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México D.F. Domingo 28 de septiembre de 2003

ƑDe qué vive un escenógrafo?

Alejandro Luna

Beneficiado primero por la beca para creadores y después por el Premio Nacional, sería el menos indicado para quejarme de las condiciones en que trabajamos los diseñadores escénicos si no fuera porque pienso que beca y premio compensan apenas la ausencia de remuneración justa y prestaciones que no recibí durante 40 años, y a las que creo que deberían tener derecho todos lo que se dedican a éste y otros oficios en el ámbito de la cultura y no sólo los ganadores de las selectas justas anuales.

No es posible vivir del diseño escénico. Cuando doy clases y tengo la oportunidad de entrevistar a alumnos potenciales, les pregunto cuáles creen que podrían ser sus fuentes de subsistencia durante su vida profesional. A aquellos que piensan dedicar su tiempo completo al diseño les advierto que las únicas formas de subsistir son: con un capital heredado, un changarro bien montado, un matrimonio ventajoso, un amasiato con pareja de edad mayor o padres ricos consentidores. A los que, como yo, carecen de talento para los negocios, no nacieron ricos o lo suficientemente agraciados para vivir de las damas (o lo correspondiente), y admiten que su tiempo vital lo dedicarán por separado a subsistir y a hacer teatro, les exijo una profesión o un oficio productivo. Quienes no tengan alguno de los dos se perderán sin remedio en los laberintos del subempleo especializado que puede ir desde decorar bodas hasta los trabajos de maquila en alguno de los canales de nuestra televisión.

Levantar un proyecto puede llevar un año. Las tareas promocionales de un diseñador escénico comprenden aplicar al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) y hacer presupuestos ficticios de diseños que todavía no realiza, esperar pacientemente varios meses los resultados y, mientras, teniéndose fe, conseguir el teatro en interminables e indiscriminadas pero muy democráticas listas de espera, hacer vistosas presentaciones para auxiliar al director-promotor en su calvario para conseguir la producción privada, y solidarizarse con él en la elección de un elenco aceptable con actores que no tengan la suerte de tener llamados en telenovelas o película en puerta. Gracias a la parálisis progresiva de la industria fílmica esto último es cada vez más fácil.

Tareas más profesionales incluyen: la lectura y análisis de la obra, la investigación del autor, su época y de la época en que ocurre la historia; el levantamiento del teatro o teatros en los que la obra será escenificada, ya que prácticamente ninguno dispone de planos actualizados (y menos, digitalizados); las juntas de avenimiento con el director y asistencia a las lecturas; la elaboración de varias opciones (dibujos, maquetas o presentaciones digitales) para ser discutidas con el director, el productor y otras personas teatrales; el desarrollo del proyecto, planos, maquetas, especificaciones y presupuestos necesarios para construirlo, pintarlo, iluminarlo y ejecutar los movimientos de mecánica teatral; la supervisión de la construcción, la asistencia a los ensayos y, finalmente, el montaje en el escenario, la dirección de los ensayos técnicos y supervisión de los generales, el estreno y la temporada. El vestuario y la utilería siguen un camino paralelo: investigación, bocetos, constructivos y supervisión de la realización de cada pieza. El proceso cuando se trata de una ópera se lleva un año y si la producción es más sencilla, unos cinco meses. En mi caso, sólo puedo diseñar tres producciones al año.

Los aranceles establecidos unilateralmente por las instituciones contemplan entre 20 y 50 mil pesos por diseño. A estas cifras hay que descontar el 40 por ciento de impuestos, materiales y gastos. Es obvio que no es posible vivir con lo que se gana en tres producciones al año. Como varios de mis colegas, he vivido de la arquitectura, de hacer comerciales, dar clases y talleres, iluminar pasarelas, ambientar telenovelas e incursionar en el cine y puestos de servicio público. Cuando en una conferencia en los Estados Unidos hablé sobre estas condiciones de trabajo me dijeron que seguramente era algo que tenía que ver con los sacrificios humanos.

Las miserias de los diseñadores no se limitan al cuánto sino se extienden al cómo. En el INBA es imposible lograr la firma de un contrato antes del estreno, el diseñador financia su trabajo sin tener la seguridad de realizarlo. Dicen ahí tener una normatividad (la misma que rige la adquisición de clips) que prohíbe los anticipos. Así, en contradicción con la lógica elemental y supongo que también la Ley Federal del Trabajo, se paga a la entrega del trabajo ƑCómo explicar al contador que el trabajo artístico no es mercancía? šY no sólo! En los dos montajes más recientes, el dinero para la producción salió el día del estreno. En ambos casos los diseñadores financiaron la producción de los espectáculos, actitud que sólo se explica como resistencia de los teatreros a las inclemencias que nos ha traído el gobierno del cambio. Cuando finalmente se estrena, logrando vencer obstáculos mayúsculos, resulta que no hay recursos para promocionar el espectáculo. La expresión más socorrida es recorte presupuestal.

Los diseñadores escénicos se agrupan en una sociedad autoral. La exención de impuestos a los autores paliaba las carencias de servicio médico y demás prestaciones a las que debería tener acceso cualquier mexicano. Los ataques de la Secretaría de Hacienda y la inexistente defensa del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y de la Secretaría de Educación Pública de la que depende la Dirección General del Derecho de Autor -ni hablar de la ignorancia que campea entre nuestros representantes en las Cámaras-, han querido terminar con este privilegio.

Más allá de "la buena voluntad de las autoridades culturales" (cito a Mario Lavista, quien iniciara estos artículos), a estas alturas del gobierno del cambio, el miedo a la palabra cultura recorre la Secretaría de Relaciones Exteriores y, en este país, estamos condenados a ver la reposición de las óperas best-sellers, un muy democrático pero indiscriminado programa de teatro que privilegia la cantidad y necesariamente sacrifica la calidad, pero tiene contentos a todos -Ƒse acuerdan de la palabra excelencia?-. Y no me refiero a danza, porque sus exiguos presupuestos no alcanzan para tener escenografía o contratar diseñadores.

Independientemente de lo perfectible que pudieran ser la estructura y los mecanismos de selección del Sistema Nacional de Creadores y Artistas (SNCA), estoy de acuerdo con Mario, en que la situación económica de los compositores, y la hago extensiva a la de los diseñadores y directores, coreógrafos, músicos, cantantes, bailarines y actores con quienes trabajamos, "mejoró sustancialmente a partir de la fundación del SNCA y de los diferentes programas del Fonca" y por eso mismo son síntomas alarmantes: la reducción de becas otorgadas el año pasado en relación con las ofrecidas y el ya muy evidente retraso de la convocatoria de este año. Pareciera que las selectivas reducciones presupuestales del gobierno del cambio amenazan desmontar gradualmente los programas del Fonca y el SNCA. Y hasta es posible que no haya mala voluntad, sólo la inercia indiferente que nace de una supina ignorancia.

Suscribo las frases luminosas de Mario: "Se tiene la impresión de que el gobierno del cambio no sabe qué hacer con la cultura; cree que debe servir para algo en términos económicos, le parece poca cosa que sólo sirva para darle sentido al hombre y al mundo".

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