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México D.F. Jueves 2 de octubre de 2003

Olga Harmony

Intimidad

Esta obra de Hugo Hiriart, escrita y estrenada hace casi 20 años, no ha perdido vigencia aunque mucho de su propuesta subversiva, como es la cantata final, se atenúa ante el hecho -tan combatido por los extremistas de derecha- de que ya se enseñe en las escuelas lo concerniente al aparato reproductor. Y resulta vigente no sólo por su tema -la elección amorosa hecha por el impulso sexual y su desgaste en la cotidianidad- sino porque su estructura es una de las más inteligentes de nuestra dramaturgia. Digo esto no por no ser una estructura brechtiana (hace décadas que ésta se da en todo el teatro) sino porque camina en dos vertientes gracias a la insistente repetición de unos cuantos parlamentos básicos, así en ellos se mezclen la banalidad deliberada que se puede ejemplificar en la reiterada disputa por una aguja perdida o la del foco fundido con acentos más profundos sobre todo en los diálogos de los narradores, como ''A Marta no la inquieta lo que pasa una vez, sino lo que pasa siempre".

Por una parte, la repetición de los parlamentos, con muy ligeras variantes en las cuatro parejas, dan idea del devenir siempre igual de una relación, la estrechez a que conduce la intimidad. Por la otra, el hecho de que todas digan más o menos lo mismo y que se incluya una tercera opción de convivencia, eleva esta no-historia a una dimensión mucho mayor y universal. La malicia del autor lo lleva a dar los nombres de Pipa -la hija de Julio y Marta, y también el de la joven casada de la segunda pareja- a la perra de las dos mujeres y ambos hombres hablan de una Marta, quizá otra mascota, dependiente de ellos, con lo que las vueltas circulares se complican.

Es de todos sabido que Intimidad fue estrenada para un festival Cervantino bajo la dirección del autor, y sin duda las acotaciones que se dan en la bonita edición de Joan Boldó I Clement Editores (que junto con otros textos suyos incluyen ilustraciones del propio autor) corresponden al espacio entonces asignado: una vieja capilla alargada. Cuatro años después, en un teatro círculo, cuando el propio Hiriart también dirigió, él y el escenógrafo Alejandro Luna modificaron muchas de las indicaciones. Ahora hacen lo propio Iona Weissberg, directora, y Gabriel Pascal, escenógrafo, en un teatro a la italiana, con una nueva mirada a este texto que se mantiene joven. Weissberg inclusive hace caso omiso de las acotaciones del autor en cuanto a diseño escénico y hace bien, porque de otra manera lo suyo sería calca y no creación.

Pascal diseñó una escueta escenografía con muebles -dos biombos, dos mesitas, con sillas corredizas, una enorme cama al centro y un rectángulo en donde se proyectarán algunos videos- de apariencia fría y metálica. Al empezar, y durante las primeras llamadas, los dos narradores iniciales ya están en escena con una actitud alejada del público. La muñeca de alambre que pide Hiriart en el arranque de la acción, para la pesadilla de Marta, es sustituida por un video de extrema violencia que contrasta con otros videos realizados todos por Calabacitas Tiernas -como el del hijo de Pedro y Pipa, y sobre todo por los muy graciosos de la penúltima escena, en donde las dos parejas heterosexuales retroceden en el recuerdo hasta el inicio de su amor- lo que contrasta en gran medida con lo que hemos visto hasta ahora. La directora entremezcla la cantata del aparcamiento en voz del narrador apoyada por un video igualmente didáctico con otras escenas, lo que resta fuerza al final en que se canta y baila con un ritmo moderno y pegajoso -con música de Leonardo Sandoval y Xavier López, y coreografía de Anilú Pardo- que resulta brillante, pero donde se pierde el sentido litúrgico que asociamos con la cantata y que sin duda es una feroz ironía de Hiriart al contraponer letra y música.

Este sería el único reparo a una escenificación muy justa e inteligente, con un trazo muy limpio, en que el vestuario de Adriana Olivera subraya toda la intencionalidad del texto. Rodrigo Murray, como Pedro y el narrador, matiza ambos papeles de manera diferente, lo que no consigue del todo Irineo Alvarez, aunque esté muy gracioso como Julio. Anilú Pardo está excelente como Marta y muy bien Avelina Correa como Pipa. Hay que agradecer a los actores y a la directora que durante la escena de las parejas homosexuales no caigan en estereotipos, aunque algunas tontas risas del público demuestren que hay mucho camino por andar.

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