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México D.F. Martes 30 de septiembre de 2003

En sus manos, el destino del acuerdo ambiental

Rusia negocia los beneficios de su ratificación al Protocolo de Kyoto

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 29 de septiembre. Rusia asestó este lunes un duro golpe a los países y a las organizaciones ecologistas que le piden ratificar el Protocolo de Kyoto, acuerdo ambiental que busca contener el impacto negativo ocasionado por el calentamiento del planeta y cuya entrada en vigor, por una cuestión técnica, ya sólo depende de la plena adhesión rusa.

En el acto de apertura de la Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático, que sesionará en esta capital hasta el viernes próximo, el presidente Vladimir Putin anunció -para sorpresa y desánimo del millar de participantes, en su mayoría científicos pero también funcionarios, empresarios y activistas de ONG, procedentes de más de 50 países- que Rusia todavía no decide si va a ratificar o no el Protocolo de Kyoto.

Suscrito en 1997 en esa ciudad japonesa por 159 Estados, el documento recoge el compromiso de los países industrializados de reducir -para el periodo de 2008 a 2012- la emisión de gases tóxicos en 5.2 por ciento en comparación con el nivel de 1990.

En la cumbre mundial dedicada a este grave problema, que se llevó a cabo en la ciudad sudafricana de Johannesburgo, en septiembre del año pasado, a iniciativa de la Organización de Naciones Unidas, Rusia dio a entender que estaba muy cerca de ratificar el pacto.

De hecho se esperaba que Rusia utilizara el escaparte de esta conferencia, que insistió en celebrar aquí, para que Putin confirmara la incorporación de su país al Protocolo de Kyoto, pero se limitó a decir que el "asunto se está examinando con minuciosidad" y que la decisión que se tome no debe vulnerar sus "intereses nacionales".

La administración de Estados Unidos, país que concentra 36 por ciento de las emisiones de gases tóxicos en el mundo, esgrimió un argumento parecido al rechazar en 2001 su ratificación de dicho Protocolo, con lo cual demostró, una vez más, que prefiere defender las ganancias de las grandes corporaciones estadunidenses que contribuir a la reducción del llamado efecto invernadero.

Este fenómeno, que eleva a escala universal el riesgo de inundaciones, incendios, sequías y otras catástrofes naturales, que además causa un daño irreparable a la capa de ozono que protege la Tierra de la radiación solar, amenaza con subir la temperatura, hacia finales del presente siglo, en un promedio de entre 2 y medio y 4 y medio grados centígrados.

Putin trató de encontrarle un lado gracioso a esta tendencia, que preocupa a los científicos reunidos en Moscú precisamente para tratar de aportar soluciones al nocivo calentamiento del planeta, al decir que un aumento de la temperatura global podría tener algunas ventajas.

Para los países de clima frío como Rusia, "un calentamiento en dos o tres grados no sería delicado, tal vez podría resultar hasta positivo. La gente tendría que gastar menos en abrigos de piel y ropa de invierno", dijo el titular del Kremlin.

Detrás del chiste poco afortunado, las consideraciones mercantiles determinan que el Kremlin condicione su ratificación del Protocolo de Kyoto a la obtención de beneficios, que en las negociaciones a puerta cerrada que Rusia mantiene con los países de la Unión Europea, lo más interesados en la inmediata entrada en vigor del pacto ambiental, se presentan como "garantías por posibles perjuicios económicos" del orden de 10 mil millones de dólares.

Rusia es consciente de que, a partir del vergonzoso rechazo de Estados Unidos, está en sus manos el destino del documento. Por una cuestión de procedimiento, para que el Protocolo entre en vigor se requiere que lo hayan ratificado los países que sumen al menos 55 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono y otros gases tóxicos.

Descartado el 36 por ciento que hubiera podido dar Estados Unidos y con el 44 por ciento de los países que lo aprobaron hasta ahora, el 17 por ciento de las emisiones de Rusia es lo único que puede sacar adelante los acuerdos de Kyoto.

Pero, a diferencia del gobierno de Estados Unidos, el de Rusia no se propone proteger las ganancias de su industria, sino más bien sacar provecho de la recesión que sufrió el sector en los últimos 13 años.

En ese lapso, "Rusia redujo casi un tercio sus emisiones (...), con lo cual compensó el aumento en un 40 por ciento de las emisiones de gases tóxicos en otros países industrializados", señaló hoy Putin para justificar sus reticencias.

No dijo, en cambio, que eso favorece a Rusia, debido a que el pacto de Kyoto prevé un mecanismo para que los países intercambien sus cuotas de contaminación ambiental, en el sentido de permitir que se instalen en su territorio empresas contaminadoras extranjeras.

En otras palabras, la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto se pospone hasta que Rusia encuentre el mejor comprador para sus cuotas de contaminación, toda vez que no pudo lograr el objetivo inicial que era, según se comenta en esta capital, su ingreso a la Organización Mundial de Comercio.

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