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México D.F. Miércoles 8 de octubre de 2003

Rica historia de murales en el centro capitalino

Obras de Orozco, Rivera y otros perviven en restaurantes, hoteles y residencias privadas

MERRY MAC MASTERS

Los murales ejecutados en inmuebles propiedad de particulares, pero exhibidos a la colectividad, como es el caso de restaurantes, hoteles e inclusive residencias privadas que devinieron espacios públicos, lejos de tener su futuro asegurado, están sujetos a los dictámenes del tiempo.

Quizás esas pinturas plasmadas en los muros dejaron de funcionar en su sitio original o acabaron envueltas en un proceso hereditario que propició su venta, porque un mural no se puede repartir en pedazos. O peor todavía, la obra ya no fue objeto de interés entre los descendientes del mecenas y más bien llegó a ser un estorbo. Luego hubo aquellas que desde el primer momento incomodaron y escandalizaron.

Cabe mencionar que por fortuna varias de esas obras han pasado a formar parte del acervo del Instituto Nacional mural6de Bellas Artes, responsable de la conservación del legado artístico del siglo XX.

La puesta en venta, hace algunos años, del mural Una tarde de domingo en Xochimilco, hecho por Miguel Covarrubias entre 1936 y 1937 en el bar del céntrico hotel Ritz, en la actualidad arrendado a una cadena de restaurantes, da pie para reflexionar sobre las obras encargadas por particulares pero que, dados los usos y costumbres, se han ganado un sitio en la memoria colectiva. Además, muchas veces se han convertido en la razón por la cual uno acude a ciertos lugares.

El Centro Histórico de la ciudad de México y sus inmediaciones tienen un rico acervo de obra muralística, gran parte de la cual ocupa espacios en edificios federales, pero también recintos propiedad de particulares. En primera instancia salta a la memoria el fresco Omnisciencia que José Clemente Orozco realizó en 1925 en la escalinata de la Casa de los Azulejos (actual Sanborns). Más escondido, pero a la vista de todos, está el fresco El holocausto, que Manuel Rodríguez Lozano ejecutó en una de las paredes del edificio de Isabel la Católica 30, cuando ese palacete todavía se utilizaba como casa habitación.

A la largo de la historia del arte las necesidades de expresión del artista no siempre han coincidido con los intereses de quien encarga la obra. Iniciado el movimiento muralista en la década de los 20, se han dado casos como los paneles desmontables con el tema de las fiestas de México, que en 1936 el siempre elocuente Diego Rivera pintó para el recién construido hotel Reforma. Sin embargo, en vez de exhibirse se fueron directamente a la bodega debido a su contenido ''escandaloso". Inclusive, las pinturas fueron alteradas en un primer momento y, después de un litigio en los tribunales, debieron ser restauradas por el propio artista.

También están los dos murales que Rufino Tamayo realizó en 1954 para el Sanborns de Lafragua, empresa adquirida tres décadas después por el Grupo Carso, que encabeza el empresario Carlos Slim. Con el tiempo, y cuando ya había donde acomodar las pinturas, éstas fueron trasladadas al sureño Museo Soumaya, que forma parte de la Asociación Carso, en esencia por cuestiones de ''conservación". De hecho, tanto Naturaleza muerta como El día y la noche ya reflejaban los estragos de su anterior paradero: junto a la cocina del restaurante y en la farmacia, respectivamente, del Sanborns de Lafragua.

Otro caso muy sonado fue el de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, mural que en 1947 Diego Rivera pintó para el hotel Del Prado, que de inmediato se volvió ''polémico" por su frase ''Dios no existe". Pero a raíz de los sismos de septiembre de 1985, que causaron daños irreparables al edificio y pusieron en riesgo su existencia, la obra fue trasladada en una espectacular y exitosa operación a su nuevo hogar: el Museo Mural Diego Rivera, construido ex profeso a unos cuantos pasos.

El hecho es que todavía hay muchos murales por cuidar en manos de particulares, como muestra la reciente restauración de la obra que Raúl Velázquez pintó en 1959 para el vestíbulo del hotel Virreyes. Titulado La Colonia, ya que su tema son los gobernantes de ese etapa, fue rescatado por el taller de restauración del Museo Soumaya.

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