeñada
-atendiendo las dificultades actuales- en volver realidad el sueño
de una sociedad donde la libertad de uno sea la condición de justicia
del otro.
Desde donde estás, Che, bendícenos
a los que comulgamos con tus ideas y tus esperanzas. Bendice también
a los que se cansaron, se aburguesaron o hicieron de la lucha una profesión
en beneficio propio. Bendice a los que tienen vergüenza de confesarse
de izquierda y de declararse socialistas. Bendice a los dirigentes políticos
que, una vez que dejaron sus cargos, nunca más visitaron una favela
o apoyaron una movilización. Bendice a las mujeres que, en casa,
descubrieron que sus compañeros eran lo contrario de lo que proclamaban
afuera, y también a los hombres que luchan por vencer el machismo
que los domina.
Bendice a todos los que, frente a tantas miserias que
debemos erradicar de nuestra existencia, sabemos que no nos queda otra
posibilidad que convertir corazones y mentes para revolucionar sociedades
y continentes. Sobre todo, bendícenos para que, todos los días,
seamos motivados por grandes sentimientos de amor, a modo de tomar el fruto
del hombre y de la mujer nuevos.
Traducción: Rubén Montedónico
* Frei Betto es escritor, autor, en sociedad con Emir
Sader, de Contraversiones. Civilización o barbarie en el cambio
de siglo (Ed. Boitempo), entre otros libros.
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