Árboles en la Zona Metropolitana del Valle de México
Eréndira Cohen
Coordinadora ejecutiva de la Red de Museos, Centros y Organizaciones de Educación Ambiental del Valle de México, AC
Correo electrónico:
[email protected]Luis M. Rodríguez Sánchez
Investigador de Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco
Correo electrónico:
[email protected]Parte de nuestros placeres o pesares -la pesadilla de la rama que puede caer sobre el techo o el coche, de las raíces que rompen banquetas y tuberías-, los árboles son los seres vivos más grandes con los que compartimos nuestros espacios y cuyo efecto sobre nuestra vida cotidiana es directo pues compartimos con ellos el mismo ecosistema. Los seres humanos hemos habitado la cuenca del valle de México desde hace miles de años. Hemos transformado el paisaje, pero también el paisaje ha dejado su huella en nosotros; esta interacción se refleja en la diversidad biológica y cultural de la planicie.
La Zona Metropolitana del Valle de México se localiza en una depresión o cuenca. Las corrientes de agua que corren en ella se originan en las serranías que la circundan. El agua que se acumulaba en su fondo formaba una cadena de grandes lagos que eran, de norte a sur, Zumpango, Xaltocan, San Cristóbal, Texcoco, Xochimilco y Chalco. Hoy el agua se saca artificialmente a través del tajo de Nochistongo y el túnel de Tequisquiac.
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Al fondo de la cuenca, en los lugares que no eran lecho de los lagos, la vegetación estaba compuesta por cactus, órganos y candelabros, magueyes y yucas. También arbustos y árboles diversos, como el palo loco, mimosas espinosas, tepozanes, encinos achaparrados y árboles frutales, como los tejocotes y capulines. Estos árboles cubrían el paisaje que ahora se encuentra dominado por las especies introducidas más comunes, como el pirú y los eucaliptos.
En las zonas que solían estar cubiertas por los lagos destacan los ahuehuetes, ahuejotes y sauces, además de un abundante y diverso conjunto de hierbas con flores. En los lugares que todavía cubren las aguas, continúan creciendo juncos, carrizos, el lirio acuático y la lenteja de agua.
Por las laderas aparecen árboles corpulentos que cubren las sierras que bordean la cuenca, predominando en las partes menos altas los encinos, un poco más arriba los cedros y, posteriormente, los pinos. Por último, en las cumbres más elevadas, arriba de los 3 mil metros sobre el nivel del mar, vemos bosques de oyamel y un piso cubierto de pastos y zacates.
Para las comunidades prehispánicas que se asentaron en la región, árboles como los ahuejotes y los ahuehuetes tuvieron una enorme importancia; los primeros fueron parte estructural de las chinampas. El sistema de chinampas originalmente consistió en plataformas creadas por los habitantes de la región para ganar terreno al lago. Se construían espacios de forma rectangular (de 2.5 a 10 m de ancho por 100 m de largo) con capas alternadas de tule y lodo de las riveras del lago. La superficie final quedaba de 50 a 70 cm. sobre el nivel del agua. En los márgenes de la chinampa se plantaban árboles de ahuejote (Salix bonplandiana), cuyas raíces servían como medio de retención del suelo. En las chinampas se cultivaban los alimentos y vivía la gente. Los segundos, los ahuehuetes, constituyeron una de las principales especies de los primeros jardines y plantaciones forestales de la cuenca.
Nezahualcóyotl, rey de Texcoco, diseñó amplios paisajes alrededor de su palacio, en lo que hoy se conoce como el bosque de Contadero. De acuerdo con la descripción de Alva Ixtlixóchitl, ahí se plantaron más de 2 mil ahuehuetes. Se cree que los ahuehuetes más antiguos de Chapultepec fueron plantados por el mismo Nezahualcóyotl y por Moctezuma II. Antes de la llegada de los españoles, la ciudad de Tenochtitlán contaba con aproximadamente 300 mil habitantes. En ella y sus zonas cercanas, como Chapultepec, Iztapalapa, y Xochimilco, se cultivaron extensos jardines.
Con la conquista ocurrió la segunda gran transformación de la cuenca, de mayor impacto que todas las anteriores por la fuerte merma en los extensos bosques nativos de los alrededores, la introducción de árboles del viejo mundo y, sobre todo, la desecación de los lagos en los que estaba asentada la antigua Tenochtitlán. Los españoles trajeron a la ciudad la concepción de los jardines árabes en los patios interiores de las casas y en las plazas públicas, adoptando patrones geométricos definidos. Dentro de estas plazas se crearon hermosos jardines con árboles y flores, que se convirtieron en los sitios preferidos de la sociedad novohispana. Durante el periodo colonial se crearon jardines en los interiores y exteriores de las iglesias. En el año 1529 se construyó la Alameda Central, uno de los parques citadinos con mayor tradición. Un año después se declaró como lugar público otro sitio de gran tradición, el bosque de Chapultepec. Durante esa época también se plantaron árboles a lo largo de las más importantes avenidas y paseos de la ciudad.
