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México D.F. Martes 30 de septiembre de 2003
Teresa del Conde
Obra negra
Ante la casi imposibilidad de acceder a los museos oficiales (a los del INBA), no pocos artistas buscan vías alternativas para mostrar sus trabajos. Los espacios universitarios siempre han sido propicios, con todo y que también se suelen encontrar allí dificultades insalvables. El Museo Universitario de Ciencias y Arte (MUCA), por ejemplo, posee un ámbito envidiable en cuanto a amplitud, pero aceptación restringida en cuanto a propuestas. Anteriormente las curadurías de Edgardo Ganado Kim allí proporcionaban al interesado la posibilidad de enterarse sobre diversos aspectos de la producción contemporánea, pero al parecer ahora esa posibilidad ha sido cancelada.
La UAM ha seguido una política excelente en este aspecto. Eso se debe, creo, a que las personas responsables de los espacios de exhibición son abiertas y competentes. La jefa del departamento de artes plásticas de la UAM es Elena Segurajáuregui. Las principales galerías de la institución son la Metropolitana (calle de Medellín), Casa del Tiempo (espléndida mansión que fuera de Ezequiel Padilla, bien restaurada y conservada, en San Miguel Chapultepec); la Casa de la Primera Imprenta, en el Centro Histórico, y la Manuel Felguérez, que se ubica en el edificio de la rectoría, en la parte sur de Tlalpan. En este sitio se exhibe, con vigencia hasta noviembre, un conjunto de obras de José Castro Leñero. Tanto el título de la muestra, Obra negra, como la selección se deben a Luis Ignacio Sáenz, y el texto que acompaña el catálogo es de Miguel Angel Echegaray.
A diferencia de lo ocurrido con la nutrida exposición del mismo pintor en Querétaro, esta vez la muestra, escueta y contundente, ofrece sólo una de las modalidades que cultiva en pintura, pero aun así, los modos de pintar las imágenes sobre los soportes (tela o madera) viran continuamente entre un mayor y un menor grado de abstracción. Los grados de iconicidad deparan tantas variantes cuantas composiciones hay, cosa que implica por el autor una aguda capacidad de observación que se adhiere a su sensibilidad poética. Se engaña quien crea que JCL es un artista brusco (no niego que la brusquedad pueda ser una cualidad). Puede llegar a sutilezas extremas.
Algunas constantes en ese conjunto son: la huida de la mimesis, excepto en la parte central del tríptico Momentos; la saturación en contraposto de claros contra oscuros (rasgo que da título a la muestra); la superposición de imágenes en varios planos, como si se yuxtapusieran imágenes fílmicas, la casi cancelación de la perspectiva tradicional sin que por ello se rehúya el efecto de planos anteroposteriores, y el uso dosificado del color. Esto último no equivale a la ausencia de colores, sino que propositivamente los efectos parecen ser nocturnos.
Nocturno es una de las composiciones que con mayor finura muestran este efecto; es un cuadro apaisado de dimensiones discretas que si se utilizara para matriz de un telón de teatro, convirtiéndolo en algo distinto mediante una amplificación adecuada, haría un magnífico fondo para Sueño de una noche de verano.
Menciono esto porque el artista, que maneja tecnología de punta, adhiere a sus recursos una ejecución intensamente pictórica, ortodoxa si se quiere, tal que si se situara (es un decir) como un admirador de Vuillard o de Vlamink, pero al mismo tiempo compitiera en cuanto a efectos y diversificación de opciones con su colega de Alemania: Gerhard Richter.
Además de las pinturas que evocan temáticamente el paisaje urbano, las aglomeraciones citadinas o las atmósferas fragmentadas (La espera, espléndido cuadro de apariencia húmeda, responde a esto último), quedaron incluidos unos desnudos inspirados en fotografías de Edward Muybridge, o más bien en ''fantasmas" de esas fotografías. Este artista ha brindado a Muybridge algunos homenajes a lo largo de su trayectoria. Las que se exhiben son pinturas íntimas, de pequeñas dimensiones, que pueden funcionar como políptico o bien individualmente. Deparan un grato contrapunto a los escenarios urbanos, algunos de los cuales pueden ser tan fantasmagóricos como ellos mismos.
Es sabido que las composiciones de José Castro Leñero parten de fotografías que él mismo toma, digitaliza y somete a una especie de lógica (o antilógica) combinatoria. Pero una vez traspuestas al lienzo o al soporte de madera, la composición obnubila su procedencia. Esto lo ve muy bien Echegaray en el texto que introduce el catálogo publicado por la UAM.
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