A partir de 1821, después de la guerra de independencia, apenas se logró el mantenimiento de los parques y jardines existentes, y ocasionalmente se plantaron árboles en algunos paseos. En el periodo 1864-1867, México fue objeto de una intervención militar francesa y se introdujeron nuevos conceptos en el diseño de parques y jardines. La configuración de las áreas verdes adoptó esquemas muy geométricos y rígidos. A finales del siglo XIX, diversas especies de Eucaliptus y Casuarina fueron introducidas para desecar el lago de Texcoco. El gobierno incluyó dichas especies en los planes de reforestación para las ciudades y áreas forestales. Hoy sabemos los problemas que esos árboles causaron en los grandes centros urbanos. En esa época también se plantaron millares de ahuehuetes, algunos de los cuales todavía sobreviven dispersos en sitios como el bosque de Chapultepec, el parque de la Bombilla, el parque del ex convento de Churubusco y en los viveros de Coyoacán. Gran parte de estas labores de forestación fueron impulsadas por el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo.
Durante el siglo XX, específicamente a partir de la década de los cuarenta, la Ciudad de México experimentó un crecimiento desbordado. Esta explosión demográfica fue motivada por una intensa, continua y sistemática inmigración de la población rural. La causa fundamental fue la profunda desigualdad socioeconómica que existe entre la sociedad urbana y la que habita el campo mexicano. Durante los años recientes, la superficie de áreas verdes en el Distrito Federal ha aumentado, pero el ritmo del crecimiento de la población ha sido aun mayor.
Mientras que en 1794, el 14 por ciento de la superficie ocupada por la ciudad correspondía a áreas verdes, en 1910 esta proporción se redujo a 2.8 por ciento. Actualmente, la mayor parte de las áreas verdes en la Ciudad de México está en las barrancas y los suelos de conservación, los cuales se encuentran en peligro constante por las invasiones, los desarrollos urbanos y la tala clandestina. Según la Secretaría del Medio Ambiente, en el Distrito Federal hay 128.28 km2 de áreas verdes y el 55.9 por ciento de ellas está arbolado, considerando los datos del censo de población del INEGI del 2000, hay 8.4 m2 de zonas arboladas por habitante. A diferencia del crecimiento urbanístico de la segunda mitad del siglo XX, los nuevos "desarrollos" privilegian los estacionamientos en detrimento de los jardines y parques públicos.
La respuesta tradicional a la falta de áreas verdes por parte del gobierno ha sido la forestación y reforestación. Al respecto se han realizado esfuerzos importantes en dos periodos: el primero, a principios del siglo XX, con la intensa labor realizada por el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo; el segundo inició en la década de los setenta, con la creación de los viveros de Yecapixtla, en Morelos, y de Nezahualcóyotl, en Xochimilco. Si bien en los dos periodos se realizó una importante labor en materia de producción y plantación de árboles, no se efectuó un trabajo de igual magnitud para investigar qué especies eran las más apropiadas o para conocer el impacto que iban a tener 60 años más tarde. Tampoco existió planeación ni diseño de las plantaciones y, menos aun, un programa de mantenimiento organizado.
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El manejo del arbolado en la Ciudad de México, por lo tanto, no ha sido integral ni planificado. Recientemente, los gobiernos municipales y estatales de la Zona Metropolitana del Valle de México se han preocupado por la producción de especies ecológicamente apropiadas para la región; también se ha intentado fomentar la participación de las comunidades en la plantación y el cuidado de los árboles, sobre todo en las áreas de conservación ecológica. Sin embargo, el impacto real de estos programas todavía está por verse. En cuanto al manejo del arbolado urbano, están vigentes los problemas de podas mal realizadas, mala ubicación y deficiente plantación.
La otra línea en que se ha trabajado -y que constituyó una de las principales motivaciones para que la Red de Museos, Centros y Organizaciones de Educación Ambiental del Valle de México, AC. (Remuceac) estableciera el Programa de Monitoreo Ambiental Participativo de Árboles y publicara la Guía de árboles y arbustos de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México-, es el conocimiento y valoración de los árboles, para generar procesos de apropiación del ambiente por parte de los ciudadanos, que permitan emprender acciones y prácticas de conservación y restauración. Actualmente, en muchas universidades, museos, laboratorios y oficinas gubernamentales, se empieza a apreciar la importancia de crear instituciones capaces de escuchar al público y de dirigirse a él.
La investigación científica sobre los árboles y su incorporación en el diseño de los espacios urbanos, en tanto sistemas biológicos, se han vuelto asuntos urgentes. El estudio, protección, conservación y restauración de estas comunidades naturales y sus especies, es una tarea que no puede hacerse sin el concurso de la toda la sociedad.